Las personas la rehuían, claramente asustadas por el hecho de que las balas pasaban al lado de la asesina. Joan solo pedía que nadie resultase gravemente herido mientras ella se escabullía.
—¡Forley! —le gritaba Soto, unos metros detrás de ella.
Joan pasó corriendo frente a alguna que otra tienda, cruzó un par de calles y se metió a una pequeña plaza comercial en donde derribó a un par de hombres que llevaban comida rápida a sus familias. Empujó a algunas personas que hacían fila para entrar a los sanitarios y tropezó con un vendedor ambulante.
Iba pasando frente a una boutique cuando una bala chocó contra su hombro derecho, por la espalda. Se desequilibró un poco al sentir la mordida del metal y jadeó con sorpresa. Echó una mirada hacia atrás y vio a su agresor incluso más cerca, tenía que esconderse y emboscarlo. No podía seguir corriendo.
Se metió en la boutique y se escondió detrás de algunos jeans que estaban colgados en una barra de metal, al lado de una pared. Desde su escondite vio cómo Soto entraba enloquecido y empujaba a los que se ponían en su camino. Miró desesperado a todos lados sin poder encontrarla y explotó:
—¡Todos fuera! —gritó mientras disparaba al techo.
Rápidamente, presas del pánico, todas las personas salieron de allí sin dudarlo demasiado. Algunas incluso aprovecharon para robarse una que otra prenda en el proceso.
Javier disparó a los fusibles que estaban detrás de un mostrador y las luces se apagaron.
Joan tragó saliva.
—Listo —dijo él—. Somos tú y yo, Forley.
Joan suspiró y tomó con más fuerza el cuchillo que llevaba en la mano. Al querer salir de detrás de los jeans, los ganchos hicieron ruido mientras se tambaleaban. Soto disparó en dirección al sonido. Falló. Joan sintió la adrenalina correr en sus venas. Estaba aterrada.
—¿Sabes qué es curioso? Tu madre también intento esconderse aquella noche.
Ella hizo una mueca y apretó los dientes. Él la estaba provocando, no debía permitirse ceder.
—Pero —continuó él—, al igual que tú, no lo logró.
Joan encontró un paquete de calcetines en el suelo y lo tomó con delicadeza. Lo aventó en dirección al otro lado del establecimiento, esperando que no chocara contra Soto para así no revelar su posición. Escuchó que un montón de ganchos hicieron ruido contra la pared y Soto disparó hacia el desastre que había causado el paquetito de calcetines.
Joan hizo lo mismo con varios objetos que encontró en el suelo, esperando a que él gastara todas las balas. Y así fue.
—Mierda —susurró él en cuanto la pistola no escupió más.
Joan sonrió. Ahora estaban iguales.
—Eres inteligente, niña. Eso te lo concedo.
—También me han dicho que soy buena para matar —dijo ella saliendo de su escondite.
Soto se giró para mirarla y casi sintió temor.
Allí estaba ella: ambos pies firmes en el suelo, brazos cruzados sobre el pecho, su corto cabello revuelto y sus ojos oscuros brillando aún entre la ligera penumbra.
La sensación que Joan tuvo al tenerlo tan cerca y tan vulnerable fue exquisita. Era todo lo que había deseado en mucho, mucho tiempo. Se sintió como si encajara la última pieza del rompecabezas, se sintió como si fuera el final.
—Solo quiero el código. Todo volverá a la normalidad, después —dijo él, calmado y con voz neutra.
Joan rio suavemente.