Ojos oscuros

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—Pueden quedarse aquí —sugirió Isa.

—¿Aquí hay habitaciones? —preguntó Alex, incrédulo.

—¡Claro! El sótano sirve de hotel. No puedo creer que no se los dijeron antes.

    Al parecer, nadie quería que el grupo de Joan saliera de las instalaciones. Paty había mencionado, más temprano por la mañana, que mantenerse unidos era una opción si querían tener éxito, además de que no consideraba seguro moverse por ahí hasta no saber la ubicación de Soto y de sus hombres. 

Así que allí estaban, sentados en una de las mesas de la cafetería, intentando decidir si era una buena idea vivir en el sótano de un edificio aparentemente abandonado o seguir viviendo en el cómodo departamento de Alex. A Joan le parecía una decisión bastante fácil, no quería pasar más noches escuchando a las ratas andar por ahí ni pelear con el ambiente para que el moho se mantuviera alejado de ella. 

Pero Alex, como siempre, procuraba lo mejor. Además, Molly e Isa estaban haciendo un muy buen trabajo convenciéndolo para que hicieran las maletas y se mudaran al sótano. 

Ignorando las palabras de sus compañeras, Joan se distrajo recordando la noche anterior. Tenía muchísimo tiempo sin sentirse tan... calmada. Ella siempre estaba agitada, movida por la constante tensión que significaba su vida, pero el momento con Alex había sido tan cómodo y tan fuera de su realidad que no había podido hacer nada más que disfrutarlo. 

Al beso en el techo le había seguido un par de besos más en su habitación del pequeño hospital y, después de esos, unos cuantos más. Al final, Joan había terminado de reconstruir su caparazón y le dijo a Alex que quería dormir, lo cual él aceptó feliz. Curiosamente, a Joan le dio por contarle a Alex la historia que ella vivió el día que él había muerto para ella. Describió la pelea con Mario, su huida al bosque, la espeluznante estadía en la cabaña, su pequeño viaje hasta la punta de un árbol, el cobarde escape de la cabaña por la noche, su corte de cabello y la decisión de aceptar el congelamiento de su joven corazón. Ella no quiso decir nada cuando vio que a Alex se le escapaban un par de lágrimas de los ojos, se limitó a abrazarlo e intentar quedarse dormida boca abajo, sobre el pecho de él.

Cuando despertó esa mañana, estaba sola en su cama, boca abajo y con la espalda descubierta. Encontró a Alex sentado en el pequeño sillón de la habitación, profundamente dormido.

—¿Jett?

—¿Qué? —preguntó. Solo había captado su nombre en la pregunta.

—Te preguntaba si tenías hambre —aclaró Alex.

Al parecer, ella se había quedado mirando la barra de comida mientras recordaba la noche anterior. Sin embargo, era cierto, tenía hambre. Al levantarse junto con Alex para ir por algo de desayunar, fue interceptada por Luis.

    —Joan —la llamó él.

Ella se giró y lo vio cargado de un montón de ropa. Era la primera vez que se veían desde hacía unas semanas y Luis no podía verse más contento.

—Luis —sonrió ella.

—Ven —dijo él y, para sorpresa de todos, la tomó de la mano y casi la arrastró hasta salir de la cafetería e ingresar a la zona del hospital.

Entraron a su habitación en el hospital y él dejó la carga de ropa en la cama que ahora estaba pulcramente tendida, seguramente por el personal de la base. Joan no rechistó e intentó parecer lo menos tensa posible en cuanto Luis la abrazó con cuidado. Él era más alto que ella, de modo que el rostro de Joan encajaba en el cuello de Luis.

—Te extrañé —fue lo único que él dijo, con la voz un poco cortada, al terminar el abrazo.

Ella le sonrió amablemente, pensando en lo que le había dicho Alex. ¿Sería cierto que de verdad le importaba a todos ellos? ¿O era simplemente que Luis no podía sino verla como su hermana perdida, como un reemplazo?

...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora