Alex tiene quince años, yo cumplí once hace unos días. Nos hemos topado con una pandilla de chicos que son, más o menos, de nuestras edades. El mayor sólo tiene dieciséis.
Son doce en total, ocho hombres y cuatro mujeres. Cuando nos topamos con ellos tuvimos una terrible pelea que nos dejó a Alex y a mí con diversas magulladuras en todo el cuerpo, pero ellos quedaron casi inconscientes. Nos hemos decidido a arreglar las cosas con más calma y nos ha ido tan bien que ahora somos parte de ellos.
Yo, por ser mujer y sin importar que peleo igual de bien que Alex, me quedo con las demás chicas cumpliendo con los deberes y obligaciones de una niña: nosotras conseguimos la comida, arreglamos nuestra estancia, remendamos la ropa rota de los chicos y a los chicos rotos, y robamos de vez en cuando.
Ellos consiguen algo de dinero, se ensucian, se lastiman y roban.
Las chicas se llaman: Marlene, Coral, Sofía y Nadia. Coral, la más pequeña, tiene mi edad y Marlene, la más grande, tiene quince años. Las cuatro me enseñan muchísimas cosas a diario: cómo coser, tejer, cocinar un poco, leer, escribir, hablar y leer un poco de inglés, curar heridas, entre otras cosas. La mayoría de estas cosas siempre me han parecido inservibles pero es lo más divertido que puedo hacer al estar con ellas.
A pesar de que Diego, el líder del grupo, lo había prohibido en un principio, Alex aún entrena conmigo. Nos escapamos de vez en vez cada semana para hacer ejercicio y jugar juntos. Esos son mis días favoritos.
Me ayuda a perfeccionar lo que ya había aprendido a través de los años: trepar árboles, escalar paredes, tirar con arco, afinar mi puntería, defensa personal, puntos débiles del cuerpo humano y técnicas más avanzadas que él aprende con los demás chicos del grupo, como hacer armas con objetos simples y usar pistolas.
Después de unos meses, Alex ha comenzado a alejarme de todos los hombres. Cada vez que alguno de ellos se acerca para hablar conmigo, Alex aparece de pronto para pedirme que remiende su ropa. Cuando estamos aparte de todos y le pido que me muestre lo que se supone debo de arreglar, él se queda mirándome como si estuviese enojado, luego rompe alguna parte de su ropa y me pide que la arregle. Me molesta mucho, pero no quiero pelear con él, así que refunfuño para mis adentros y remiendo su ropa.
Tampoco me deja hablar con ellos, no me permite acercarme ni un poco y a ellos los aleja lo más posible de mí. Al principio he creído que era una simple actitud egoísta de Alex, que él simplemente no quería que me relacionara con más chicos que con él. Pero los meses han pasado y las cosas caen siempre en su lugar.
En nuestra estancia, yo ocupo un pequeño lugar para dormir, estoy pegada a la pared y me cubre una ligera manta de color lila que Alex ha conseguido para mí hace un par de semanas. Finjo dormir. Todas las chicas debemos dormirnos a cierta hora por órdenes de Diego, pero, en realidad, estoy poniendo atención a un programa de televisión que se escucha desde una de las casas cercanas. Estoy por completo concentrada en captar todas las palabras e imaginarme lo que las personas en la televisión están haciendo. No me percato de la discusión que los hombres están teniendo, no me doy cuenta hasta que siento a Alex acuclillado a mi lado.
Si uno se mueve, el otro lo sabe. Así de simple.
—Vamos, quítate para que pueda tocarla —dice uno de los hombres.
—Si la tocas, te mato —contesta Alex con un tono de voz temiblemente frío.
Me estremezco por dentro, escuchar a Alex con un tono de voz serio es muy común, pero escuchar ese tono amenazador es... es para tener miedo.
— ¿Escuchaste? Alex defiende a su chica, porque... yo creo que es más que tu hermana.
— ¿A ti qué te importa qué somos? Deberías preocuparte por mantener tu rostro intacto mientras estés cerca de mí.