Viejo Roble

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Joan abrió los ojos, los insistentes llamados a la puerta de su habitación haían logrado despertarla. Se encontró a sí misma acostada boca abajo sobre el pecho de Alex, quien respiraba con completa tranquilidad. Se apartó de él con cuidado de no despertarlo, se levantó con pereza y caminó descalza hasta la puerta para abrirla. 

Por la rendija vio a Matt recargando su peso en su pierna derecha y con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Buenos días —saludó él.

Ella abrió más la puerta, de modo que pudiese recargar su hombro en el marco sin dejar ver el interior.

—Buenos días —saludó ella.

—La casa existe —dijo él, sin darle más rodeos al asunto—. Tendrán una pequeña fiesta en unas horas, es el cumpleaños de alguien. ¿Vamos?

—Claro —respondió ella ocultando su interés—. Alex irá con nosotros.

—No sabía que él lo sabía —dijo Matt con el ceño fruncido y dio la vuelta para dirigirse a la habitación de Alex—. Iré a decirle.

—De hecho —avisó ella—, él está aquí.

—¿Despertó tan temprano para verte?

Ella levantó una ceja.

—No —dijo Joan mientras el rubor inundaba un poco sus mejillas—. Durmió aquí.

Matt le sonrió levemente y Joan percibió el momento en que los ojos de él se opacaron con tristeza.

—Bueno —dijo él—, entonces los espero a ambos, en dos horas, allá arriba.

Joan asintió, sonrió tímidamente y cerró la puerta. ¿Qué pensaría Matt ahora? Pegó su frente a la puerta y suspiró. De pronto se sentía dividida, quiso ir tras Matt y besarlo de nuevo, pero también quería quedarse allí y abrazar a Alex.

Ocupando su mente en otro asunto, se recordó a sí misma que iría a la casa solo a observar y que, por lo pronto, así estaba mejor. La simple idea de descubrirse ante la familia que la creyó muerta le daba náuseas. Y se recordó también que probablemente aquella ni siquiera era su familia.

—Buenos días —escuchó la voz ronca de Alex.

Ella recompuso su rostro, se giró y lo encontró desperezándose en la cama.

—Buenos días —le dijo sonriente.

—¿Quién era?

—Matt. Iremos a la casa en un par de horas, ¿listo?

—Yo estoy listo si tú lo estás.

Ella rio.

—Bueno, no puedo estar lista si sigo en pijama. ¿Me pasas ese calcetín?

Alex le lanzó la prenda y luego se levantó de la cama.

—Bien, iré a vestirme, vendré por ti en...

—Dos horas —completó ella.

—Dos horas, entonces.

—Más te vale no llegar tarde.

Él le sonrió y, tras un último beso en la frente, se marchó.

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—¿Estás perdido? —preguntó Alex con son de burla a Matt.

—No. Las calles son idénticas.

Alex suspiró. Joan se arrellanó un poco más en el asiento trasero con cuidado de no rozar la tapicería del lujoso Mercedes de Matt con su aún frágil espalda.

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