¿Reír o llorar?

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Era una noche como cualquier otra en La Querella. 

Los comensales bebían, bailaban, gritaban y reían. Algunos se besaban sin consideración por el pudor y otros preferían escaparse a la zona de camas. Pero todo daba igual desde la perspectiva de Matt, él simplemente bebía a pequeños sorbos el vino tinto que le habían servido en la copa por enésima vez.

Tenía la mirada perdida, pensando en ella. Pensaba en Joan y la soledad oscura. En sus dulces labios rozándole la piel con paciencia y sus fuertes manos aferrándole los hombros con fiereza; su risa, sus lágrimas y su mirada. Pensaba en cuánto tiempo tendría que esperar —si una vida o dos— para volver a verla.

De pronto, un rostro familiar apareció entre la multitud de la planta baja. A Matt se le incendió la sangre como si el vino fuese pólvora y bajó las escaleras casi corriendo. Algunos de los presentes lo miraron estupefactos, deseosos de ver una pelea. Pero no sucedió así.

Para cuando Matt la alcanzó, antes de que ella diera un solo paso hacia el bar, Audra ya lo había divisado, pero se quedó quieta como una pared.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Matt con las mandíbulas apretadas.

Audra permaneció con ambos ojos bien abiertos, alerta.

—Yo... solo vine por un trago.

—No eres bienvenida aquí.

Ella tragó saliva.

—Por favor, vine aquí porque me dijeron que este es el lugar perfecto para personas como nosotros. Solo quiero un buen trago de tequila.

Los comensales los miraban con curiosidad y miraban a Matt en especial, preguntándose por qué era tan grosero con la chica. Él pensó que, si ellos supieran quién era ella y qué le había hecho a Forley, las cosas cambiarían y, probablemente, ella no saldría por aquella puerta. Al menos, no viva. Luego Matt recordó lo que se sentía ser un simple peón y ser abandonado a su suerte luego de haber servido por años a alguien: era un golpe duro. Y ella probablemente se sentía así.

—Entonces toma ese trago conmigo.

Ella asintió entrecerrando los ojos, ¿era eso una trampa?

Se dirigieron al bar. Matt seguía los pasos de Audra con recelo. Al llegar a la barra se sentaron uno al lado del otro y él levantó la mano con dos dedos al aire, el cantinero comenzó a trabajar de inmediato.

—Entonces —dijo él—, ¿ningún lugar mejor en donde estar?

Ella hizo un mohín y luego apartó un mechón castaño de su rostro.

—No. Ha sido un día peculiarmente difícil.

—Ah —respondió él. No le interesaba lo suficiente.

—Hoy tuve una audiencia —comenzó a relatar ella—. Pasa que me van a aceptar en el ECPOJ.
Matt se quedó en silencio por un momento, recordando dónde había escuchado eso antes.

—Espera —musitó—. ¿No es ese el programa que dirige Patricia?

—El mismo.

Matt entonces no supo si reír o llorar. Así que solo hizo una mueca y trató de no ser demasiado obvio en su disgusto.

—Lo sé, yo tampoco estoy muy emocionada, pero era esto —dijo al señalar el rastreador en su tobillo, que se asomaba por debajo del borde de los jeans— o una larga sentencia en prisión. Creo que no fue tan difícil elegir.

Matt la miró de pies a cabeza, intentando verla como más que una contrincante, pero no lo logró, no del todo.

—Dos tequilas —anunció el cantinero al deslizar los dos vasitos tequileros por la barra.

—Gracias —susurró Matt.

Audra tomó su vasito y le dio vueltas en la mano.

—Un brindis —dijo Matt.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Por qué?

—Por las decisiones.

Chocaron los vasitos y tomaron todo de un trago.

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