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Mientras Alex se quitaba los zapatos y los calcetines, aún con la camisa puesta, Joan se preguntaba si de verdad descubriría su secreto. Todavía podía decir que no y salir huyendo, todavía podía poner excusas. Ella aún estaba mareada, se esforzaba un poco para enfocar su vista y para alejar de ella la sensación de que todo se sacudía debajo. Pero, lejos de esas sensaciones, ella estaba completamente consiente de lo que estaba por pasar, como si el frío y el llanto le hubiesen despejado la mente.

Joan pudo notar que él dudaba cuando tomó los bordes de su camisa blanca y la subió por su torso para sacarla por la cabeza. Ella tomó aire y de pronto ahí estaban, los tatuajes de Alex le gritaban que él era un traidor. Ella lo miraba con el ceño fruncido, pero su semblante no era agresivo, era más bien de tristeza. Él le sostenía apenas la mirada y respiraba pesadamente, esperando que ella le gritara o le lanzara algo a la cara.

—Esperaba que fuese una alucinación mía —susurró ella, más como para sí misma.

— ¿Qué? —preguntó Alex, confundido.

Ella se encogió de hombros.

— ¿Lo sabías?

Ella lo miró por un largo tiempo, como si lo estuviese viendo por primera vez. Como si reconociera en él al ser frío que era realmente, a aquel muchacho cínico que era con todos menos con ella. Y recordó que Alex jamás fue perfecto, que también recibía golpes y que también perdía batallas, que no cubría bien su lado derecho y que era muy mandón. Que mentía constantemente. Y también recordó que, siendo él así, ella lo adoraba y que era probablemente la única persona en quien podría confiar su vida.

— ¿Por qué? —preguntó ella, evadiendo la pregunta de él. En su garganta comenzaba a aparecer de nuevo esa inquietante necesidad por llorar.

Él aún no podía asimilar que ella lo supiese, pero, entonces, todo el daño que ella se hizo aquella otra noche tenía sentido, de pronto todo era lógico. Se le comenzó a formar una punzada en el pecho, como si tuviera la punta de un cuchillo amenazando con perforar su piel. Odiaba hacerle daño, odiaba mentirle, odiaba engañarla... se odiaba a sí mismo.

—Yo... —dijo él, pero se quedó en un largo silencio.

Estaba parado frente a la cama, inmóvil y nervioso.

— ¿Por qué? —insistió ella.

—No te encontraba por ningún lado, a veces incluso pensaba que quizá habías muerto. Creí que unirme a ellos para poder atacarlos sería una buena forma de tenerte cerca.

— ¿Por qué no me lo dijiste?

— ¿Habrías escuchado?

—Es justamente lo que estoy haciendo en este momento, Alex —respondió ella sonriendo levemente.

Él calló.

— ¿Hace cuánto eres parte de ellos?

—Hace... cinco años, poco tiempo después de que desperté en medio de una ciudad desconocida. Ha sido un largo camino y mucho más largo ha sido el tiempo, pero estoy a punto de lograr tu objetivo. Estoy cerca de Soto. Pero, ¿cómo lo supiste? ¿Matt te lo dijo? ¿Cómo pudo saberlo?

—No. Él no me dijo quién eras, pero plantó tantas dudas en mi cabeza que tenía que comprobarlo por mí misma. Lo descubrí unas horas después, mientras dormías.

—Lo siento, hacerte daño es lo último que pasó por mi mente.

Joan respiró profundo, le creía. Él de verdad lo sentía.

Quizá estaba siendo una estúpida sentimental, quizá estaba confiando demasiado en alguien que ya no conocía más. Pero tal vez estaba haciendo lo correcto.

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