En lo que dura un parpadeo, Joan cargó una flecha en el arco, tensó la cuerda y disparó. El proyectil se clavó en el cuello de Soria, quien no tuvo oportunidad siquiera de cargar su propia arma. Se tambaleó mientras intentaba respirar y retrocedió hasta caerse por las escaleras.
Joan miró a Isa, quien apretaba su herida con fuerza mientras se miraba las manos ensangrentadas con ojos incrédulos.
—Isa —susurró la asesina.
—Está bien, estoy bien. Tienes que moverte, quizá vengan pronto.
—Pero...
—Estaré bien. Vete.
—Is —murmuró Joan con las lágrimas agrupándose en sus ojos. Isa la miró fijamente, jamás la había llamado así.
—Vete, Joan.
—Lo siento —suspiró ella, se levantó y corrió para bajar las escaleras sin mirar atrás.
Se detuvo para quitarle a Soria el arma de las manos, se la enfundó en una bota y salió corriendo del restaurante. Un peso se desplomó sobre ella y la hizo caer al suelo, arañándose la mejilla con la tierra. Ella y Mota rodaron por un par de metros entre patadas y gruñidos. Al final, él quedó encima de ella, aprisionándole los brazos y piernas.
—Parece que mi señuelo dio resultado —dijo él—. Fue fácil convencerla también de que su hermano no nos servía de nada, pero bueno, ¿qué se puede esperar de las mentes débiles?
—Dé-ja-me —espetó ella al sentir escaso el aire en sus pulmones.
Mota soltó una ligera carcajada y desenfundó su arma.
—No sé si deba matarte...
—¿Qué? ¿Te faltan bolas para hacerlo?
La mirada de Mota se ensombreció. Joan, a pesar de estar aterrada, sonrió. Él cargó el arma y ella logró zafar su brazo derecho.
—¿Aquí? —preguntó él apuntándole al cuello.
Joan acercó su pie a su mano e intentó alcanzar el arma en la bota.
—¿O será aquí? —apuntó él a su sien.
Joan alcanzó la bota y sacó la pistola. La cargó, pero él lo notó y le golpeó el brazo haciendo que el arma saliese volando lejos de ellos.
—Y yo que estaba considerando ser gentil —masculló él.
Joan respiraba agitadamente. Ese sí era el final. No cerró los ojos. Lo miró fijamente retándolo aún.
Él le apuntó a la garganta y sonrió. El disparo resonó por lo que pareció una eternidad y Joan cerró los ojos cuando las gotitas de sangre le cayeron en el rostro. Mota se desplomó sobre ella y la asesina, incrédula, se lo quitó de encima para ver a Derek parado a un par de metros de distancia con la pistola todavía apuntando hacia donde estaba Mota.
Él le acababa de salvar la vida.
Derek se acercó y le ayudó a levantarse.
—¿Estás bien? —preguntó.
Joan asintió y se apoyó en sus rodillas para recuperar el aliento.
—¿Dónde está Frida?
—No lo sé, quizá con Alex. Tuvimos que separarnos.
—De acuerdo, no te preocupes, seguro estará bien.
Él sonrió sin mucho convencimiento.
—Vamos —dijo ella y ambos trotaron para esconderse tras una puerta colgante a la entrada de una vieja casa.