VII

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Lana se encontraba delante de la tumba de Nick Furia, llena de flores y de banderas americanas, leyendo el epitafio, que le sonaba de alguna película.

- El camino del hombre recto. – Lana levantó una ceja, tenía detrás a Steve y Sam, que estaban tan frescos como una rosa, mientras ella todavía vestía moratones y heridas que ya se estaban curando.

Se había pasado al menos una semana en el hospital con Nat a su lado, echándole la bronca por ser tan impulsiva y darle varios sustos en lo que llevaba de semana.

- ¿El camino del hombre recto será en diagonal, en curva o en línea recta? – Hizo una pregunta al aire, haciendo que Sam se riese detrás de ella.

- Todavía no entiendo por qué eres vengadora.

- Me lo dicen mucho. – Lana se echó hacia atrás mientras su anterior jefe se acercaba a ellos, con gafas de sol y una chaqueta de cuero con la capucha subida. – Nick, está usted de muerte hoy.

- Ahórrese los cumplidos, Corton. – Lana sonrío, todavía no había probado a reírse, le dolería el estómago a mares, posiblemente. – Usted ya experimentó esto.

- Uno se acostumbra. – Hizo una pausa. – A los chistes de Lana no.

- No son tan malos. – Lana intentó defenderse, pero Sam simplemente le dio una palmada en la espalda, riendo levemente.

- Se han filtrado archivos de Hydra, se conoce que varias ratas saltaron del barco. – Furia miraba a Steve y a Lana, que lo miraban fijamente. – Esta noche salgo para Europa. ¿Querría usted venir conmigo?

- Primero tengo que hacer algo.

- ¿Wilson? Me haría falta alguien como usted. – Sam miró a Steve y luego miró hacia Furia de nuevo, con una ceja levantada.

- Yo soy más soldado que espía. – Furia entonces miró a Lana, que levantó los hombros.

- No puedo dejar a mis vengadores atrás, Nick. – Furia seguramente rodó los ojos detrás de la gafas, y entonces miró hacia su tumba.

- De acuerdo, pues.

- Ah, no utilice esos métodos de cachorrito abandonado conmigo, Furia. – Lana se echó hacia atrás, brazos cruzados sobre su pecho.

- Usted los utiliza con todo el mundo, he aprendido. – Hizo una pausa y le ofreció la mano a Lana, que la cogió y sacudió con fuerza, luego pasó a Sam, y finalmente, a Steve, que lo miró serio. – Si alguien pregunta por mí, dígale que puede encontrarme aquí mismo.

- Qué afortunados. – Furia se marchó tras mandar un saludo hacia Nat, dejando a Lana en el medio, pensando cuándo iba a volver a ver a su jefe. – En él eso es lo más parecido a un gracias.

Lana y Steve se acercaron a Natasha Romanoff, que les sonreía de lado como solía hacer siempre. Fingir que lo sabía todo.

- ¿No vas con él?

- No.

- Ni te quedas aquí.

- Tampoco. – Lana sonrío hacia su amiga, que la miraba con una sonrisa inteligente. – He quemado mis identidades, necesito una nueva.

- Quizá te lleve tiempo.

- Ya cuento con ello, no todos tenemos la misma suerte que Lana. – Nat le guiñó un ojo a la castaña, y esta le mandó un beso al aire, bajo la mirada de Steve, que sonreía hacia sus compañeras. – Aquello que me pediste, me cobré unos cuantos favores de Kiev. – Lana miró la carpeta marrón que Nat le había pasado a Steve. – Ahora, ¿me harías tú un favor? Llama a esa enfermera.

- No es enfermera.

- Ni tú agente de S.H.I.E.L.D.

- ¿Qué me he perdido en estos últimos seis días? – Lana miraba a los dos compañeros que tenía con los brazos cruzados.

- Nada importante.

- Sí, al fin tienes una cita. – Lana se río junto a Nat, que la miraba de manera amable.

- Llámala, es agradable.

Los tres se quedaron en silencio, y Nat le dio un beso en la mejilla a Steve, para después mirar a Lana.

- ¿Vamos? – Nat le hizo una señal con la cabeza a su compañera, y esta le dio una palmada en el brazo a Steve. – Ten cuidado, Steve, quizá ese no es un hilo del que quieras tirar.

- ¿Tú también te vas? – Lana se giró y le guiñó un ojo a Steve, él pensaba que se iba a quedar a buscar a su amigo.

- Debo marchar, Nueva York me necesita. Y todavía tengo que llamar a mi madre, lleva una semana sin saber nada de su niña. – Hizo una pausa. – Quizá si vienes se tomará mejor el hecho de que me dispararon. Literalmente.

- Ya sabes que debo quedarme.

- Tú mismo, yo tengo pastel. Tú no. – Lana río y le hizo un saludo a Sam, caminando de nuevo hacia Nat, que se acercaba hacia su coche.

Natasha Romanoff tenía un coche deportivo que daba miedo de lo moderno que era. Una especie de Audi que Lana no sabría conducir. Era ella de todoterrenos automáticos y de color blanco. Como el suyo, que esperaba en Nueva York pacientemente.

- Adivino que todavía no vas a irte de Washington. – Nat cerró su puerta y miró a su compañera, que la miraba seria.

- ¿Ah, sí? ¿Qué te hace pensar eso? – Lana se ató el cinturón de seguridad y miró hacia afuera, Steve y Sam estaban hablando serios, sin mirarse.

- El hecho de que me pidieses una copia de lo que le he dado a Steve. La tienes en la guantera. – Lana acercó su mano y cogió la ficha del Soldado de Invierno, escrita totalmente en ruso. Sin problema, gracias a su camuflaje podía entenderlo a la perfección. – Deberías ayudarle.

- Sabes perfectamente que me gusta trabajar sola. – Nat salió del cementerio rápidamente, llevando a Lana al hotel donde se había estado hospedando durante unos días. – Vendrá a mí, dale tiempo.

- Ten cuidado. – Nat hizo una pausa y Lana la miró, justo antes de salir de su coche cuando vio el hotel delante de ellas. – Es peligroso, y no sabes cómo reaccionará a lo que le digas.

- Seré buena, no te preocupes.

Y con eso, Lana se bajó del coche de Nat con una carpeta marrón bajo el brazo. Echó un poco de aire mientras se metía en el hotel y cambiaba su apariencia.

Lana ahora no tenía ojos grises ni pelo castaño, ahora, todo su pelo era rubio y su cara había cambiado, pero su ropa era la misma y la carpeta bajo su brazo permanecía inalterada.

Subió siete pisos hasta llegar a la habitación que buscaba, para después abrir la puerta y entrar, no había nadie en el lugar, pero lo habían limpiado. Lana asintió, contenta con los bombones que habían puesto en la cama doble. Los cogió con una sonrisa antes de abrir la ventana de par en par y salir a la salida de emergencia, caminando tranquilamente con sus Vans repicando contra el suelo.

Lana llegó a la ventana que le interesaba y saltó dentro, dejando la carpeta a un lado y cruzándose de brazos.

El Soldado de Invierno estaba tirado en el sofá, con el brazo de metal en la cara y el otro en un ángulo que seguramente no era muy cómodo.

Hizo una mueca, mirando el panorama. Las bolsas de comida a domicilio que Lana había pedido al hotel estaban tiradas por todo el estudio.

Técnicamente, no le estaba mintiendo a nadie. ¿O sí?

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HEKATE [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora