IX

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Hijikata se apegó aún más a mí. Yo estaba completamente desnudo y no me hacía ninguna gracia que un perro del Gobierno estuviera medio desnudo y con su entrepierna a dos milímetros de la mía.

Pero lo cierto es que...

Alzó su mano derecha hacia mi rostro, usando la otra para mantener el equilibrio. La colocó sobre mis labios y me forzó a abrir la boca al ejercer fuerza en ella con sus dedos.
Agité ligeramente mi cuerpo y traté de morderle en un vano intento de que se apartara de mí.
Hijikata me miró con un rostro inexpresivo, sin embargo me pareció más de curiosidad.

¿Había siquiera notado el mordisco?

Se acercó nuevamente a mí y, en un acto descarado de estereotipado seme, decidió insertar su húmeda y viperina lengua en mi forzosamente abierta boca.
Inmediatamente me estremecí.
Empezó a lamer por todos lados.
Literalmente por todos lados.
Lamió mis labios. Mis dientes. Incluso mi lengua. No paraba de mover su lengua contra la mía, probablemente con la intención de hacerme seguir sus pasos y acabar besándonos de esa forma.
Hice caso y moví mi lengua como pude, tratando de seguir los movimientos de Hijikata y así conseguir que aquella situación no fuera tan desagradable. Por lo menos el beso estaría bien. Aunque fuera con un hombre.
Cerré los ojos, tal y como él había hecho antes.
Se pegó aún más a mí. Podía notar su pecho rozando el mío, y lo mismo sucedía con nuestro abdomen.

No me puedo creer que esté sucediendo esto...

Hijikata se apartó de mis labios, pero continuó con los besos y lametones. Fue desde mi barbilla, pasando por mi cuello y deslizándose por todo mi tórax hasta llegar a la cintura.
Entonces se separó de mí.

—Parece que después de todo te está gustando —susurró con un tono de voz menos distante que la de hacía unos minutos.

Aparté la mirada muy avergonzado. Mi cara probablemente estaba roja. Casi tanto como la suya había estado antes.

Como el culo de un mandril...

—¡Cállate! —me quejé—. ¡Es obvio que esté así! ¡Acabas de empapar todo mi cuerpo con la saliva de esa lengua adicta a la mayonesa!

—Pfhh —se burló—. Incluso tu cuerpo es azucarado, Gintoki. Es dulce. Me pregunto si también sabrá a dulce si le doy una lamida a tu-

—¡No necesito que digas eso! —le interrumpí antes de que pudiera terminar esa desagradable frase—. ¡Es del todo innecesario!

¿¡Acaso necesitaba saber que mi cuerpo tiene sabor dulce!? ¡¡Sobretodo ahí!! ¡¡Por supuesto que no lo necesitaba!!

¡Estúpido Tosshi!

Aunque, ahora que lo pienso...

Antes, él...

...Me ha llamado por mi nombre.

¿Por qué?

Yorozuya Gin-chanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora