XXXV

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Le miré con cierta indignación y, por supuesto, confusión. Hijikata ojeaba las vistas como si no hubiera pasado absolutamente nada, o quizás ignorando mi existencia.
Estaba empezando a molestarme su actitud cambiante, así que decidí quejarme y me acerqué a él con total seguridad, forzándole a girarse hacia mí.

—Oye, ¿de qué va todo eso? —quise saber.

—¿De qué hablas?

—¿Cómo que "de qué hablo"? ¿De qué va a ser? —insistí—. ¿Por qué…?

—Mira, Yorozuya —se acomodó como si estuviera en un bar—. Eres libre. Se acabó. No hay más. ¿No era eso lo que querías?

—¿Pero qué dices? —solté desconcertado.

—Hnf... —suspiró—. Que cuando lleguemos abajo podrás irte a casa. Hasta entonces simplemente admira el paisaje o haz lo que te dé la gana.

—Qué… —seguí incrédulo—. Estás jodiéndome, ¿verdad que sí?

—No soy como Sougo —aclaró—. No ando con segundas intenciones.

—No te creo.

—Entonces no me creas.

Me alejé enfurruñado porque no tenía ni ganas de seguir perdiendo el tiempo e esa estúpida conversación y me limité a mirar, irritado, el paisaje que nos permitía apreciar la altura a la que habíamos subido gracias a la noria. Moví la pierna de forma nerviosa, esperando a que el trayecto terminara para poder largarme y comprobar que en el último momento Hijikata acabaría jodiéndome y contradiciéndose a sí mismo respecto a lo que acababa de decirme.

De vez en cuando le miraba de reojo. No me fiaba de él, pero no parecía estar muy preocupado de lo que yo pudiera hacer. Es más, se veía más bien melancólico, como si, por el contrario, estuviera esperando a que yo hiciera algo.

Pero no tenía ni la más mínima intención de mover ni un sólo dedo por él.

Una vez la cabina en la que nos encontrábamos llegó a la zona inferior, se detuvo y nos permitió bajar. Dimos unos cuantos pasos adelante para permitir el tránsito de la cola de gente que había estado esperando, y entonces Hijikata decidió hablar:

—No sé qué decidirás hacer, pero yo me voy a casa —comentó sin tan siquiera mirarme.

Le observé esperando a que añadiera algo más, como una amenaza o un reto o lo que fuera que acabara desquiciándome, pero lo único que hizo fue despedirse vagamente para después empezar a caminar hacia la salida.

Antes de que pudiera alejarse mucho más, le agarré con fuerza de la muñeca y se giró hacia mí con un gesto de sorpresa.

—¿Qué ocurre, Yorozuya? —preguntó desconcertado.

—No voy a dejar que te vayas así como así, idiota —repliqué molesto.

—¿Por qué no? —seguía sin entender la situación.

—Porque el Vice-Comandante Demoníaco del Shinsengumi amenazó con cortarme la cabeza si no pasaba todo el puto día con el capullo de Hijikata Toshiro.

Yorozuya Gin-chanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora