Hijikata se apegó nuevamente y, para mi sorpresa, lo que hizo fue besarme el pecho con delicadeza.
—¿Qué...? —murmuré tras notar la saliva sobre mi pectoral; llegando incluso a... ¿Ruborizarme?
Él ignoró completamente mis quejas, y continuó con lo suyo, descendiendo lentamente.
Una vez hubo llegado nuevamente hasta ese punto, apartó la parte superior de su cuerpo de mí, y volvió a acomodar sus manos sobre mis piernas.
Le oí suspirar.
Acomodó mis muslos sobre sus piernas, forzándome a estar más cerca suyo.—Avísame si te hago daño —ordenó con un tono de voz sorprendentemente dulce.
—¿Daño? ¿Te crees que algo así va a hacerme daño? —pregunté con cierto orgullo por mi parte.
Por supuesto que va a doler. Esa cosa no puede pasar por un lugar sagrado y puro como mi trasero. ¿Es que espera que esa basura de mayonesa haga de lubricante o algo así?
—Gintoki —llamó con firmeza—, te conozco. Lo sabes. Te conozco porque tú y yo somos iguales. Somos un par de idiotas orgullosos que quieren quedar como el más fuerte. Lo sé. Así que no te hagas el macho ahora. Avísame si te duele. De veras que no quiero hacerte daño.
Le observé perplejo.
¿Realmente había dicho eso? ¿Me había vuelto loco ya? ¿El sirope era en realidad algún tipo de droga o qué demonios está pasando aquí?
—Ah-… —traté de replicar, pero era incapaz de formar una frase lógica; me había quedado en blanco—. Mh… —me limité a asentir, esperando a que me entendiera sólo con eso.
—Bien —añadió, haciéndome saber que lo había entendido, y ojeó mi cuerpo pensando qué hacer primero.
Pasó su mano sobre mi cadera, e insertó cuidadosamente su dedo índice en...
Bueno.
Dónde va a ser.
No quiero ni decirlo.
Solté un pequeño sollozo, pues evidentemente era una sensación incómoda y un tanto dolorosa. Causaba molestia.
Pero era soportable, por decirlo así.—¿Duele? —quiso saber con un gesto que evidenciaba su inesperada preocupación por mí.
—¿Eh? ¡No, no! —negué casi desesperado.
—Pero qué te he dicho antes...
—¡Que no duele, joder! —me quejé de su insistencia.
Hijikata me miró con mala cara, probablemente porque no esperaba esa reacción de mí, pero realmente me estaba resultando cansino con eso.
Pareció rendirse, al menos por ahora, y se centró en usar su estúpido dedo.
Continué tratando de estar lo más callado posible para evitar que volviera a preguntarme si me dolía.No es fácil contenerse en semejante situación, os lo digo yo.
No hace falta que lo probéis. Os aseguro que es desagradable.
Puede que incluso más que ese marisco con forma de pe**.Después de un rato mi cuerpo pareció "adaptarse" a la invasión que estaba teniendo lugar ahí, por lo que el perro del Gobierno decidió probar a insertar un segundo dedo.
¿Estás de broma?
¿Es que uno no es suficiente?
...
No, la verdad es que no.
Voy a pasar un infierno de aquí a que esa cosa pueda caber por ahí.
Hnf...
Sin olvidar lo del nombre.
Qué molestia todo...