Ni siquiera recuerdo cuándo demonios me quedé dormido, pero aparentemente fue en el salón. Otra vez.
Kagura había vuelto a arroparme. Ella seguía tirada por ahí increíblemente dormida, acompañada por esa dichosa bola de pelo gigante.
Esta vez podía moverme sin mucho problema.
No sabía ni qué hora era.
Salí fuera y todo parecía bastante tranquilo. No habían discusiones ni peleas, y lo más importante, no estaban Hijikata o Zura para tocarme los huevos.
Gracias, Kami-Sama.
Decidí ir a dar una vuelta y tomar el aire. Al fin y al cabo no tenía ningún trabajo que hacer.
La gente iba de aquí para allá. Bastante aburrido. Cuánta monotonía.
—Jefeee —dijo una voz conocida—. Qué sorpresa verte por aquí.
—¿Okita-kun? —respondí al ver a quién pertenecía esa inexpresiva voz.
—¿Dando una vuelta? ¿En busca de putas sin cerebro? —preguntó aún con ese tono de voz desinteresado—. Si es así, puedo decirte dónde hay un par.
— Ah... No, sólo estoy tomando el aire —aclaré.
—Qué pena, hubiera sido divertido humillarlas un rato —parecía lamentar—. Bueno, como sea, jefe; Mayo 13 me enviaba a buscarte.
—Mayo--... —No me jodas. NO ME JODAS. KAMI-SAMA, NO ME JODAS—. ¿Hijikata...?
—Sí —afirmó mis temores.
—¿Qué... qué es lo que quiere de mí? —traté de averiguar.
—No lo sé, jefe. Sólo me ha ordenado que te lleve hasta él.
Venga ya.
VENGA YA.
¿¡ESTO VA ENSERIO!?
¿¡ES QUE NO ME VA A DEJAR EN PAZ NI UN SÓLO PUTO DÍA!?
—Ah… Ya veo… —empecé a estremecerme temiendo lo peor.
Okita me guió por las calles hasta que al fin logramos encontrar al idiota con fetiches de mayonesa.
Por lo visto tenía a más gente buscándome.
¿Qué coño quiere éste ahora de mí?
¿Por qué no se muere de una buena vez?
Una vez vio que Okita me había llevado hasta él, ordenó que todos se retiraran. O sea, que sólo quedábamos él y yo.
Kami-Sama, eres un capullo.
—Gintoki.
—¿Ah? —traté de ser lo más borde que pude—. ¿Qué quieres ahora? No me hagas perder el tiempo de esta forma.
—Está bien —aceptó sin rechistar.
—…¿En serio? —me quedé bastante sorprendido y desconcertado.
—Sí. Bien, verás... Quiero que vengas conmigo al parque de atracciones.
—¿Qué…?
—Que vas a acompañarme al parque de atracciones. Todo el día.
—¿Por qué demonios crees que voy a hacer eso? —repliqué al ver lo absurdo que sonaba aquello.
—Porque yo soy la ley y tú un ciudadano que debe cumplir órdenes.