Regresó con un par de recipientes colocados sobre una bandeja.
Una tetera. Té.
Al lado habían una especie de galletas.
Al menos eso parecía.Me sirvió la bebida en silencio, me acercó el cuenco lleno de galletas y entonces se sirvió a sí mismo un vaso de té. Tras aquello, decidió sentarse frente a mí.
—Estás en tu casa —murmuró justo antes de pegarle un apacible sorbo a la taza.
¿Qué se supone que debo interpretar con eso?
—Está bien —acepté con fingida indiferencia, y me limité a actuar tal y como soy: hora de hurgarse la nariz.
Aunque por lo visto estaba demasiado ocupado soltándose el kimono como para darse cuenta de ello.
Ahora podía apreciarse el torso con facilidad. La luz le llegaba desde la espalda, hecho que, añadido a su postura, le hacían ver como un mafioso esperando el momento oportuno para sacar a sus súbditos ninja y dejar que me mataran.Aunque tratándose de Hijikata...
...Lo haría con sus propias manos.
Eso suena aún más aterrador.
—Oye, ricitos —fijó la mirada en mí—. No has hablado mucho desde que salimos del parque de atracciones.
—No hay nada que decir —contesté mientras masticaba las galletas, aparentemente de arroz—. Bueno, sí. No tienes gusto ni para las galletas.
—Yo también te quiero a pesar de las canas, ricitos.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunté, ignorando su provocación.
—Porque se está mucho más cómodo y tranquilo aquí que en ese zoológico que tienes montado en ese intento de casa.
—…Buen punto.
—Además… —murmuró—. Aún sigo esperando una respuesta. A estas alturas ya debes saber a qué me refiero.
—Qué… siento por ti.
—Premio.
—En el parque de atracciones estabas siendo muy romántico, ¿qué ha sido de eso? —bebí con cierta irritación al ver cómo me acorralaba con sus intenciones.
—¿Quieres que sea romántico? —repitió con cierto interés—. ¿Hm? ¿Debo interpretar eso como un "te amo con toda mi alma y necesito tus caricias"?
—No. Interprétalo como un "deja de joderme una y otra vez porque me estás dejando más que claro que te odio" —repliqué.
—Oh, entiendo. Odias a la persona a quién has besado e intentado desvestir en más de una ocasión —se burló—. Suena muy creíble.
—Todo eso fue accidental o causado por confusiones —aclaré.
—Como digas, abuelo —comentó mientras se levantaba, para después sentarse encima del mueble, a mi izquierda.
—Hay otros tres lados en la mesa, ¿por qué te pones ahí? —pregunté conteniendo las ganas de empujarlo.
—Primero: Es mi casa. Y segundo: Quiero verte más de cerca.