XIX

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No me hacía ninguna gracia que, aparte de estar pasando olímpicamente de mi opinión, estuviera arrastrándome, literalmente, por los suelos.
Así que decidí deshacerme de su agarre y me levanté bastante desquiciado ya.

Como para no estarlo.
Es increíble que haya soportado a este idiota durante tanto tiempo.

Desde luego es comprensible por qué Okita tiene tantas ganas de deshacerse de él lo antes posible.

Sin embargo el perro del Gobierno volvió a agarrarme de la mano, esta vez con delicadeza, casi avergonzado -cosa que me desconcertó aún más-, y me llevó hasta la entrada esperando a que le indicara dónde demonios estaba el cuarto de baño.
Le abrí la puerta con increíble indiferencia, y él volvió a llevarme detrás de él hasta el interior de la habitación, cerrando, seguidamente, la puerta.

Suponiendo que tenemos un baño japonés, ya que el autor de esta mierda de narración no recuerda haber visto ninguna escena de la bañera de casa, sobretodo teniendo en cuenta que lleva una eternidad sin seguir viendo MI insuperable serie y que tiene una pésima memoria, lo primero que hicimos fue sentarnos en los pequeños taburetes que habían en el suelo, de modo que debíamos lavarnos antes de entrar a la bañera.
Hijikata, por supuesto, debía seguir tocándome las narices, decidiendo que me lavaría la espalda. Sí o sí. Y por obligación, porque "forma parte del contrato", yo a él también.

Kami-Sama, o Mayora-Sama, o quién sea... ¡Acabad de una dichosa vez con mi insoportable sufrimiento! ¡Esto no tiene ninguna gracia!

Para empezar nos lavamos los dientes. Creo que no hace falta explicar por qué. Detalles innecesarios que me ahorro.

Una vez terminamos, nos echamos agua y finalmente llegó el desagradable momento de lavarse la espalda.

Primero le tocó a él. Cómo no.

Empezó a restregar la esponja sobre mi espalda con sorprendente tacto. Yo estaba desconfiado y esperaba que fuera a hacer alguna estupidez que sabía que iba a acabar doliéndome o cualquier cosa así.
Sin embargo eso no sucedió. Se mantuvo tranquilo y callado, limitándose a lavarme la espalda.
Cuando se detuvo, di por hecho que era mi turno, así que me giré hacia él.

Pero como decía antes, hizo una estupidez. Por qué será que no me sorprende.

-¿¡Y a qué viene eso ahora!? -traté de averiguar mientras me restregaba frenéticamente la boca con el brazo.

-Procura hacerlo bien -comentó ignorando completamente mis quejas sobre su repentino y desagradable beso.

-¡Que sí, ya lo sé! -contesté molesto-. ¡Simplemente cállate y date la vuelta de una vez!

Yorozuya Gin-chanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora