XLIII

438 50 12
                                    

Dejó de besarme tras un rato, pero se puso a juguetear con los labios, como si intentara acariciarme con ellos. Seguía con los ojos cerrados.

¿Se está imaginando una escenita romántica o algo así?

Se separó sólo para empezar a darme un pico detrás de otro.

Estaba empezando a incomodarme semejante situación, por lo que estiré de su vestimenta, el kimono negro, con el objetivo de que dejara de hacer aquello.

Lo único que logré fue desvestirlo.

—¿Estás intentando decirme algo con eso, Gintoki? —murmuró mientras veía cómo había dejado su hombro izquierdo al descubierto.

—¿¡Eh!? ¡¡No!! —respondí nervioso tan rápido como pude—. ¡¡Tan sólo quería que te apartaras!!

—Pues creo que no ha sido muy efectivo —comentó entre burlas, tras lo cual se apegó lo suficiente como para ponerse a besar, e incluso chupar o mordisquear mi cuello.

Volví a agarrarle la ropa, acabando con el mismo resultado.

Si es que tengo mala suerte, no sé por qué vuelvo a intentarlo…

Hijikata se separó una vez más, me miró con el semblante inexpresivo, y acabó de quitarse las mangas del kimono.
Ahora tenía el torso al descubierto. Tanto los brazos, como el pecho y el abdomen estaban desnudos, cuyas formas y volúmenes bajo la luz que incidía en la habitación, sugerían una buena musculatura.

—¿Así mejor? —preguntó como si fuera aquello lo que había estado intentando conseguir.

—Repito: Sólo, SÓLO, quería que te apartaras —insistí al ver la confusión que había creado.

Hijikata me miró como si acabara de decir una mentira de lo más absurda.

Pfff… Ya quisiera él.

Volvió a estirarse, de forma en que continuó con lo que había estado haciendo antes de quitarse la parte superior de su vestimenta.
Esta vez, haciendo caso omiso a mis razones, me rodeó con los brazos y buscó la manera de ir deshaciéndose de mi ropa sin que me percatara de ello.

—Ey, ¿estás tratando de hacer lo que creo que quieres lograr? —cuestioné, tratando de apartar sus zarpas de mí.

—Tal vez.

—¿¡Es que no te entra en la cabeza que te odio a más no poder!? —me quejé tras fruncir el ceño, molesto.

—Teniendo en cuenta que antes has dicho que ni siquiera sabes qué sientes respecto a mí; no, no me entra en la cabeza. Sobretodo porque normalmente me resultas insoportable y, bueno, ya ves lo que estoy haciendo —se explicó con el rostro casi inexpresivo.

Yorozuya Gin-chanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora