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2: Cumpleaños



Siempre pensé que los dioses serían criaturas majestuosas, nobles, sabían diferenciar entre el bien y el mal, eran poderosos y estaban dispuestos a ayudar a los seres imperfectos que éramos nosotros, los humanos. Pero aquella opinión cambió hace días, cuando conocí a Yuichiro.

Yuu era el peor y único dios que he conocido. Era tan egoísta con todos. No le importaba nada ni nadie hasta el punto en que lo tuve que sacar de prisión como treinta veces y ordenarle que devuelva a los oficiales a sus cuerpos correspondientes. También, convirtió a un niño y a su madre en conejos. ¿Y todo por qué? Por un cochino rollo de canela y donas. No hacía más que comer esas dos benditas chucherías todos los días. Podría jurar que me he gastado un sueldo de ocho meses, comprándoselos antes de que él decida desatar un desastre a nivel mundial.

—¿Van a cantar o no? —inquirió sobre su asiento con deseo de atragantarse la torta de chocolate que le compré. Se le caía la baba de hambre y sus ojos brillaban de lujuria ante el postre.

En verdad, ninguno de los dos sabe cuándo nació, pero decidimos celebrar su cumpleaños un mes después de que llegase a la Tierra a insistencia suya porque encontró fascinante tener un día dedicado para ti mismo. Además, tiene el descaro de decir que yo lo he raptado de Neptuno y que debería hacerme cargo de él.

Suspiré ante lo infantil que podía ser y levanté la mano para que una de las señoritas del restaurante se acerque. Seguidamente, le pedí si podían cantarle Happy Birthday para que Yuu se deje de pendejo. Y así lo hicieron. Un grupo de empleados rodeó nuestra mesa y le colocaron unas velas largas que botaban chispitas. Los cinco comenzaron a cantar, llamándolo por su verdadero nombre al compás del enervante sonido de una pandereta. Mientras tanto, él aplaudía como un retrasado mental, profiriéndome un codazo para que cantase con él. Gruñí ante el gesto y empecé a festejar con ellos porque sé que si no lo hacía, tendría más de quinientos conejos en el local.

—¡Qué sople las velas!

—¡No se olvide de pedir un deseo!

—¿Un deseo? —murmuró pensativo, volteándose hacia mí—. ¿Qué quieren decir con eso?

La vez anterior, cuando celebré mi cumpleaños a la semana siguiente de su llegada en mi pequeño departamento, no le expliqué con lujo de detalles las cosas que se tenían que hacer durante esta conmemoración. Por mí, me encantaría que desee irse de vuelta a su planeta y que se quede ahí por siempre.

—Cuando cumples años, es tradición pedir un deseo antes de soplar las velas. Dicen que se puede cumplir si lo pides de corazón —repliqué incómodamente ante las miradas de los trabajadores. Tan solo quería que apague sus estúpidas velas, coma su pastel y nos fuéramos lo más rápido posible del centro comercial.

Él abrió la boca en completa sorpresa y agrado ante las noticias, se quedó calmado por varios segundos y las sopló con la más gran sonrisa que he podido ver desde su llegada. Todos los comensales y empleados aplaudieron, felicitándolo por haber cumplido veinticinco. Como tampoco sabíamos su edad, optamos por decirle a la gente que éramos del mismo año.

Con una dulce expresión, le agradecí a todos los presentes por unirse a la fiesta y que sigan disfrutando de su merienda.

—¿Qué deseaste? —cuestioné ligeramente curioso,cruzándome de brazos con la esperanza de no escuchar tontería alguna de suslabios.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora