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52: Rabietas



La misa había finalizado hace poco. Los monaguillos limpiaron el resto de los implementos que había utilizado y me ayudaron a devolver cada objeto a su sitio. Nos despedimos cordialmente y me retiré hacia el jardín. En la banca, una figura encapuchada se mecía de lado a lado con una canasta llena de chucherías.

Sin pensarlo dos veces, aceleré el paso y me encaminé hacia él.

—Yuichiro —lo saludé, sentándome a su costado—. Pensé que te quedarías en casa hoy.

Cuando se volvió hacia mí, noté que tenía manchas de chocolate en la comisura de los labios. Había muchos bombones y paletas multicolores en su cesta. También había envolturas abiertas, hechas una bolita. Como era de esperarse de un adicto al dulce, no paraba de atragantarse en plena mañana.

—Me hubiese gustado dormir más rato. Ni bien te fuiste, el padre Kimizuki me llamó personalmente y me dijo que las señoras de la congregación tenían un regalo para mí por Navidad. Salí por la ventana como un muerto viviente cuando escuché eso —rió entre dientes, destapándose—. Es mi primer regalo. ¿No es genial?

Quise ignorar lo último que dijo con una media sonrisa. Me irrité conmigo mismo por no haberle regalado nada por su primera Navidad. Había estado tan ocupado en el trabajo con las demandas de bastones de azúcar que me dormí de largo todo el bendito día. Solo le di un pequeño beso, del cual no volvimos a hablar más al respecto. Yuichiro notó mi molestia y se volvió a su montaña de diabetes. Rebuscó entre los tantos caramelos que tenía y me ofreció una barra de cereal.

—Un dulce para el chico más tierno de todo el universo —ofreció risueño—. Saliste tan rápido que no pude prepararte el desayuno. ¿No me odias, verdad?

—No podría odiarte, Yuu.

—¡Vamos! No te quedes así. Debes tener hambre. —Rasgó la envoltura con su canino y se llevó a los labios un pequeño pedazo—. ¿Ves? No está vencida. Come. A menos que quieres que te alimente como a un pichón.

Su hombro chocó contra el mío y sus labios se acercaron a mi rostro. Una gama de nerviosismo me invadió, haciéndome tomar la chuchería de inmediato.

—No digas tonterías —amonesté con un tenue rubor.

Mientras mordisqueaba el cereal, Yuichiro abrió otro paquete. Era un bizcocho bañado en chocolate. Curiosamente, no se lo atragantó de un gran bocado. Al contrario, parecía tomarse todo el tiempo del mundo, observándome con el rabillo. ¿Quería que comiéramos al mismo tiempo? Si fuese así, Yuichiro es uno de los dioses más considerados que he conocido. Son los pequeños detalles que enamoran.

—¿Estás bien?

Empecé a toser como perro viejo. La súbita realización de lo que acababa de pensar, solo hizo que mi cara se incendie. Yuichiro no solo me gustaba, acababa de admitir que me había enamorado de él. Eso explicaba las veces en que me imaginé qué sería de nosotros si fuésemos a una cita por el parque. Las noches en que suspiraba, acordándome de su sonrisa.

Yuichiro me dio otra palmada en la espalda.

—Sí, eso creo. Gracias.

—Parecía que te estabas muriendo.

—No del todo. Pero creo que moriría si... —divagué, mirándolo fijamente—. Yuichiro, ¿por qué decidiste quedarte conmigo todo este tiempo?

Sus ojos se agrandaron ante la interrogante.

—Tú me llamaste, Mikaela —contestó al instante—. Pronunciaste mi nombre, me despertaste y yo solo cumplí.

Mi corazón estaba considerando exprimirse por sí solo ante las noticias. Enmudecí por un buen rato, admirando sus orbes esmeraldas.

—¿Solo cumpliste? ¿Quiere decir que nunca tuviste deseos de quedarte a mi lado por tu cuenta?

Su nariz se arrugó e hizo un par de muecas que me confundieron aún más.

—Los escritos que tú leíste me guiaron hacia ti. No es la primera vez que alguien me invoca. Jamás he durado mucho tiempo en la Tierra. Tal vez me tenga que ir de vuelta a Neptuno cuando ya no tenga nada que hacer aquí.

Un grito apagado casi escapa de mis labios. Me tensé ante su respuesta. Debe de estar bromeando. No puede estar diciendo esas palabras tan frías con ese rostro. Ese no era Yuichiro. No es el Yuichiro que conozco. No puede ser posible.

Una lágrima resbaló, seguida de un río de éstas. Él continuó contemplándome con la misma vacía expresión.

—¿Solo estás aquí por diversión? ¿Solo soy un humano más que tuvo que entretenerte? Entonces te irás cuando te aburras, ¿no es así? Eres una basura, ¿lo sabes? —sollocé, escondiendo mi rostro entre mis palmas. No podía seguir viéndolo—. Actúas como un puto crío de quien tengo que cuidar, vives conmigo, pasamos por un montón de cosas y...

—Lo siento.

Mi puñetazo fue algo que no lo vio venir. Fue a parar directo sobre su nariz, con toda la fuerza que tenía. El chorro de sangre salía, ensuciando todas sus prendas y las mías. Yuichiro no parecía afectado en lo absoluto.

—¿Y qué mierda haré con lo que tengo adentro? —vociferé rabioso—. ¡C-CÓMO PRETENDES QUE ME OLVIDE DE TI CUANDO ESTÉS A MILES AÑOS LUZ, EN OTRO PUTO PLANETA! ¿QUÉ MIERDA QUIERES? ¿QUÉ ME COMPRE LA NASA Y VIAJE EN UN PINCHE COHETE?

La canasta cayó sobre el césped, volcando todos los dulces con gotas de sangre. Yuichiro se me abalanzó como si fuese nuestra última vez y me abrazó. Su caricia solo provocó que llorase con más ganas. Me prendí de él, ensuciándome el pecho con sus fluidos. No lo soltaría. No dejaría que se fuese, así tenga que enroscarme en sus piernas como un gato.

—No me puedo quedar a tu lado cuando tengo a otro ser en mi interior que puede hacerte daño. Es mejor si nos despedimos —susurró muy cerca de mi oreja—. Inicialmente, te hubiese hecho mi pareja de por vida, pero no esperaba que mi otro yo fuese a aparecer. Vi lo que te hizo y no me gustó para nada, así trates de ocultarlo.

—Pero yo... Yuichiro, yo te...

Me despegué de él y me limpié los mocos.

—Yuichiro, los dos son la misma persona para mí. Entiendo que tengas un lado difícil, pero es parte de quien tú eres. Yo solo dudaría de ti si decidieses abandonarme. Por favor, no te vayas. Tú eres mi mejor amigo.

Yuichiro esbozó una tímida sonrisa.

—Y tú, el mío.

—Entonces, ¿no te irás?

—Podríamos intentarlo. Quiero decir, podría enseñarte cómo domar a mi otra personalidad. No pensé en sugerirlo porque es mucho trabajo, pero escucharte decir eso, hace que me pregunte si estarías dispuesto a esforzarte por mí.

Asentí.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora