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54: Las zorras nunca ganan




—¡Pero miren nada más! ¡Hola, Yuu!

Aquella voz. No necesitaba ser un maldito mago para saber que la pasaríamos mal si nos quedábamos más tiempo en el centro comercial.

El día de hoy, habíamos decidido comprarnos una bonita vestimenta para el Año Nuevo. Como era un restaurante muy popular por hacer los mejores eventos, teníamos que ir de gala. La mayoría de mis trajes eran para el trabajo, y Yuichiro no tenía ninguno. Luego del altercado con René, pensé que sería un bonito gesto comprarle su primer atuendo por una fecha tan especial.

Lamentablemente, a la salida de la tienda, nos encontramos con mi peor pesadilla: Ferid.

—¿Cómo estás, mi querido hermanito? —pió, caminando hacia nosotros con grandes bolsas de compras.

—¡Ferid! —chilló Yuichiro, corriendo hacia él con los brazos abiertos.

Como si fuese una maldita película romántica, Yuichiro se lanzó sobre él para darle un fuerte abrazo de oso. Ferid dejó caer sus cosas adrede y lo recibió, dándole un par de vueltas por los aires. Se me revolvía el estómago de verlos. Y cuando me percaté que Ferid estaba demasiado cerca de sus labios, los aparté de un manotazo.

—No hay necesidad que lo hagas porque ya lo hicimos tres veces —comenté por lo bajo—. Si sabes a lo que me refiero.

Ferid dejó a Yuichiro sobre el suelo, ganándose las miradas de un par de espectadores muy curiosos. Él se volvió hacia mí con una aberrante mueca, la cual quería partir a puñetazos.

—No te creo —admitió con frescura—. Eres tan marica que te cagarías los pantalones antes de darle un beso. —Ferid se dirigió a Yuichiro—. ¿No es así, Yuu?

—¿Qué cosa? —preguntó extrañado—. No entiendo de qué están hablando. ¿Qué se supone que tenía que hacer Mikaela?

No podía creer que íbamos a tener una discusión al respecto. Es como si el universo se hubiese confabulado para que ninguno de los dos pudiese vivir en paz. Si no eran sus terribles hermanos, tenían que ser los míos.

—Nada, querido —replicó Ferid con sensualidad, deslizando su brazo por la cintura de Yuichiro—. ¿Qué te parece tomar un refrescante helado multicolor? Yo invito.

—¿Helado? ¿De verdad? ¡Genial!

Yuichiro cargó con los paquetes de Ferid, olvidándose por completo de los nuestros. Ambos empezaron a caminar delante de mí, agarrados de la mano. Las ganas de darles un par de bofetadas no me faltaban. Aunque, tampoco quería demostrar que estaba celoso. Sabía que Yuichiro me quería y no haría nada en contra de su buen juicio... Eso espero.

Los seguí en silencio hasta una heladería en el primer piso, cerca de la entrada. La mascota del local hablaba por el megáfono, ofreciendo descuentos de fin de año por la compra de tres bolas de helado. Ingresamos, tomando asiento en medio del salón y esperamos a que nos atendiesen.

—Pero qué falta de respeto, Mikaela —dijo mi hermano—. Pensé que tendría a Yuichiro para mí solito —añadió, pegándose hacia él como una serpiente.

—Mika, pareces enojado. ¿Estás bien? —preguntó Yuichiro—. Tú sabes que Ferid es muy gracioso y solo quiere hacerte sonreír.

Eso sí me dio risa. Ferid es una víbora que se quiere meter en sus pantalones, pero el muy inocente no se da cuenta. Antes de que pudiese maldecirle, el mesero nos trajo la carta para ordenar. Ferid había apoyado una de sus piernas sobre las de Yuichiro, acortando la distancia de sus asientos. A simple vista, parecían una pareja. Quería patear a mi hermano en sus joyas familiares.

—Solo pide tu helado para irnos, Yuu —gruñí, abriéndola sin leer absolutamente nada.

Cuando nos trajeron el helado, Ferid estaba jugando con fuego. Le estaba dando de comer en mi cara. Lo lamía él primero para ofrecérselo a Yuichiro. Hubiese mantenido la compostura hasta que empezó a embarrarlo con vainilla por la mejilla.

—Tienes un poquito cerca de los labios —advirtió Ferid, inclinándose.

—¿Dónde?

Sabía lo que quería hacer y no se lo iba a permitir.

Me paré de golpe, volcando mi propia torre de helado. Extendí mi brazo y tomé a Yuichiro del cuello de su polo, lo acerqué a mí y le planté un beso. Solo deseé que fuese uno rápido para demostrarle a Ferid que no podía salir con el hombre de su hermano menor. Pero en el momento en que Yuichiro abrió la boca, sacó su lengua y sentí el chocolate y la vainilla, no me pude controlar. Me apoyé sobre mis codos, lo cogí por la nuca y profundicé el beso.

—¡Consíganse un cuarto!

El comentario de una mujer me hizo reaccionar. Nos separamos. Yuichiro sonreía completamente embelesado. Casi intoxicado por la súbita caricia a plena luz del día. Ferid se quedó mudo, parpadeando reiteradas veces.

—Creo que eso es prueba suficiente, hermanito —dije con la respiración entrecortada, limpiándome la saliva restante—. ¿Nos vamos, Yuichiro?

Yuichiro no dejaba de brincar en una pata, mirándome boquiabierto. Para terminar con broche de oro, me topé con el payaso de los helados, le quité el megáfono y me volví hacia Ferid para decirle:

—Soy gay. Me gusta Yuichiro. Lo besé cuatro veces. Y no te lo pienso dar ni a ti, ni a nadie.

Escuché aplausos y quejas a la vez. No me importó.

En el camino, Yuichiro no dejaba de admirarme como si fuese el postre más delicioso de todos. De vez en cuando, lo encontré levitando y tarareando:

Mika me quiere, Mika me besa. Mika, Mika, Mika.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora