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8: Deshonor



Si los niños estaban felices, Yuichiro se encontraba en un nivel de euforia superior ni bien ingresamos al zoológico. Él corría de un lado a otro sin saber qué dirección tomar porque no se decidía entre la sabana africana o el acuario. Luego de leerse todos los paneles que encontró en el camino, se acercó a mi lado con ojos suplicantes. No estaba seguro de lo que me iba a decir, pero ambos sabíamos que mi respuesta sería un rotundo «No».

—¡Mikaela! ¿Por qué nunca me trajiste aquí? ¡Esto se ve divertido! ¿A dónde vamos primero? ¿Quieres ir al acuario o al jardín de las aves? —Chilló, plantándome el folleto del lugar en el rostro. Le arranché el mapa y noté que cada área estaba señalada.

—No he venido aquí desde que era un niño, así que supongo que la mayoría de los animales son nuevos para mí. En verdad, no tengo problema en ir a cualquiera de estos lugares primero.

Comenté al percatarme del intenso brillo de sus ojos. Yuichiro asintió varias veces, esperando por mi respuesta. Suspiré ante la graciosa expresión que estaba haciendo y asentí.

—Los cuidadores y los ayudantes de la congregación se encargaran de los niños, pero podemos dar vueltas no muy lejos de ellos. Te prometo visitar las que tú quieras, si te portas bien, ¿entendido?

—¿Entonces es un sí?

—S-...

No me dio tiempo de finalizar la frase y en un santiamén, lo tenía colgando de mi cuello, brincando como un saltamontes. Me tomó de la mano, despidiéndose de la madre superiora y los demás, arrastrándome por todo el camino. Gruñí fuerte y alto para que se detuviese porque no era un muñeco de trapo, pero me ignoró tajantemente, señalando el gran letrero de la sabana africana.

—¿Qué es esa cosa tan alta y torpe?

—Es una jirafa, Yuu. Es igual que tú porque el oxígeno apenas le llega al cerebro para entender una simple petición —reí entre dientes, observando si mi insulto tenía algún efecto, sin embargo, él solo arqueó una ceja en confusión.

Su única respuesta fue sacarme la lengua e irse al próximo animal. Tan típico de él.

Ambos caminamos por un número de áreas hasta que llegamos al jardín de las aves. Yuichiro no paraba de señalarme para que viese todas, pidiéndome que me acercase junto a él. Hubo un instante en que lo tuve que sostener de la cintura porque él creyó conveniente intentar elevarse por los aires para observarlas mejor.

—¡No! ¿Estás loco? La gente va a sospechar que eres un dios —mascullé al aferrarme a él para que se bajase de la baranda que estaba utilizando para tomar impulso.

—¡Pero yo quiero ver ese loro de colores! ¿Para qué has pagado una entrada si ni siquiera los vas a ver bien? —Protestó, inflando los cachetes al no salirse con la suya. De repente, él se tranquilizó y torció una perversa mueca—. Cárgame.

—¡Qué!

—¡Cárgame, Mikaela! —Ordenó juguetonamente.

Se cruzó de brazos y esperó a que hiciese algo. Mi intención no era a ponerme a pelear con él en ese lugar. ¿Quién sabe cuántos terminarían en conejos? ¿Qué sucedería si uno de ellos cae dentro de la jaula de los leones u otro depredador?

Con el dolor de mi orgullo y la destrucción integra de mi honor, extendí mis brazos para cargarlo como un crío. El rostro de Yuu cambió por completo a una cordial sonrisa y se tomó todo el tiempo del mundo para disfrutar de mi embarazoso momento.

—¿Qué estás esperando, idiota? —rugí con mis ardientes mejillas.

Yuu soltó aquella irritable risita y negó varias veces con una pícara sonrisa que desbordaba arrogancia.

Agáchate —ordenó al señalarme el suelo.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora