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37: Besos y más besos



Todos en la comunidad y los amigos de mi familia sabían que recientemente había logrado ser un sacerdote. Y podría jurar que se sorprenderían al verme colérico con las ganas de asesinar a mi hermano. Una gama de celos hizo que me quede bajo el umbral de la puerta, considerando golpearlo con una espátula o sacarle los ojos con los mondadientes.

—¡Mikaela! —pió Yuichiro, apartándose del meloso abrazo de Ferid—. Tú hermano es increíble.

Algo rompió mi corazón.

—Fue una terrible decisión al haberlo juzgado tan mal. Es un humano súper divertido.

Otro par de flechas lo destruyeron.

—¿Puedes creer que me ofreció ir a una de sus primeras pastelerías para pasar la tarde juntos?

Que alguien detenga a Yuichiro que mis sentimientos van a colapsar. Si no era un paro cardiaco, no me imagino qué clase de dolor había brotado en mi pecho que hacía que todos mis órganos se retorciesen de tristeza.

—Sí, genial —gruñí monótonamente, dejando que Ferid haga su escape en dirección a mis padres.

Yuichiro pasó por mi lado y se prendió de Ferid como cuando lo hace conmigo, chillando que todos sus postres son los más deliciosos que había probado en toda su celestial existencia. Mientras que mi imagen y esencia se derrumbaban. Sentí como una brisa se llevaba mis restos al más allá. Supongo que a eso le llaman tener una condición de gata celosa. Y no eran simples celos, yo sabía de lo que era capaz mi hermano y eso me asustaba.

Durante el transcurso de la merienda, verlo hacer sus avances frente a Yuichiro hizo que se me fuese el apetito. Pinchaba las salchichas y me las pasaban casi sin masticar. Juraría que también me mordí la lengua, pero no dije nada. Me sentía tan derrotado. A comparación de Ferid, quien ha sido un extrovertido desde que lo conocí, nunca ha tenido problemas en conquistar a cualquier hombre que se le pusiese en frente. Desde altos corporativos hasta artistas nacionales.

—Parece que nuestro Ferid ha tomado interés en ti, Yuichiro —comentó mi madre, dándole un bocado a uno de los chorizos—. ¿No crees que es muy guapo?

Era una de las preguntas que no quería escuchar ni en un millón de años. Ferid sonreía triunfante, después de haber sacado cada coqueto truco bajo su manga. Desde pedirle la sal, tocar el mismo cucharon a la vez para servirse la ensalada, verter el vino sobre su copa y sentarse a su lado, palpándole el muslo y diciéndole qué tan varoniles eran sus manos. Cada recomendación que ponían en las revistas las había seguido al pie de la letra y Yuichiro caía en ellas todas las putas veces.

Yuichiro alzó la mirada de su enorme porción de torta de chocolate lleno de caramelos de menta y contempló a Ferid.

—Sí, Ferid es mi tipo.

Sentí que mi corazón había sido pateado lo más lejos posible. Lo habían sacado hasta la luna, dejándose aplastar por todos los meteoritos. Lacus me observó en silencio mientras que mis padres se regocijaban. Ferid parecía estar en su nube, victorioso. Por un segundo, consideré en ponerme de pie y salir huyendo dramáticamente como en las novelas. Pero sería tan cliché que me zampé el resto de mi vino y lloré internamente.

—Es como un hermano para mí —agregó Yuichiro—. Es igual de bello que Mikaela, pero... —murmuró, llevándose la cuchara a los labios. Nuestras miradas se cruzaron—. Prefiero a Mikaela cien veces más. Mikaela definitivamente es lo que andaba buscando.

Creo que he vuelto a revivir al escuchar esas palabras. Mis padres se quedaron bastante picados, deseosos de saber qué quiso decir con ello. Y de vez en cuando, nos daban cómplices miradas que indicaban que lo aceptaban. Posiblemente les diga la verdad, una vez que me sienta más cómodo con mi propia orientación sexual. Felizmente, luego de la confesión de Yuichiro, Ferid ni se inmutó en seguir con su sucio juego y se excusó para irse al trabajo de último minuto.

En el jardín, con un par de tragos en mano, Lacus se sentó a mi lado y me ofreció uno.

—¿Por qué no le dices para salir? —insistió como aquella vez—. Es tan obvio. Hasta mamá y papá sospechan. Me preguntaron si en verdad era tu amigo o algo más.

—¿De verdad te preguntaron eso? —me volví hacia él, sorprendido—. No lo sé. No creo que sea buena idea —le confesé, dándole un sorbo—. Prefiero esperar un poco más.

Lacus se encogió de hombros y asintió.

—Yuichiro está perdidamente enamorado de ti. No necesitaba pasar todo el día con ustedes la primera vez que lo conocí para saber que andaba más colado que perrito faldero —canturreó, incorporándose—. Hablando de perritos...

Lacus saludó a Yuichiro, pasándose de frente para ingresar de vuelta a la sala. Una vez que se adentró a la cocina, Yuichiro se aproximó y se sentó a mi lado, rodeando mis hombros con su brazo.

—La comida me ha caído pesada —gruñó, recostándose sobre mí—. Creo que no comeré nada por un par de días.

—Eres un glotón. Ese es el problema.

Yuichiro asintió, riéndose.

—Al menos sé que me cuidarás cuando me dé dolor de estómago y me prepararás ese brebaje para mejorar —murmuró, acurrucándose—. Así me dan ganas de enfermarme más seguido.

—No digas idioteces —le advertí—. Dices que yo te gusto y me haces la vida imposible. ¿No se supone que deberías velar por mi bienestar y hacer mi vida menos complicada? —refunfuñé indignado—. ¿Y cómo es eso que tu tipo es Ferid? ¿Qué hizo mi hermano contigo? Mira, si quieres anda detrás de él —continué ofuscado, cruzándome de brazos.

Yuichiro se levantó y llevó su mano bajo mi mentón, acercando su rostro al mío. Podía sentir un fuerte olor a alcohol. Parece que mi padre lo había hecho brindar varias veces.

—Últimamente te he visto observándome muy diferente —replicó en un tono neutral con un fino hilo de advertencia—. Dices que yo no te gusto, pero la forma en que actúas dice lo contrario. ¿No se supone que deberías dejar de negarme y hacer mi vida menos complicada?

—¿Q—qué?

No podía contestar a todo eso. Otra vez el retumbar de los tambores en mi pecho hizo que pierda la fuerza y la ilación de mi oración. Mis pensamientos se acumularon, haciéndome estallar la cabeza.

—Mikaela —dijo tranquilo, besando mi mejilla—. Yo siempre velo por tu bienestar porque te amo —agregó sonriente—. No iré detrás de él... —susurró seductoramente, rozando sus labios con mi nariz, descendiendo lentamente—. Quiero ir detrás de ti.

—¿Qué es lo que te gusta tanto de mí? —lo interrumpí cuando nos íbamos a besar.

—Todo —contestó con firmeza—. Desde la forma en que reniegas, cuando sonríes, cuando duermes y despiertas con una carita gruñona. Podría seguir listando todo lo que me llamó la atención y lo que me capturo —pió entre risas.

Y guardamos silencio.

—¿Me vas a besar o no? —susurré, armándome de valor y alzando mi rostro.

Yuichiro se había quedado dormido sobre mi hombro.

—Puto... —maldije, llevándome mis manos al rostro con un fuerte rubor en mis mejillas.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora