5: Farsa
Apurado, corría con mi maleta y un par de bolsas con los ingredientes que una de las monjas me había pedido. Llegué hasta la esquina de la iglesia, donde el bus se había estacionado y entré lo más rápido posible. Rojo de vergüenza, me disculpé con el conductor y las monjas que estaban ahí por haberme levantado tarde.
—No se preocupe, padre. Entendemos que debe de estar exhausto con todo lo que hace día a día —dijo la Madre Mitsuba, dándome unas cuantas palmadas en la espalda. Le sonreí y le agradecí por el gesto.
Tambaleándome con todos los paquetes, me senté en la última fila y agradecí a Jesucristo por no haber tenido ninguna clase de problemas antes de abordar el vehículo. Y me calmaba el saber que Yuichiro seguía durmiendo cuando me fui. Puede que le obsequie los pasteles sobrantes si se porta bien durante estos tres días que estaré ausente.
Me desparramé de alegría y saqué el libro que estaba leyendo mientras esperaba que el carro se pusiese en marcha. El gran autobús de la congregación se encendió y empezó a andar por las estrechas calles del distrito hasta que el impacto hizo que soltase mi novela, dejándola que se deslicé hasta la mitad del pasadizo.
—¿Todos están bien? —pregunté alarmado ante la brusca frenada del conductor. Las monjas y ayudantes de la iglesia asintieron para alivio mío—. ¿Qué ha ocurrido? —Alcé la voz, encaminándome hasta la parte frontal.
Mi corazón dejó de latir al escuchar su voz.
—¿Quién es ese joven?
—¡Nadie! ¡No lo conozco! Por favor, ponga el bus en marcha —dije con nerviosismo al ver a Yuichiro con una bolsa de plástico, alzando sus brazos para que llamase la atención de todos los pasajeros—. ¿Por qué estaba vistiendo mi ropa?
—Pero, padre, parece que le conoce a usted. ¿No ve su gran sonrisa?
—¿Cómo va a conocerme? Ni si quiera sabe mi nombre —le contesté a otra de las monjas, riendo para esconder lo horrorizado que estaba de verlo. Para colmo, el desgraciado había traído su mochila.
—¡Mikaela! ¡Te olvidaste de la crema chantilly en sobre y el rodillo! —gritó desde afuera, destruyendo mi farsa por completo.
Toda la congregación me observó detenidamente y no tuve más remedio que pretender ser amigable con él.
—Puede que él haya estado yendo a misa. Curioso que sepa mi nombre.
Sus miradas tenían un brillo de sospecha y me limite a guardar silencio.
El conductor estacionó el vehículo a unas cuadras más abajo. Él abrió la puerta y pude ver por uno de los espejos laterales como Yuichiro corría, cargando con ambos paquetes y esa enervante alegría. Lo quería matar a rodillazos.
—¡Mikaela, te olvidaste de esto y de esto! ¡También de esto! —Chilló, mostrándome casi todos los implementos que tenía en la cocina.
—¡Muchas gracias! —Murmuré con una de mis más falsas sonrisas, arranchándole la bolsa por completo, conteniéndome las ganas de golpearlo con la misma—. ¡Ahora, ya te puedes ir!
Yuu se vio sorprendido por el gesto, parpadeando un par de veces. Supongo que debe ser porque no le he gritado hasta ahora y estoy actuando de lo más amable. Le volví a agradecer y le pedí al conductor que cerrase la puerta, pero una voz pronunció una oración que no quería escuchar. Pasé saliva y le pedí que volviese a repetir su petición.
—¿Por qué no invitas a tu amigo para que nos acompañe? Puede que nos falte manos para todos los preparativos —insistió una de las madres superioras al ver toda la escena. A ella no se le escapaba nada.
Estuve a punto de inventarme una excusa, pero Yuichiro se adelantó al abrir la puerta con una fuerza sobrehumana, abordando el carro.
—¡Me encantaría! —pió de felicidad al empujarme, tomándome de los hombros para que nos fuéramos a sentar—. ¡Encantado de conocerlos a todos! —exclamó con suma felicidad, diciéndole a todos su nombre y que le podían llamar como quisiesen.
Arrastrando los pies, me fui hasta la última fila con unas ganas locas de pegarme un tiro. Ni bien tomamos asiento, lo pulvericé con la mirada, pero él no parecía inmutarse. Al contrario, se le notaba más que satisfecho con lo que acababa de hacer. Hasta tuvo el descaro de guiñarme un ojo.
—Eres exasperante, ¿lo sabías? —susurré al llevar mis manos a su cuello para asfixiarlo y tirar sus restos en una sequía.
—Me alegro de poder ir. Quería compartir más tiempo contigo —dijo de improvisto, haciéndome sentir brutalmente incómodo. Suspiré hinchado por cómo se desenvolvieron los sucesos y pegué mi frente contra el vidrio.
Estaba quedándome dormido hasta que mi alarma interna sonó al escuchar que alguien le estaba ofreciendo comida. Al levantarme, uno de los ayudantes le estaba dando marshmallows y Yuichiro accedió de inmediato.
—Ni pienses en causar problemas... —refunfuñé al verlo atiborrarse con casi toda la bolsa.
Él rió y me negó con la cabeza.
—Te prometo portarme bien.
Y así, Yuu se embutió todo el contenido. Felizmente, se lo habían regalado, así que no tuvo que arranchárselos a nadie ni convertir a ninguno de ellos en conejos. Aliviado, me recosté sobre el vidrio y los parpados me empezaron a pesar. Súbitamente, una cálida mano se posó en mi cabeza, forzándome a recostarla sobre una suave superficie.
—Descansa —escuché a lo lejos.
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¡Mi dios es un ladrón de dulces!
Fanfiction[MikaYuu x YuuMika] "¿Sabe que acaba de cometer un delito?" Yuichiro esbozó una sonrisa, le arranchó las donas al oficial y chasqueó sus dedos. "¿Y usted sabía que ahora comerán zanahorias?" Frente a los dos hombres, ahora había tres conejos. "¡Po...