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42: Mi amigo Lest



—No cojas nada —le advertí, avanzando por los amplios pasillos—. Solo tomaremos lo que necesitamos y nos iremos de inmediato.

Yuichiro me siguió de cerca, admirando la enorme cantidad de libros y gente que se desvivía por comprar todo lo que pudiese. Y no los podía culpar, la noche de hoy estaba en una tentadora oferta por 35% de descuento. Naturalmente, era la ocasión perfecta para conseguir la guía necesaria: ¿cómo hornear galletas?

—El padre Kimizuki no dijo nada sobre realizar la comida nosotros mismos —murmuró, cogiendo cualquier libro de las repisas. Cada vez que hacía eso, los tenía que devolver—. No entiendo por qué simplemente no le pides a Ferid que haga todo ese rollo.

De detuve en seco, tambaleándome cuando Yuichiro se chocó contra mi espalda. Exasperado, giré a verlo y lo tomé de la muñeca, decidido a arrastrarlo por todo el lugar. No tenía la menor intensión de empezar a discutir con él, mucho menos a pagar por cualquier accidente que él pueda generar.

—Ni te atrevas a nombrar a esa víbora frente a mí —raspé entre dientes—. No necesito la ayuda de F—... mi hermano. Puedo hornear una bandeja de galletas sin su ayuda —ladré cortante—. ¡Ahora, sígueme!

—Qué renegón que eres —susurró.

Solo le disparé una de mis más reacias miradas para mandarlo a callar.

Cuando nos adentramos a la sección de preparación de dulces, no podía cuidar de Yuichiro a la vez porque pensé que se había vuelto loco. No importa cuántas veces le diga que no toque nada, él lo hacía para darme la contra. No tenía ningún problema con su curiosa naturaleza, pero temía que fuese a romper uno de esos tomos. Algunos eran baratos, otros eran lo que podría ganar en un mes. Considerando mi decadente economía por los súbitos gastos de este año, no podía desperdiciar ni una sola moneda.

—¡Está bien! —le dije—. No me pongas esa cara.

Yuichiro infló los cachetes, se cruzó de brazos y se sentó en medio del pasadizo con un señor puchero. De tratarlo de mover a la fuerza, no lo hubiese podido mover ni un poquito. No me quedaba de otra que ser más inteligente que él y ver la manera de chantajearlo.

—Te llevaré a la sección de tiras cómicas —le ofrecí.

Mi dios se paró de golpe, meneando sus caderas con sus grandes ojos verdes que parecían resplandecer como dos bengalas. La imagen era lo suficientemente tierna como para empezarme a derretir en el acto. Tuve que controlarme para no caer en la tentación.

—¿De verdad?

—Sí, siempre y cuando no cojas nada que este apilado. Hazlo con cuidado —indiqué—. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —me dijo, llevándose la mano al pecho—. No faltaré mi palabra.

La sección de cómics estaba repleta de jóvenes de mi edad y chicos mucho menores que yo cuyos ojos no podían ser despegados ni con la esbelta figura de una mujer que iba pasando por ahí. Cuando vimos un par de libros que llamarían su atención, le avisé que continuaría buscando del otro lado de la librería.

—No te muevas de aquí hasta que yo vuelva, ¿entendido?

Yuichiro asintió.

No estoy seguro de cuánto tiempo me demoré en encontrar las recetas para preparar las galletas más deliciosas y divertidas para este Halloween, de lo que sí sabía era que no tenía que volver por Yuichiro tan pronto ni llegar a la caja registradora. ¿Por qué no entretenerme y buscar algún libro que me pueda disfrutar en mis tardes libres?

Me desvié de mi camino y me adentré a una sección un poco embarazosa. En comparación al grupo de chicos que encontré, todo el salón estaba repleto de muchachas de todas las edades. Lo más curioso fue ver mujeres de edad mayor cuchicheando entre ellas. Se habían conglomerado como hienas viejas, apuntando distintas páginas del tomo que cogieron. Detrás de ellas había una montaña del mismo libro: ¿Cómo besar al Señor Correcto?

Con un poco de recelo, ganándome mucha fama, me vi leyendo la parte posterior.

¡El Señor Correcto no es un mito! Después de haber leído mi primer libro, ¿Cómo conseguir al Señor Correcto en 21 pasos? Les presento la forma de encantarlo con tus labios. ¿Quién no querría ser la princesa que despierta el candente deseo de su hombre? ¡Pruébalo ya! No solo lo tendrás pidiendo por más, podrás seducirlo con una técnica que se ha practicado desde la invención del Kama Sutra. Te ofrecemos los 50 tipos de encantos que pondrán a prueba tu lado femenino. ¡Qué esperas! ¡No dejes que el Señor Correcto se te escape!

No creo que eso sea lo que busco. O tal vez sí.

—¡Caramba! —exclamé sorprendido—. ¡Hay una versión para la versión masculina!

Antes de comprarlo, me metí en una esquina muy estrecha y comencé a leer un capitulo al azar.

Capítulo 18

El Señor Correcto caerá a sus pies si puede encender la llama de la pasión. Si aplica estás travesuras, podrá despertar el interés de su pareja. Como mi amigo Lest. Él es un joven muy apuesto que siempre ha tenido suerte con los chicos, pues andan detrás de él como niños gordos por una torta de chocolate.

Una vez, conoció a un hombre que siempre frecuentaba la misma cafetería en su trabajo. Todos sabían que aquel hombre tenía la fama de salir con hombres muy guapos y encamarlos, pero tenía la tendencia de dejarlos después de andar como perrito faldero tras ellos por un par de días. En una de esas mañanas, Lest llamó su atención y lo invitó a salir. Mi amigo no dejaba de ver su taza de café y le respondió con suma inocencia que no iba a irse a una cita con un completo extraño. Después de tomarse el último sorbo, le dijo juguetonamente que si deseaba, podían entablar una amistad y ver a dónde los llevaría su relación a partir de ese punto. Ese empresario se quedó con la boca abierta, pues no había tomado la actitud tan predecible de los demás. Lest se había hecho respetar y tomó las riendas del asunto a su manera.

Es típico en los hombres astutos poner sus encantos en su fingida inocencia y pretender ser completos caballeros.

Es interesante, pero no me decía cómo besar a Yuichiro.

—¿Qué lees?

Cuando se apareció frente a mí, casi pego un grito. Me llevé el libro entre mi chaqueta y Yuichiro se me abalanzó para arranchármelo. Forcejeamos, chocando nuestras espaldas contra las repisas y volcamos varios libros. En nuestra riña, escuchamos cómo el papel se separó de la tapa del libro.

—Mierda...

Yuichiro sostenía la mitad de éste.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora