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36: ¡Es mío, perras!



Mi vida ha dado un giro que me ha dejado de cabeza. Cada vez que veo a Yuichiro, no paro de sentirme raro. Todo comenzó desde esa noche en el parque de diversiones. Me había quedado tan embelesado que se me hace difícil concentrarme en el trabajo. Y para empeorar las cosas, me olvidé de ciertas frases que usualmente recitaba en la misa. Todos los de la congregación se me quedaron mirando cuando dije Te lo pedimos, Señor primero, en vez de decir Roguemos al Señor para que la gente conteste.

¡Vergüenza total!, deseé chillar, tirándome sobre la ropa que había elegido para ir a visitar a mis padres. Tampoco puedo comer tranquilo porque lo tengo a mi lado todas las horas, todos los días. Sé que no me debería estar pasando a mi edad, pero no me imaginé que me fuese a flechar tan duro. Y lo que pasó ayer cuando fuimos al supermercado a comprar las salchichas y el vino, el tomarnos de las manos hizo que mi corazón estalle. Y cada vez que está ocupando, mirando por la ventana tiene una tranquila expresión que lo hace ver tan maduro. Sus ojos verdes, su cabellera azabache y su físico lo hacen ver tan... perfecto. Tampoco me pude contener al probarle uno de los pantalones que ya no me quedaban. Sus nalgas encajaban a la perfección.

¡ALERTA! ¡ALERTA!

Me llevé las manos al rostro. No podía creer que había caído tan bajo como para imaginarle las cosas más impuras con Yuichiro. Sacudí mi cabeza, tratando de apaciguar mis hormonas. Algo estallaba dentro de mí cada vez que hablábamos o lo viese hacer cualquier cosa. No había sucedido antes, pero tampoco podía mantener una conversación civilizada. Me vi tartamudeando o preocupándome de lo que fuese a pensar cada mañana cuando me alistaba para ir al trabajo. O me enojaba cuando entraba y me veía desarreglado. ¡Válgame! Hasta me compré un perfume nuevo cuando dijo que me cabello olía bien.

¿Qué mierda me está pasando?

—¿Mikaela? —me llamó, ingresando a mi habitación—. ¿Ya estás listo?

Me quedé petrificado. La ropa de Lacus hacía que su contorneado cuerpo se note más. Y ese asqueroso pensamiento se cruzó por mi mente de forma tan descarada que quería exorcizar mi cabeza: Quiero un pedazo de ese trasero esta Navidad. ¡Ni yo mismo me conocía!

—S—sí —contesté nervudo.

En el auto, no paraba de estar consciente de todo lo que hacía o decía Yuichiro. Cuando nuestras rodillas chocaban, cuando nuestros dedos también lo hacían o cuando él se pegaba más a mí, empujándome con su hombro. Hasta noté facciones y expresiones que antes no les tomaba importancia como los hoyuelos que se formaban cada vez que sonreía o el divertido parpadear que hacía cuando algo pescaba su interés. Y qué decir de sus manos. Su suavidad o la forma protectora en que las colocaba alrededor mío cuando caminábamos o nos tomábamos de las manos para cruzar la calle. Todo hacía que mi corazón se aceleré.

Al llegar a casa, Ferid fue quien nos recibió y vio de mala cara cuando llegamos con nuestros dedos entrelazados. Sin embargo, su expresión cambió al volverse a Yuichiro y lo despegó de mi lado, tratándolo como a muchos de los hombres con los que usualmente salía.

—He escuchado que te gustan mis postres, ¿te gustaría probar uno nuevo que he estado practicando para mi próxima tienda?

No había necesidad de decirle más para tener a Yuichiro bailando la macarena sobre la palma de la mano. Él accedió de inmediato, saludando de pasada a mis demás familiares para perderse en la cocina.

—Parece que alguien encuentra la compañía de Yuichiro muy esencial —bufó Lacus con esa petulante mueca—. Si yo fuera tú, no les despegaría ni un ojo.

—No tengo por qué estar pendiente de él —le aseguré, ligeramente irritado—. Él y yo no tenemos ese tipo de relación.

Lacus hizo danzar una de sus cejas de forma incriminadora y se encogió de hombros. Ambos caminamos hasta la terraza y saludé a mis padres, quienes habían armado la mesa y seguían dándole vuelta a la res.

—¡Mika! —me llamó mi padre con una botella de cerveza en mano—. ¿Cómo estás? ¿Dónde está tu amigo? Tu madre y yo compramos carne extra para que rompan la dieta.

—Se acaba de ir con Ferid —repliqué, colocando el vino sobre la mesa—. ¿Dónde dejo las salchichas? También he traído palitos si deseas que las pinche.

—No es necesario —intervino mi madre, tomando la bolsa—. Las pondremos así en la parrilla. De todas formas, la sangre de la carne le dará un sabor especial —me aseguró—. Espero que a tu amigo le guste —agregó, divisando la puerta que daba a la cocina—. Parece que tu hermano ya le puso ojo.

El comentario lo entendí a la perfección y me encabronó un poco. Lacus se percató de las arrugas que se formaron en mi frente y siguió escuchando la conversación con entretenimiento. Por supuesto. Mis padres solo sabían que Ferid era homosexual. No se imaginan que yo también lo era. Felizmente, no lo juzgaban. Al contrario, no le tomaban importancia y hablaban de sus pretendientes como si fuese algo natural.

—No creo que sea el gusto de Ferid.

El golpe de la puerta hizo que nos volteáramos a ver una cómica escena que hizo que quiera partirle la cara a mi hermano. Crema chantilly sobre la nariz de ambos, riéndose y relamiéndose los dedos. Y para enojarme más, Ferid me sonrió como si supiese cada insulto que le dedicaba y limpió la mejilla de Yuichiro para llevarse el dulce a los labios.

—Ni en tu puto sueño —gruñí en dirección a ellos.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora