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55: Especial de Año Nuevo



—Nada de convertir a la gente en conejos, ni levitar, ni hacer una de tus payasadas —le advertí, tironeando de su corbata de lazo.

Yuichiro asintió sin prestarme mucha atención, y continuó caminando a mi lado sin dejar de voltear su cabeza en todas las direcciones posibles. La enorme cantidad de gente lo ponía de buen humor, los aromas que desprendían el banquete y la música de fondo. Mi dios no sabía para dónde mirar. Creí que sus ojos se saldrían de orbita por la magnitud del evento.

—¡Mika! ¡Esto es... increíble! —chilló, girando sobre su sitio en el descanso de las escaleras—. Es como si estuviésemos en una de esas películas.

En el momento en que ingresamos, el restaurante se convirtió en un lugar de ensueño. Nos recibieron con un caluroso saludo y un ramillete de rosas para mi pareja, quien prefirió adornar su cabellera azabache con una de ellas, en vez de ponérselo en el lado derecho de su chaleco. También nos ofrecieron los lentes, gorritos y todos los accesorios prometidos. Yuichiro se los colocó de inmediato.

Teníamos la alfombra roja a nuestros pies, guiándonos desde la entrada principal hasta el segundo piso. Cuadros colosales con figuras pintorescas que nos acompañaron en la subida, hermosos candelabros de araña que nos iluminaron cada paso.

—Nuestra Navidad resultó ser un poco aburrida. Pensé que esto sería más de tu agrado. En especial la enorme cantidad de comida que nos espera.

—Y así dices que no soy tu dios —replicó risueño, dándome un suave empujón con el codo—. Sabía que me querías, Mikaela.

Me ruboricé un poquito por la pícara sonrisa que me demostró. Hesité por unos segundos, pero no me cohibí como lo hubiese hecho antes y se lo dije:

—Sí, te quiero. ¿Y qué?

Las rojísimas tonalidades de Yuichiro hicieron que suelte una risita. Él no supo que decir, quedándose parado un escalón más abajo que el mío. Supongo que los papeles también pueden cambiar de vez en cuando. Viéndolo tan confundido y alegre a la vez era una de las cosas por las que vivía. Le extendí mi mano. Yuichiro la tomó y se me adelantó, jalándome con él. Y al llegar a la cima con los brazos entrelazados, admiramos a todos los invitados y el bellísimo ambiente que nos esperaba.

Los músicos de la orquestas se estaban acomodando, la gente caminaba de lado a lado con sus platos, otros charlaban y se carcajeaban. Mujeres con finos vestidos, caballeros con trajes importados y familias enteras muy bien arregladas. Un par de niños se chocaron contra nuestros muslos, rodeándonos como mininos mientras jugaban a las escondidas. Definitivamente, sería una noche especial.

—Muy buenas noches. Permítame guiarles a su mesa —ofreció un joven mozo, impecable de pies a la punta del pelo.

Había reservado nuestros asientos muy cerca del escenario. Quería que Yuichiro disfrute de todo lo que le podía ofrecer esta noche al máximo. Nuestra mesa había sido acomodada con diferentes tamaños de copas y cubiertos, las servilletas de tela habían sido acomodadas en singulares sobres con el logo del restaurante. Seguidamente, otro hombre con una cadena de plata enorme con una especie de pendiente al medio, nos saludó.

—¿Vino para los caballeros?

El espumante dorado burbujeaba al igual de rápido que mi corazón. No había pasado mucho tiempo desde que estábamos cara a cara, contemplándonos. Yuichiro apoyó su mentón sobre sus palmas, fijando su mirada en mis orbes. Ahora que él se encontraba peinado, perfumado y divinamente vestido; me sentía como si esto fuese una propuesta de matrimonio. Yo lo invité; sin embargo, no me imaginé que su viva imagen tuviese un efecto letal. Como un mero dios con los cabellos revueltos, las leñas pegadas, el rastro de saliva por su mejilla lo hacían ver tierno. Con un poco de aseo personal, lo hacía ver suculento y casi envidiable. Ya perdí la cuenta de las veces que varias muchachas giraron a verlo.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora