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4: Lástima



Pensé que las venas de mi frente iban a explotar de rabia cuando mis prendas salieron volando fuera de la mochila, mezclándose entre sí con una bolsa de harina que me explotó en la cara cuando baje el cierre. No tenía que ser un dios para saber quién era el culpable, pues su estridente risa me llegó a los oídos desde el otro cuarto.

—¡Yuichiro! —Tosí y escupí todo el contenido blanco que se me había metido hasta la garganta. Me sacudí la melena y achiqué los ojos de cólera absoluta al verlo.

Una cabecilla negra con una inocente expresión apareció por un costado de la puerta, sacándome la lengua. Yuu entró con otra mochila igual de grande y se sentó sobre mi cama con una cara que me decía todo lo que necesitaba saber. Y yo ni muerto, iba a dejar que eso sucediese. No quería que me metiese en ningún lío.

—No. ¡Ni lo pienses! —Sentencié, intentando controlar mi mal humor. Dejé que se queje todo lo que desee mientras me disponía a recoger mi ropa interior de la alfombra cubierta del blanco polvo.

Para no seguir ensuciando más, salí al balcón con mis calzoncillos para sacudirlos. Yuichiro me siguió y se aferró a mí, dándome una tímida sonrisa, levantándose su polo para mostrarme su blanquecino pecho de porcelana. ¿Quería seducirme? Está demente.

—Eso no funciona conmigo —bufé al apartarlo para volver adentro.

Él ingresó conmigo y se tiró sobre mis sábanas con todo y zapatillas.

—¡Por favor! ¡Yo también quiero ir! —suplicó berreando, meciéndose para atrás y delante como cuando un niño no se sale con la suya. Tiré toda mi ropa sobre la cama y le negué con la cabeza un sinfín de veces—. ¿Por qué no? ¡Siempre estoy en casa!

—Porque siempre causas problemas cuando estamos fuera. ¿Recuerdas la vez que te peleaste con una niña de cinco años porque no te quería convidar su paleta multicolor? ¡La madre pensó que éramos dos degenerados! ¿Y sabes que es lo peor? Que era de nuestra congregación. Desde ahí, no ha vuelto a la iglesia —espeté en desagrado ante el recuerdo, sacudiendo mis pantalones y polos. Yuu se mordió el labio, seguramente mostrando algo de arrepentimiento—. Te quedarás en casa hasta que vuelva.

Yuichiro suspiró y me miró suplicante para que le permitiese acompañarme, pero yo ya había tomado una decisión. No quería que él fuese al orfanato conmigo porque si se enterase que íbamos a dar una fiesta para todos esos niños, se comería hasta el último bocadito y no quería tener niños lloriqueando a mares, con sus mocos colgando ni conejos pequeños dando vueltas por el patio.

Tomé a Yuu por la muñeca y lo arrastré fuera de mi cuarto.

—¡Hasta mañana!

Y le cerré la puerta en la nariz con llave.

Terminé de ordenar todo y me recosté sobre mi cama. Al recordar su rostro, me dio algo de pena pues tenía razón en parte. Él siempre se queda en casa cuando no estoy y me da la impresión que tal vez esa sea la razón por la cual es tan malcriado. Tan maleducado como un infante... Si se portase un poco mejor, puede que lo llevé en otra ocasión.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora