26

1.1K 207 7
                                    

26: Un dios responsable




No sabía si llorar o reír cuando abrí la ventana.

Las cifras de mi cuenta bancaría habían disminuido notablemente. En estas últimas semanas que he estado con Yuichiro, he tenido que gastar por dos personas. No solo le compré ropa, sino también cientos de postres para mantenerlo tranquilo. Todos los benditos días, él tenía que probar uno nuevo o me armaría un escándalo peor que un crío.

Mi única respuesta ante mi infortunio fue suspirar amargamente y despedirme de la laptop que tanto quería comprar este año. Posiblemente, ella no llegará hasta después de un año de ahorros. Y al paso que voy, pongámosle otro par de meses más.

-¿Por qué estás con esa cara?

Yuichiro había aparecido como por arte de magia, dándome un ligero susto. Él se acercó a mi escritorio y le dio un vistazo a lo que tanto contemplaba con dolor. Hemos pasado bastante tiempo juntos desde su llegada, así que ya estaba familiarizado con la tecnología de alguna manera y entendía que no todo era gratis.

—No es nada —mentí, apagando la máquina—. Digamos que mi economía no anda del todo bien —admití al encogerme de hombros—. Bueno, solo tengo que quedarme en el trabajo un par de horas más y estaremos bien...

Sus ojos se agrandaron para caer en una mueca. Yuichiro parecía querer protestar ante lo último. Era de esperarse de alguien que siempre quería estar a mi lado para bombardearme de los comentarios más absurdos que salían de su boca.

—No, Mikaela. No quiero que te quedes más horas de las que haces —refunfuñó—. Es terrible no poder ir a tu trabajo tan seguido. Y tener que esperarte hasta después de medianoche para verte irte tan temprano, me enoja mucho.

—¿Desde cuándo tú te levantas temprano para despedirme? —recalqué indignado—. Si no me equivoco, yo soy el que te tiene que preparar el desayuno.

Su expresión se tornó a una de vergüenza total. Y era cierto. A Yuichiro le encantaba dormir y no se despertaba a menos que le dijese que íbamos a salir a comer o algo que pesque su curiosidad. Él tampoco me preparaba las comidas, que era lo único que le pedía mientras estaba fuera. Era un holgazán. A veces me preguntaba por qué diantres todavía permito que siga en mi casa como un completo mantenido. Al menos un perro me podría traer el periódico. Él ni eso hacía.

—Está bien, está bien —murmuró Yuichiro con un sentimiento de culpa muy notable—. Confieso que tal vez no he ayudado mucho.

—Es un milagro que lo admitas.

Él no pareció muy contento con mi respuesta y se tiró encima de mí con una amplia sonrisa.

—Pero podría usar mis poderes para hacer llover dinero...

—¡Oh, no, señor! —ladré, volviéndome hacia él—. Tú simplemente no lo haces aparecer, prácticamente es robar y eso no te lo tengo permitido.

Derrotado, Yuichiro se quedó en silencio al igual que yo.

—¡Oye, Mikaela! Si esos pedazos de papel son tan importantes para ti, ¿qué tal si busco un trabajo? -pió, posando su mentón sobre mi cabeza-. Creo que podría ayudarte de esa forma y te prometo preparar el desayuno de ahora en adelante.

De escucharlo decir tales cosas, no pude contenerme la risa. Jamás pensé que el dios más egocéntrico que había conocido, tuviese las ganas de trabajar. Era una extraña ocurrencia. Sin embargo, un fino hilo de preocupación me estaba envolviendo. ¿Qué clase de trabajo podría hacer Yuichiro? Uno que no requiera mucha destreza mental ni lo haga explotar de rabia para que termine con cientos de conejos alrededor. En parte, es tener a un adulto con la mentalidad de una mosca.

—¿Qué clase de trabajo te gustaría hacer? —inquirí—. No creo que seas muy bueno en la cocina, ni tampoco fuera de esta. Al menos tienes presencia. Podrías ser un modelo de ropa juvenil —sugerí sin importancia-. O uno de esos repartidores de pizza.

—Pero, yo quiero trabajar contigo —suplicó.

—¡Qué! —chillé, quitándomelo de encima—. ¿Qué podrías hacer tú en la oficina?

Ahora que lo recuerdo, estaban solicitando a un trabajador de medio tiempo para repartir un par de folletos para la próxima pastelería de mi hermano. No requería ser un genio. Puede que no sea tan malo después de todo, pues tendría la posibilidad de ver qué demonios está haciendo y resguardarlo de cualquier lío.

Sin darme cuenta, Yuichiro seguía insistiendo y lloriqueando.

—Está bien. Puedes trabajar conmigo.

Eso definitivamente lo mandó a callar.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora