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46: ¿Para cuándo el beso?



Yuichiro continuaba atiborrándose de galletas de chocochips, leyendo una de las historietas que le compré en un puesto de periódico antes de salir. Cuando tomamos el autobús, me hizo un escándalo porque no le permití llevar la botella de gaseosa que él quería cuando le mencioné que Lacus era el encargado de las bebidas. Después de su berrinche, nuevamente ese lado sensual salió y me chantajeó con una lluvia de besos sobre mi clavícula para que derroche mi dinero. Y el muy pendejo lo logró.

—¿Quieres un poco? —me ofreció con la inocencia de un recién nacido, abriendo la bolsita por completo—. Si tienes hambre, puedo abrir otro paquete más.

—Gracias.

Saqué un manojo y me las empecé a comer una por una. De vez en cuando, lo miraba con el rabillo del ojo. Por el momento, él había vuelto a la normalidad. No entendía qué demonios era lo que le pasaba cuando se transformaba de un individuo a otro, un dios infantil a un seductor de pacotilla. Era un cambio radical y peligroso para mi buena salud.

Al mediodía habíamos descendido del vehículo y nos encontrábamos cargando con nuestro equipaje hasta el punto de encuentro. Una camioneta plateada se estacionó en la gasolinera de enfrente, abriendo todas las puertas. Mis padres salieron primero, abrazando a Yuichiro como si fuese su hijo, mientras que a mí me empujaron a un lado como al patito feo. Creo que a los minutos se dieron cuenta de mi presencia y me saludaron con un simple apretón de manos. Las preferencias son tan obvias que me robé el otro paquete de galletas de cólera y me las atraganté sin darle ni una sola.

—Lacus dice que ya llegó —les informé, deslizando mi dedo por el resto de los mensajes—. Ha encontrado un puesto ideal cerca de la base de la montaña —releí—. Para llegar más rápido, tienes que tomar una de las salidas que está a 2KM —le informé a mi papá.

Mi padre asintió y prosiguió conduciendo.

—Yuichiro, ¿te gusta el pollo al horno? —preguntó mi madre, mirando por el espejo retrovisor—. Al papá de Mikaela y a Ferid le encantan.

—Creo que es asquero—...

Le di un codazo que lo mandó a toser. Yuichiro se retorció en el asiento, encogiéndose de dolor. Disimuladamente le susurré mis más intimos pensamientos en esa tremenda oreja suya: Dile que te encanta o mi codo caerá sobre tus pelotas. Creo que captó la idea porque se enderezó con una sonrisa cuando mi madre le preguntó si se encontraba bien.

—Disculpe, madre. No quería eructar frente a usted —le aseguró de una limpia mentira—. Por supuesto que me encanta el pollo al horno. Mikaela sabe que es mi plato favorito.

—Así es. Yuichiro lo podría comer todos los días —canturreé, ayudándolo a sentarse bien—. Estoy seguro que disfrutará de lo que hayas preparado, mamá.

Mi madre se regodeó, aplaudiendo y continuó conversando con mi padre sobre trivialidades. En el camino, mi papá no dejaba de estornudar así que nos detuvimos en otra gasolinera para comprar una pastilla y un paquete de pañuelos. Como era de esperarse, mi madre lo siguió, dejándonos solos en la parte posterior del auto.

—¿Qué se supone que uno hace cuando va a acampar?

Yuichiro se había despertado, aunque no lo había notado porque seguía recostado contra el vidrio. Él se incorporó lentamente, desplazándose hasta caer sobre mi hombro. Descaradamente se lanzó sobre mi regazo y se quedó contemplándome, estirándose por completo en todo el asiento. El cerquillo de Yuichiro se movió para un costado y me quedé un poco estúpido cuando pude ver todo su rostro.

—Duermes al intemperie —repliqué, debatiendo si me atrevía a acariciarlo o no—. Te relajas, cocinas y respiras aire puro de las montañas —agregué, tomando un poco de valor cuando toqué su cabellera—. Puedes cazar, pescar en el río e ir a caminar por el bosque —continué, moviendo mi mano que no dejaba de temblar—. Es un ambiente tranquilo en donde suelen ir las familias para unirse y reafirmar su relación.

Él parecía pensativo, considerando todo lo que le había dicho. Yuichiro se acomodó, chocando sus hombros contra mi muslo y se removió el mechón que apenas tocaba su nariz. En ese momento, él aprovechó para cogerme de la mano cuando lo empecé a frotar. Una chispa se prendió en mi interior y sentí esos tontos tambores, reventándome los tímpanos. Mi temperatura subió.

—¿También van las parejas? —preguntó, jalándome la mano para colocarla sobre su pecho—. ¿Quieres dormir conmigo?

Mi cabeza se iba a dinamitar sola. El plan estaba recortando varios de los pasos en donde Yuichiro se haría al difícil. ¿Por qué de todas las situaciones en las que él me ha rechazado, ha decidido a ser la criatura más romántica en pleno paseo? Estaría más dispuesto a decirle que sí, desnudándome sin perder tiempo para comenzar nuestra danza de amor aquí mismo. Pero mis padres vendrían en cualquier momento, los empleados podrían llamar a la policía y nos arrestarían por indecencia pública.

Mi mente decía al igual que mi culo. Mi cuerpo y la posible erección también estaban de acuerdo, pero mi consciencia decía que no. Mi instinto de supervivencia me lo impedía. Había algo sospechoso en todo ello. Sí. Yuichiro planeaba rechazarme y avergonzarme. Sus ojos esmeralda me suplicaban besarlo, mi mente me decía que era el momento que había estado esperando, aunque muy bien sabía que mis padres estaban en camino.

—Mikaela... —me llamó con aquella voz que disparó todas las alarmas—. ¿Podríamos...?

Estuve inclinado a arrancarle los labios, pero lo rechacé. Mis padres acababan de salir de la tienda y caminaban por todo el asfalto. Yuichiro insistió.

—Mikaela... —persistió, guiando mi mano a sus labios en donde metió mi índice. Lo empezó a succionar—. Mika...

Mi rostro se había adormecido. El calor que estaba brotando en mí hacía que me consuma en una vivaz llamarada. Las señales eran tan obvias. Era ahora o nunca. Mis padres seguían avanzando, Yuichiro no paraba de llamarme. Hubo un momento en que se detuvieron porque un vehículo estuvo retrocediendo.

—Yuichiro.

Asentí y me dije que tan solo sería un beso rápido. Solo para sentir esos labios que tanto anhelaba. Nadie se enteraría de mi homosexualidad, mis padres no verían absolutamente nada. Todo se mantendría en secreto.

Cerré mis ojos.

—¡Ah! —pegué un grito.

El maldito de Yuichiro se había levantado de golpe, chocando su frente con la mía.

—¡Por qué hiciste eso! ¿Qué no ves que quiero b—...?

De un chasquido, hizo que varios carros retrocedan a la vez, dificultando el camino de mis padres. Yuichiro me abrazó y me lanzó contra el alfombrado. Me cubrió la boca y miró disimuladamente por una de las ventanas. Esperamos en silencio mientras forcejeaba confundido. Después de un rato, me liberó y nos arrastramos hasta estar de vuelta en el asiento.

—¿Qué rayos fue eso? —insistí en saber.

Él seguía mirando el cielo.

—Sentí a uno de mis hermanos muy cerca... —me informó—. Creo que me está buscando.

—¡Bien! Así te llevará a Neptuno —ladré sin pensarlo.

Yuichiro solo se rió.



¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora