47: El plan de la loba feroz
El plan marchaba a la perfección. Después de armar nuestro pequeño campamento en la base de una de las montañas más famosas de la localidad, Lacus y yo nos organizamos para dividirnos en dos grupos. Él se iría con mis padres por una caminata para conseguir leña para la fogata y yo le enseñaría cómo pescar a Yuichiro.
Al llegar al río, él se sacó las zapatillas y empezó a chapotear como un crío. Mientras se divertía con los pececillos y otros bichos acuáticos, instalé las cañas de pescar entre un par de rocas que las sostuviesen firmemente. En cada gancho coloqué un par de gusanos y las dejé ahí hasta que capturemos nuestra presa.
La primera fase había sido completada. Solo tenía que caminar por la orilla y tropezar con una de las piedras para que mi príncipe venga a mi rescate como me lo había imaginado. Tampoco quería torcerme el tobillo, así que tenía que ser una abertura no muy peligrosa. Cuando ingresé al agua con mi pantalón arremangado, me paseé buscando la indicada. La temperatura para ese entonces había caído, haciendo que la corriente sea más fría y fuerte.
—¿Yuichiro? —lo llamé, asegurándome de que no estuviese viendo—. ¿Yuu?
Mi dios parecía distraído, hablándole a no sé qué animalillo que encontró. Él estaba de cuclillas, dándome la espalda. Por un segundo, consideré en tirarle una ramita para que me preste atención o asustarlo. Cualquiera de las dos opciones me harían reír como descocido. Giré sobre mi sitio y empecé a buscar cualquier rama que haya caído de uno de los árboles. Cuando encontré una lo suficientemente liviana, la cogí y me fui brincando por un par de rocas para lanzársela desde lo alto.
—¡Mikaela! —gritó petrificado al verme resbalar.
Di un mal paso por la humedad de la superficie, terminé inclinándome de espalda y caí sobre la profundidad de río. La fuerte corriente me sumergió sin piedad, arrastrándome con brutalidad. El golpe de las pequeñas olas invadieron cada orificio, impidiéndome respirar y escuchar con claridad el griterío que había pegado Yuichiro. Mis rodillas se rasparon con las piedrecillas, mis piernas se llenaron de contusiones por cada tronco o rama con que tropezaban. Quería nadar a la superficie, pero cada vez que salía, una gélida ventisca me abofeteaba. Mis brazos tampoco me servían de mucho con toda la vegetación que se había formado con el pasar de los años.
No sé en qué momento la velocidad a la que iba fue disminuyendo y mi cuerpo terminó flotando, adolorido hasta las uñas. Tampoco recuerdo cuando me rescató y me arrastró por la tierra hasta un lugar seguro. Mi visión era demasiado borrosa como para identificar el lugar en donde estaba y la reciente lluvia no ayudaba. Cada gota me golpeaba como un balín, cegándome.
—Mikaela —escuchaba a lo lejos.
Sentí una presión en mi pecho y varios golpes. También me pareció escuchar una serie de chasquidos que hicieron que me alcé entre los muertos y escupa el agua de mis pulmones. Fue una presión que vino desde cada rincón de mi pecho. La súbita reacción hizo que me vuelva a desplomar sobre una suave superficie y empiece a tiritar de frío.
—¿Mikaela, me escuchas?
En plena oscuridad de la noche, una luz brotó a mi costado y sentí que el calor volvía a mi cuerpo. Mi visión dejó de estar tan nublada y reconocí su rostro. Yuichiro me miraba desde arriba, retirando todos los mechones de mi cara. Cuando él se movió entendí que me había recostado sobre su regazo y me tenía cubriéndome con su polo.
—Yuichiro...
—Hola —me dijo sonriente—. Me alegro de que estés bien —suspiró, pegando su frente a la mía—. Pensé que te perdería...
—No creo que pueda morir tan fácilmente —le aseguré, tratándome de incorporar. Un leve gemido escapó de mis labios cuando flexioné una de mis piernas—. Creo que me he cortado.
—No te muevas, déjame inspeccionarte.
Yuichiro me movió más cerca de la fogata que había prendido, recostándome entre una pila de hojas secas. Él pasó sus dedos por mi muslo hasta llegar a mi herida. De un tirón, me abrió el largo del pantalón y toqueteó mi pantorrilla.
—Tienes un corte un poco profundo. Nada serio.
—¿Está muy feo?
—Puede que deje una cicatriz si no la tratamos bien. Puede que use un poco de energía mía para cerrarla —me aseguró—. No tengo poderes curativos, pero al menos puedo tratarla un poco hasta que volvamos a la ciudad.
Asentí.
—¡Oye, qué haces! —chillé cuando lo sentí tironeando del resto de mi atuendo—. ¿Estás demente?
—Te vas a resfriar con esa ropa —me advirtió, ignorando mis quejas. Yuichiro me desabotonó el pantalón y me lo bajó hasta los tobillos para luego desaparecerlo de un chasquido al igual que mi polo—. También debería quitarte eso —señaló mi ropa interior.
—¡Es suficiente! —lloriqueé, encogiéndome para esconder el resto de mi dignidad—. No quiero más.
Yuichiro no dijo más y se comenzó a desnudar. La polera se la removió, exponiendo su pecho. Él la dobló en varias partes y me la colocó debajo de la cabeza como una almohada. Su polo seguía sobre mi pecho, tapándome lo que podía.
—Tu pantalón no está mojado, ¿para qué te lo quitas? —le pregunté desconfiado.
—Para que tú lo uses. Te daría mi bóxer, pero sé que estarías en contra de eso.
Otra vez el comportamiento de Yuichiro había dado un completo giro. Aquí lo tenía, siendo todo un caballero como el príncipe azul que siempre me lo imagine que podía ser. Y para hacer mi fantasía realidad, su cuerpo era fuera de este mundo. También le podía ver las venas de los brazos por el esfuerzo que acababa de hacer, más ese suculento V que se formaba a sus costados. Pasaría mi lengua por cada rincón.
—S—sí, no es higiénico —balbuceé.
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¡Mi dios es un ladrón de dulces!
Fanfic[MikaYuu x YuuMika] "¿Sabe que acaba de cometer un delito?" Yuichiro esbozó una sonrisa, le arranchó las donas al oficial y chasqueó sus dedos. "¿Y usted sabía que ahora comerán zanahorias?" Frente a los dos hombres, ahora había tres conejos. "¡Po...