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15: ¡No puede ser!



—¿Estás... bien? —preguntó Ferid al acercarse más.

Asumo que vio todo lo que no debió de ver porque me miró boquiabierto cuando una mano me estaba limpiando el pene con un polo.

—¡Válgame! ¡Y pensar que eres el padre de una iglesia! —Chilló, carcajeándose—. ¡Pícaro!

—¡No es lo que tú crees! ¡Por favor! ¡No se lo digas a nadie! —supliqué, conteniéndome las ganas de desmayarme.

De una fuerte palmada, retiré la mano de Yuichiro y me senté rápidamente para alcanzar mis pantalones, los cuales fueron recogidos por el mismo dios que creó todo este alboroto.

—¡Como tú digas! Dejare que tú y tu chica se sigan divirtiendo. Te he dejado unas galletas de mantequilla recién horneadas. Tal vez, las puedan compartir después de terminar con sus quehaceres —me guiñó burlonamente al despedirse.

—¡Ni muerto!

Y eso fue lo único que pude replicar antes de gritar a todo pulmón, ni bien Ferid cerró la puerta. Yuu me había mordido el muslo.

—¿Qué te pasa, idiota? ¡Casi me quemas! ¿Y ahora me muerdes?

—¡Dijiste que no compartirías conmigo! Y te dije que había visto una cucaracha. Ya la maté.

—Como sea... Mierda, no me puedo mover. Es un milagro que el té no estuviese hirviendo o me hubiera quemado las pelotas —musité exhausto, ligeramente aliviado porque Ferid no logró ver a Yuu.

Si hubiera sabido que era un hombre, todo hubiese empeorado para ambos. Lo hubiera seducido hasta el cansancio.

—Permíteme lamerte el muslo —suplicó con una sucia mueca.

—¡Bastado, no! —lo empujé, gruñendo por lo pervertido que podía ser—. Tan solo vamonos a casa de una buena vez. Me duele la cabeza... Espero que no se convierta en un cochino resfriado.

Yuichiro salió de su escondite con el pecho descubierto y rebuscó la bolsa, comiendo galleta por galleta. Hubiera protestado porque se supone que eran mías, pero el dolor me impedía renegar más de lo que había hecho.

—Están buenas, ¿quieres? —ofreció al llevarme una a la boca.

Hambriento, dejé que me alimentase.

—Eso debería decir yo. Son mías después de todo —resoplé, secándome los pantalones con su polo—. Creo que sacaré las copias mañana. No me siento tan bien...

Sin decir una sola palabra más, Yuu movió mi silla para verlo frente a mí, me jaló de los brazos y me cargó, colocándome suavemente sobre su espalda. Él chasqueó sus dedos, abriendo las grandes ventanas y flotó. Me aferré a él y chillé como nunca.

—¡Qué haces! ¡Vamos a morir!

—Bien, bien... ¡Qué llorón que eres! Iremos a pie... —refunfuñó al descender en una zona oscura.

Él cargó con mi maletín, su bolsita verde y conmigo en la espalda. Dudo mucho que vayamos a tomar el bus en esta posición; en especial si he recostado mi mentón sobre su hombro. Tampoco quería tomar taxi, así que volveremos a casa de esta embarazosa manera. Por más estúpido que nos veamos, sentía algo de tranquilidad al ser llevado sobre él.

No sé cómo explicarlo. Solo sé que no se sentía tan mal.

—¿Mikaela?

—¿Hm?

—Nunca dejaría que te pase algo malo —hizo una breve pausa y agregó—. A menos que fuese yo quien lo haga —sentenció al sacarme la lengua, dándole un beso rápido a uno de mis cachetes.

Yo me aparté e intenté ahorcarlo con mi rosario.

—¡Deja de decir estupideces, pecador!

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora