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19: ¿Amigos o rivales?



La pregunta de Yuichiro me tomó desprevenido.

Mis manos soltaron el limón, dejándolo caer dentro de la olla junto con la leche que había vertido. Rápidamente lo recogí antes de que terminase cocinándose, pero lo tiré de inmediato al quemarme las yemas de los dedos.

—¿Mikaela? ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes —le dije levemente adolorido por mi torpeza. Me encaminé al fregadero, pateando el pequeño citrón verde y permití que el agua fría haga su magia—. ¿Por qué quieres saber?

—En mis visitas a la Tierra, siempre he notado que los humanos se reúnen en pequeños grupos e iban a distintos lugares que se veían sumamente divertidos. Los he visto tomando, cantando, bailando y un sinfín de actividades... Y luego estás tú, Mikaela.

—¿Y luego estoy yo? ¿Qué quieres decir? —Tildé mi cabeza para un lado, empezando a sentirme incómodo. Levanté el fruto que rodó metros más allá de la refrigeradora, lo lavé y comencé a rallarlo con fuerza.

Creo haber tenido este tipo de conversación anteriormente. No solo con mi familia, sino también con mis compañeros de la universidad, trabajo e inclusive, la congregación. Y tengo que admitir que en ninguna de las ocasiones el problema se resolvió. Al contrario, culminábamos en una tremenda discusión y en realidad, no tenía ganas de pelearme con Yuu.

—En todo este tiempo, nunca has traído gente a tu casa. No recibes llamadas que no sean de Ferid o de tus padres, tampoco sales a tomar un trago ni haces ninguna de las cosas que se podrían considerar normal —continuó, apoyando ambos codos sobre el counter de granito—. No haces nada más que no sea trabajar o ir a la iglesia.

—¿Y eso qué? —Pregunté a la defensiva, fijando mi vista en la tabla de picar y el cuchillo que tenía en mano, irritándome ante los comentarios—. ¿Ahora me vas a venir a darme charlas psicológicas o algo por el estilo? Si te hace sentir mejor, mi respuesta es no. No tengo amigos, ¿feliz? De todas formas, tú no entenderías.

Yuichiro se quedó en silencio absoluto, permitiéndome continuar con la preparación del arroz con leche que le prometí. Era una receta tan simple que nos había enseñado mi abuelo, a Ferid y a mí. Sin embargo, por más que tratase de enfocarme en el siguiente paso, no podía hacerlo. Muchos recuerdos se vinieron a mi mente, haciendo que mi mandíbula se tense de cólera. Quise ignorar la mirada de Yuu, pero sentía sus ojos sobre mi espalda mientras movía la leche, el arroz y la verde piel rallada.

—No es que no quiera tener amigos —murmuré intranquilo, apretujando la cucharada de palo con cada vuelta que daba—. He hablado de esto con varias personas. Y al igual que tú, me han atiborrado de preguntas porque les parece extraño. Y no los culpo...

Vertí un poco de leche sobre la palma de mi mano y me lo llevé a los labios, saboreando su espesa textura. Le faltaba azúcar.

—Hay cosas en las que uno es bueno y en las que no. Y yo considero que no he sido cortado como para hacer amistades.

Él se mantuvo sin decir una sola palabra y prosiguió siguiéndome con aquellos orbes jade, observándome atentamente mientras medía la cantidad correcta para el azúcar. Pasé por su costado y agregué el dulce a la mezcla. Tapé el contenido, dejándolo cocinar a fuego lento.

—¿Nosotros no somos amigos?

—¿Amigos? ¡Ja! Tú solo eres un dios a quien no puedo botar por un estúpido contrato y yo, soy un pobre humano que tiene que soportar y arreglar todos los líos que dejas atrás —espeté rabioso, arranchándome el mandil a la fuerza. Lo hice una bola y lo lancé sobre la mesa, marchando fuera de la cocina—. Para ser claro contigo, tampoco los necesito. Solo traen problemas al igual que tú. ¡Al menos, si quieres ser de utilidad, apaga la cocina cuando tu maldito postre esté listo!

Cabreado, me encerré en mi cuarto para no salir más.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora