30

1K 202 23
                                        


30: En tus brazos...



Ver a mi hermano Ferid dejando caer su cajetilla de cigarros al piso cuando me vio manchado, sudoroso y desnudo solo hizo que entre en pánico. Brinqué fuera del asiento e intenté esquivarlo para irme a mi habitación. Ni siquiera pensé en recoger mi ropa. Solo quería meterme en mi cama y desaparecer. Que la misma tierra me trague y borre toda mi memoria.

—Mikaela —me llamó en un tono extraño.

Ferid me cogió de la muñeca y me lanzó contra la pared. Su mano me tomó de ambas muñecas, pegándolas sobre mi cabeza y su otra mano me serpenteaba el pecho hasta posarse sobre mis caderas. Su virilidad se pegó a la mía y supe de inmediato que había cometido uno de los pecados más graves. Y me sentí peor cuando lo sentí endureciéndose.

—F—Ferid —balbuceé aterrorizado—. P—por favor...

—¿Tú eres el que ha estado mirando mis cosas sin mi permiso? —inquirió desafiante, apretujándome firmemente—. Mikaela, ¿acaso te gustan los hombres?

Mis piernas no dejaban de temblar. No podía admitirlo. No frente a él. Sabía que había perdido la cabeza cuando me interesé más en ese tipo de videos explícitos, supe que estaba enfermo cuando sentí que quería ver más. Y peor aún, cuando me frotaba a escondidas en el baño o en mi cama. Ni siquiera entendía para qué mierda iba a la iglesia todos los días si era una escoria. No importa cuántas veces trate de negarlo, sentía un dulce placer al ver cada imagen, cada fragmento en donde dos hombres o más se embestían.

—N—no... Por favor, Ferid —le supliqué, alzando la mirada mientras que mi rostro se pulverizaba de la vergüenza—. No lo sé. No sé si me gusten... ¡Por favor, no digas nada!

—No me vas a decir que solo era curiosidad —susurró seductoramente, pasando saliva con dificultad—. Verlo una vez es entendible, pero encontrarlos todos hasta el final... Creo que es muy obvio que te gustan los hombres.

Sus largos dedos pasaron por mi ombligo, limpiando mi semen para llevárselo a los labios. Recuerdo que mis ojos se iban a desorbitar de tanta sensualidad. No podía respirar, tampoco podía despegarme de él. Ferid se relamió su índice y se agachó, lamiendo el resto. Y me asusté aún más cuando su palma descendió hasta mi miembro.

—Si quieres, te puedo hacer sentir mucho mejor... —dijo melosamente, pegando sus labios a mi miembro—. No hay necesidad de ver esas cosas cuando puedo proporcionarte lo real.

La puerta se cerró de golpe. Sentimos los pasos avecinándose y las risas de mi hermano con sus amigos. Ferid se quedó igual de tieso que yo. Tampoco recuerdo cómo llegué al baño y terminé en la ducha con agua hirviente sobre mi espalda. Por más que me frote todas mis extremidades, no podía sacarme esa asquerosa sensación.

Y durante la cena, mi familia seguía como si nada hubiese pasado. Mi madre había llegado con regalos y mi padre parecía estar contento con el número de visitantes de la librería. Lacus también parecía estar feliz de haber obtenido un pase gratis para ir a ver una de sus bandas favoritas. Y Ferid solo hablaba de las tantas chicas que le habían pedido para salir, como si nunca me hubiese arrinconado con esas penetrantes orbes. Como si todo hubiese sido un mal sueño. O eso quería hacernos creer, pues al momento de recoger los platos, Ferid solo me lanzó una rara mirada llena de lujaría que me puso los pelos de punta.

Desde esa fecha hasta que me mude, solo se me insinuaba hasta que Lacus lo encontró tratando de besarme en el sótano. Supongo que nuestra discusión llegó a sus oídos cuando Ferid se me declaró e insistió en hacerme su enamorado. Quiso romper con el acta de adopción con tal de salirse con la suya. Y si nuestros padres se enterasen, sería un golpe bajo. Somos hermanos. No podemos quebrantar ese vínculo.

—¿Mikaela?

Su voz hizo que me paré con rapidez y me colgase de él. Yuichiro no pareció reaccionar al comienzo por la repentina muestra de afecto y se quedó con sus brazos en el aire. Yo solo quería un abrazo. No quería pensar más en eso. No quería recordar que era una basura de la humanidad, engañándome a mí mismo y la congregación.

—Mikaela... ¿por qué lloras?

Yuichiro me envolvió en un abrazo, permitiendo que me desparrame sobre él con mi bullicioso llanto, lleno de mocos. Me sentía tan mal que pensé en irme del país. No quería ver a Ferid, ni a Lacus. Mucho menos a mi familia. Sentí que les había fallado. Que era el causante de la perversión de Ferid, de la ira de Lacus y la posible decepción de mis padres.

—No es tu culpa —murmuró cariñosamente, sentándome sobre su regazo—. Yo estoy aquí.

No estoy seguro si vomité todo mi pasado sobre Yuichiro mientras lloriqueaba o si había leído mi mente. Solo sé que una grata calidez me invadió cuando sus besos comenzaron a llover sobre mi frente, mis mejillas y mis manos. Poco a poco, me cansé y terminé acurrucándome en sus brazos.

—Todo saldrá bien.

Solo asentía ante sus palabras, casi inconsciente.

—Estoy aquí.

Lo seguía escuchando a lo lejos.

—Te quiero.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora