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10: Mi hermano




Mi cuarto estaba completamente oscuro, salvo por las luces que emitían los postes a altas horas de la noche. Yuichiro y yo habíamos vuelto a casa después de estar en el orfanato, celebrando todos los cumpleaños de los niños en esos tres días especiales. Estaba tan exhausto que al llegar, tiré todo en la sala y me fui a descansar.

Me pregunto qué estará haciendo este problemático dios.

—¿Despertaste? —susurró Yuu al ingresar a mi cuarto sigilosamente. Él encendió el interruptor, cegándome por completo y rió al escucharme gruñir por lo que acababa de hacer.

—Sí, ya estoy levantado. ¿Qué hora es? —Bostecé, estirándome como un oso y me paré para ir a picar algo de comer. Yuu parpadeó un par de veces y se sacudió de hombros.

—No lo sé. Solo sé que es de noche. Ustedes, humanos, se complican mucho tomándole tiempo al tiempo —musitó, acompañándome a la cocina.

—¿Tiempo al tiempo? ¿De qué estás hablando? —Me burlé ante su ridícula ocurrencia. Él refunfuñó y se sentó sobre el counter de la cocina, observando cada movimiento que hacía con la esperanza de que le dé algo de comer.

Cuando abrí la refrigeradora, recordé que tenía que hacer las compras para el fin de semana. Me había olvidado por completo que la carne, vegetales y otros insumos se habían acabado. Solo quedaba un par de huevos, salchichas, un pepino y una galonera de leche fresca. Dudo mucho que Yuu este feliz con este poco de comida. Sinceramente, puede que hasta me convierta en un conejo por no tener nada dulce en todo el departamento.

—Creo que iré a la tienda de la esquina para traer pan y galletas —murmuré, encaminándome al perchero, pero me detuve al ver la hora en el televisor que Yuu había dejado prendido. El reloj marcaba las once de la noche. ¿Tanto he dormido? Llegamos a casa a las cinco de la tarde—. Creo que nos tendremos que conformar con huevos, salchichas y arroz —le informé al devolver las llaves al colgador de la entrada.

—¿Y si nos comemos eso? —Consultó, apuntando a una caja de cartón que estaba bien escondida entre la panera y las cajas de cereal.

Levanté el secador que lo cubría y en verdad, no recuerdo haber traído esto a casa. Tomé el paquete, examinándolo y dándole vueltas hasta que encontré una nota. Al desdoblarla y ver el mensaje, supe de inmediato de quién se trataba.

—¿A qué hora vino?

—¿Quién?

—¡No te hagas al tonto! —Bufé al alzar la tapa para revelar su contenido—. Mi hermano mayor, Ferid. Él es el único que prepararía esto por puro placer. Siempre viene a dejarme postres cuando sobran en su pastelería, pero asumí que se encontraría ocupado luego de su premiación a mejor postre de este año. Además, siempre los trae en una caja verde limón con su logo impreso.

En ese momento, Yuichiro ya no me estaba escuchando. Estaba mirando el cheesecake de sauco como si se tratase de la cosa más interesante que haya visto en toda su miserable y pecadora vida. Lo tapé y él se molestó conmigo. Lo volví a destapar y él sonrió. Y para pasarme de pendejo, lo volví a tapar.

—¡Deja de jugar con mis sentimientos! —rugió, chasqueando sus dedos. Hizo desaparecer la tapa de mis manos, pero verlo enojado fue lo suficiente como para hacerme sentir mejor después de tener que soportarlo en estos últimos días. Le sonreí inocentemente y fui a buscar los platos medianos a la alacena.

Deposité ambos recipientes sobre la pequeña mesa rectangular de la cocina, llevé el postre al medio de ésta y lo partí varios pedazos. Naturalmente, le di el más grande a Yuu para que no me siga llamando tacaño ni otra estupidez suya. Con una cuchara para sopa, él se empezó a atragantar como si no hubiese comido en largos años; mientras tanto, yo recién le daba una cucharadita a mi porción.

—¡Esto está demasiado delicioso! —Pió, atiborrándose otro pedazo más—. No se compara a nada que haya probado hasta el momento. ¿Quién lo preparó?

—Te lo acabo de decir, solo que ni te inmutaste en prestarme atención —resoplé ligeramente amargo por su egocentrismo—. Lo preparó mi hermano. Él es un pastelero famoso que siempre le busca pelea a Krul Tepes, pero yo siempre le he dicho que ese señor no es pastelero. De todas formas, no entiende porque siempre es un terco de pacotilla.

Yuichiro estaba intentando prestarme atención, mirandome de reojo y al pastel.

—¿Tú tienes hermanos?

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora