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7: Magia



Caminé por los pabellones, buscándolo por cada rincón del local y él no aparecía. ¡No estaba por ningún lado! ¿Dónde rayos se ha metido ese problemático dios? Inquieto por no tener la más minima idea de su paradero, me senté en una de las bancas que daban frente a los salones de clase.

Repentinamente, escuché unas risitas. Divisé de izquierda a derecha, y me dio la impresión que el bullicio venía de uno de los pasadizos que daba al primer pabellón de cuartos. Me encaminé velozmente y me detuve antes de voltear la esquina. Me pegué a la pared, observando de reojo lo que estaba pasando.

Yuichiro estaba de cuclillas, hablando y riendo con un grupo de niños que no dejaban de rodearlo. Parecía como si les estuviese mostrando actos de magia porque empezó a retirar una moneda de una de las orejas de los críos. Todos aplaudieron, atiborrándole de preguntas de cómo lo había hecho. Él les sacó la lengua e hizo aparecer un conejo blanco de un sombrero de copa. ¿De dónde demonios extrajo eso? Y sobre todas las cosas, ¿cómo emergió ese animal de ahí?

—¡Yuu! —lo llamé, deseando no entrar en pánico al imaginarme que había convertido a alguien en esa bola de pelos para hacer felices a los chiquillos. Él alzó la mirada, abriéndose entre la diminuta multitud—. ¿De dónde sacaste eso? —le interrogué preocupado.

El dios no se vio afectado ante mi mueca y devolvió la criatura a su sombrero, haciéndola desaparecer en un santiamén. Yuichiro rió al jugar con su accesorio, demostrando que él no escondía nada bajo la manga.

—Espero que no sea lo que estoy pensado —murmuré al llevármelo del brazo a la fuerza.

—¡Chau, pequeños! ¡Su tío Yuu tiene que ayudar al padre! —pió al agitar su mano, despidiéndose de ellos mientras lo arrastraba por todo el césped. Al momento en que volteamos la curva, él me tomó de la mano de improviso y sentí sus delicados labios sobre mi oreja—. ¿Te preocupe?

—¡No! —gruñí, liberando mi mano de la suya—. Quería asegurarme que no convirtieses a nadie en un maldito conejo.

Nuevamente, él se carcajeó por mis razonables ideas y tiró de mi brazo para que nos apresurásemos. Yo lo miré perplejo ante su buen humor, raspando mis dientes cuando sacó un dulce de su bolsillo.

—Descuida, me he portado bien —me aseguró al guiñarme, llevando la golosina a su boca.

Cansado de estar estresado las veinticuatro horas del día, lo dejé en alto y nos dirigimos a donde estaban los demás para iniciar la fiesta antes de que anochezca por completo.

Los nenes se habían divertido a lo grande. Disfrutaron hasta el último bocadito que les habíamos preparado con tanto cariño y siguieron jugando en compañía de sus cuidadores. Por otro lado, nosotros nos dedicamos a ordenar la cocina y lavar todos los implementos que utilizamos para servir. Yuichiro cargaba con la mayoría de cosas, depositándolas en el lavadero para que pudiésemos comenzar con la limpieza.

—Admito que te portaste bien durante todo el evento. Toma, prueba un poco —susurré sin creer que acababa de decir aquellas palabras, entregándole un platillo con panqueques y helado de fresa.

A Yuu se le iluminó el rostro de ver que le había separado una porción y de una cucharada, se engulló todo.

—¡Gracias! —chilló al lamerse la cuchara, entregándome el plato.

Puede que Yuichiro no sea tan mala persona... o dios, como aparentaba ser. Si él actuara así todos los días, sería un milagro del Señor. Con agrado, sostuve el plato para poder lavarlo con los demás, pero él no lo soltaba.

—Quiero más —demandó al empujarme el plato contra mi mandil—. Mikaela, dame más. No seas egoísta.

—No.

Tal vez estuve equivocado sobre él. En esos segundos, me hubiera encantado partirle el plato en la cabeza pues cientos de conejos estaban dando vueltas dentro del orfanato.

¡YUICHIRO!

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora