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13: ¡Ahora no, por favor!



Arrugué la nariz ante su comentario

—Yuu, no me cambies de tema. Ya te he dicho que es peligroso que andes por la calle. En especial a esta hora. Puede que seas un dios, pero eso no quiere decir que puedes venir a mi trabajo a causar contratiempos. Suficiente con que tengamos que vivir bajo el mismo techo —comenté amargando, recogiendo el listado de insumos que había tirado. Viré de cuclillas y Yuichiro seguía mirándolos nadar—. ¿Al menos me estás escuchando?

Él se movió de hombros, se encaminó a mi escritorio y se sentó sobre la mesa con los brazos cruzados. Nuevamente, se encontraba serio y eso me asustó un poco. Él torció una mueca al mirar mi maletín y todos los papeles que había dejado encima, cogiendo uno que otro para leerlos rápidamente.

—Es que últimamente ya no te veo en casa. Llegas muy tarde y ni podemos hablar como antes...

—Que yo sepa, nunca hemos tenido una conversación civilizada —murmuré al hacer memoria de las noches que nos hemos quedado despiertos, admirando el cielo. También jugábamos juegos de mesa, pero tener una conversación profunda, nunca—. La única vez que hemos hablado por horas fue cuando te dije que no quería que convirtieses a nadie más en un boludo conejo.

—Pero te extraño.

—¡Deja de decir cosas tan raras! —Chillé avergonzado ante su facilidad para expresar tales sentimientos al aire libre—. Como sea, iré a sacar fotocopia de estos papeles y no hagas nada estúpido. Y si tus neuronas tienen algún desperfecto, quise decir que no quiero que salgas de este cuarto y conviertas a todos en dulces ni animales, ¿de acuerdo?

Él levantó ambas manos y me sacó la lengua.

—¡Bien! No haré nada. Te lo prometo.

—Lo mismo dijiste hace cinco días y terminamos con cientos de conejos en el orfanato.

Él solo se echó a reír.

—Señor  Hyakuya, el gerente acaba de llegar. Le he pedido que espere, pero ha insistido en ingresar a su oficina. Está subiendo a su piso —me informó mi secretaria por el intercomunicador—. ¿Señor ?

—Sí, te he oído. No te preocupes —dije en un tono monótono al presionar el botón.

Preocupado por la inesperada llegada de mi hermano, lancé los documentos sobre la mesa y agarré a Yuichiro por la muñeca. Lo arrastré hasta el armario y lo empujé con fuerza, pero él era más fuerte que yo.

—¿Qué haces? —Inquirió con medio cuerpo dentro, sujetándose de los bordes.

—¡Salvarnos! ¿Qué más? No quiero que mi hermano te vea por sobre todas las cosas. ¡Por favor! ¡Entra! —Chillé desesperado, sabiendo que no teníamos tiempo que perder. En cualquier momento él ingresaría y se armaría un completo escándalo.

—¿Tu hermano, el pastelero? ¿Por qué no? Me gustaría pedirle que me preparase más de esas delicias. ¡Me encantaría conocerlo! —Me aseguró, saliendo de inmediato del escondite—. Deberías presentármelo.

—Créeme, Yuu. No sabes lo que estás diciendo. Te lo pido, por favor, por favor, por favor. Haré lo que tú quieras si te escondes —Berré al tratarlo de meter con brusquedad.

Yuichiro, sumamente desconcertado por todo lo que le acababa de decir y al percatarse de mi patética expresión de perro atropellado, parpadeó un sinfín de veces.

—Haré todo lo que se te plazca por un día. Iremos a donde tú quieras y comeremos un postre nuevo, ¿sí?

—¿Todo lo que yo quiera? ¿Comida?

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora