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53: ¿Se va o no se va?



No podía fallarle en esta ocasión. Nuestra primera Navidad juntos había sido un fiasco y no me podía permitir el mismo error en Año Nuevo. Luego de una intensa búsqueda en diversos anuncios, encontré un evento que se realizaría en un conocido restaurante.

La fiesta consistía en una deliciosa cena con los mejores postres, un vino espumante italiano, una orquesta, accesorios para recibir el año y fuegos artificiales en la terraza. Tendríamos la mejor jarana de todas.

Hice una rápida reserva en su página oficial y pagué por nuestras entradas. Las recibiría en dos días como máximo.

Con una satisfecha sonrisa, apagué mi ordenador y me dispuse a alistarme para ir a casa. Cuando abrí la puerta de mi vivienda, me quedé petrificado por la súbita visita.

—¡Mika! Viniste justo a tiempo —pió Yuichiro, apareciendo con dos vasos de gaseosa.

—¿Lacus? ¿René? ¿Qué hacen ustedes aquí?

Lacus, quien usualmente me recibía con una amplia sonrisa, se mantuvo con un semblante disgustado. Sus ojos centellaron peligrosamente al volverse hacia mí. Tamborileó sus dedos sobre el brazo del sofá, golpeandolos con más fuerza con cada segundo que pasaba. Por otro lado, la expresión de René se denotaba calmada.

—¿Sucede algo? —inquirí incómodo, mirando de reojo a Yuichiro con la esperanza de que dijese algo.

—Hay un pequeño problema —dijo finalmente, depositando las bebidas sobre la mesita de café.

—Uno muy grave —añadió mi hermano, cogiendo el vaso con brusquedad. Dio un gran sorbo y lo chancó contra el vidrio. Su fría mirada penetró mi rostro—. ¿Por qué no me dijiste que René era hermano de Yuichiro?

La pregunta entró por una oreja y salió por la otra. Tal vez había escuchado mal. ¡Sí! Eso debió ser porque no cabía la loca posibilidad de que esos dos fuesen parientes. Era una locura. Y se volvió más irreal cuando René chasqueó sus dedos e hizo aparecer una servilleta para limpiarse la comisura de los labios.

—¿Qué?

Fue lo único que pude preguntar.

—P-pero... ¡Espera, qué! —gruñí, sintiéndome realmente confundido. Abrí la boca varias veces, mirando a cada uno de ellos con los ojos como platos—. René, ¿tú también eres un... dios?

—Los humanos pueden ser un poco lentos —lamentó René, sacudiendo su cabeza de forma negativa—. Mi hermanito menor es Yuichiro. Él se encarga de Neptuno. Y me da la impresión que se ha vuelto a escapar sin nuestro permiso.

Me mantuve perplejo sobre mi sitio. Las noticias fueron muy extrañas para que mi mente las procese a la primera. Cerré la puerta para no llamar la indeseada atención de los vecinos, tiré mi maletín en una esquina y me senté junto a ellos.

—¿Escapar? No creo que...

—Sí —interrumpió René—. Le advertimos que si quería quedarse en la Tierra, tendría que buscar una pareja terrestre para que su vínculo sea más fuerte y no pesque ninguna asquerosa enfermedad. No lo quiso hacer las primeras veces, así que lo encerramos en su propio planeta bajo un encantamiento. Quién hubiese pensado que un muchacho como tú haya decidido liberarlo cuando le dejamos los escritos a un humano de confianza.

Ninguno de los presentes parecía contento al respecto. Yuichiro se había quedado parado con la bandeja pegada al pecho, apretujando los bordes.

—Yuichiro me dijo que no había problema si se quedaba aquí. No sabía que era una cuestión tan grave —excusé, tratando de sonar razonable.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora