48: ¡Aleluya, hermanas y hermanos!
Yuichiro había vuelto de la ardua búsqueda para encontrar comida. Estuve tentado en decirle que mande todas mis enseñanzas al demonio y que haga aparecer un banquete de donde mierda sea. Me podría de hambre y quería pujarme una vaca entera. No importa si estábamos robando. Quería algo en mi tripa y ya. Y sorpresivamente, Yuichiro se negó en chasquear sus mágicos dedos para darme de comer porque creyó que sería ideal hacer todo al pie de la letra cuando le comenté sobre las actividades que se hacen al acampar. Maldigo el momento en que abrí mi hocico.
—¿Por qué eres tan estúpido? —ladré adolorido, cojeando mientras me sostenía de las paredes de la cueva—. ¿Qué pasa si te resfrías? Recuerda que eres propenso a enfermarte, tarado.
—Si eso pasara, me recuperaría en un santiamén —replicó risueño, cargando con unas cuantas manzanas—. Estaré bien, Mika.
—Estarás bien, mis pelotas —gruñí, cogiéndolo del brazo. Un par de frutas rodaron por el suelo—. Apúrate y acércate a la fogata para secarte.
Con su ayuda, Yuichiro se sentó sobre una de las piedras y me permitió frotarle la cabeza con su polo mientras que mi ropa se secaba en una de las ramas que colocamos alrededor del fuego. Yuichiro se agachó y permitió que secase su enredada cabellera.
—Estás herido y estás haciendo este tipo de cosas por mí cuando deberías preocuparte por tu salud —murmuró—. Creo que tú eres el tarado.
—¿Qué mosca te ha picado? No me digas esas cosas sacadas de las novelas más clichés en donde soy el chico bueno que se enamora del tipo malo —refunfuñé—. El baboso eres tú por ir a buscar comida en plena lluvia torrencial.
Yuichiro soltó una molesta risita.
—¿Eso quiere decir que te has enamorado de mí?
Como siempre decía la madre cuando cometía una de mis travesuras, el pez por la boca muere. Había hablado de más y mi ejemplo era la clara descripción de mis sentimientos. Mis manos cayeron en derrota, soltando la prenda que había usado como toalla. Yuichiro alzó la mirada, encontrándose con mi avergonzada expresión.
—No —lo negué—. No sé de qué hablas —susurré evitando sus ojos.
Cuando llevé el polo sobre su cabeza para continuar, Yuichiro me rechazó, cogiéndome de las muñecas. Su intensa mirada me hizo saber que era el momento de besarlo o de salir pitando.
—Tú sabes que es un pecado en mi religión, Yuichiro —proseguí defendiéndome—. No tengo ningún tipo de sentimiento hacia ti. Somos hombres y la homosexualidad es un pecado —hesité—. Soy un sacerdote. Y mi único dios es Jesucristo.
—¿Te acuerdas cuando comí un tamal? —me preguntó de lo más casual, desviándose del tema.
Me quedé estúpido, irritado de que no me fuese a insistir.
—¿Qué hay con eso? —inquirí encabronado.
Él bajó la mirada.
—Cuando lo vi por primera vez, pensé que era un dulce y me lo comí. Lo escupí y lo odié con toda mi alma.
No entendía a qué miércoles iba todo el rollo.
—Mikaela, tú me recuerdas a un tamal. Pareces ser un tamal salado como el que probé, pero en realidad eres un tamal dulce como el que comí días después de que me ofreciste uno en el parque —recalcó—. Quiero decir, yo sé que sí sientes algo por mí. Si no es así, dime que me vaya. Me iré de aquí y no me volverás a ver más.

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¡Mi dios es un ladrón de dulces!
Hayran Kurgu[MikaYuu x YuuMika] "¿Sabe que acaba de cometer un delito?" Yuichiro esbozó una sonrisa, le arranchó las donas al oficial y chasqueó sus dedos. "¿Y usted sabía que ahora comerán zanahorias?" Frente a los dos hombres, ahora había tres conejos. "¡Po...