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17: ¿Celoso? ¿Yo?



Sutilmente fastidiado, le dije que lo llenaría por él y se lo arranché, llenando mis datos lo más rápido posible porque no soportaba como lo estaba mirando esa mujerzuela. ¡Qué descarada! ¿Qué nunca ha visto a un hombre? Debería decirle que vaya a la iglesia y posiblemente, el Señor se apiade de ella y su sucia alma. ¡Impura! Estoy segurísimo que tiene la pochona del tamaño de una llanta de tráiler por el excesivo uso. Tan solo de mirarla, sé que está más recorrida que la avenida central.

—¿Eso es todo? —Inquirí al devolvérselo. Ella me sonrió, doblándola y metiéndola en un pequeño depósito de plástico con el nombre de las gomitas «GomiGusaNolas»—. Bien, gracias.

Agarré las golosinas de uno de los estantes y arrastré a Yuu por el brazo porque la señorita quiso platicar con él más de lo debido. ¿Qué no sabe su lugar? Él es un cliente, no un chico que ha conocido en un bar. ¡Mírenla nada más! Aparte de descarada, obstinada.

—Ella es una pecadora —recalqué cuando el dios me preguntó por qué le dejamos con la palabra en la boca, marchándonos sin decirle adiós.

—¡Mikaela, espera!

Yuichiro se me adelantó en el gran pasillo y extendió ambos brazos para que no avanzase. Muchos clientes nos estaban mirando porque él había puesto una cara tan seria que por un momento pensé que algo malo había ocurrido o tenía algo importante que preguntarme. Sí, preguntarme si podíamos comprar más chucherías.

—¿Por qué pones esa cara? —Resoplé, arqueando una de mis cejas mientras lo veía retroceder a la vez que avanzaba por el pasillo común.

Él detuvo el carrito, sosteniendo el borde de metal con firmeza. Lo miré perplejo y suspiré por lo extraño que se comportaba en un lugar público. En un pestañear, Yuu se encontraba delante de mí y me abrazó, rodeando sus brazos alrededor de mi cintura y colocando una de sus manos sobre mi cabeza, acariciándome.

—Discúlpame, no me di cuenta que te pusiste celoso. Ella no significa nada para mí.

—?Yuu!... ¡Aléjate! ¿Qué haces, idiota? —Rugí, sintiendo que mis mejillas me ardían por la estúpida escena que acababa de crear—. ¡Párala!

Muchas personas que vivían en mi distrito, asistían a misa y no me podía dar el lujo de dar una mala imagen. Naturalmente, no recordaba el rostro de todos ellos, pero solo uno me tenía que reconocer para mandar a rodar la pelota del chisme o calumnias.

Su lengua salió de su escondite, soltando un enervante ruido y Yuichiro la volvió a guardar dentro de su hocico, jalándome para ir al puesto de los vegetales.

—¡Apúrate, Mikaela! Tengo mucha hambre.

Al llegar a casa, Yuichiro se veía tan enérgico que terminó cocinando por mí. Lo único en que le ayude fue a cortar los vegetales e instruirle cómo debía de prepararse aquel platillo. Asombrosamente, él era muy bueno para ser su primera vez. La pasta salió perfecta al igual que la salsa roja. Ambos culminamos con la merienda y me fui a recostar sobre el sillón, asumiendo que Yuu también tendría sueño, pero me equivoqué.

—¿A dónde? ¿Por qué quieres ir ahí? Tan solo es un monumento donde hay muchos fumones —le informé al desparramarse sobre el asiento más grande de la sala.

—¿Por favor? Mañana tienes que ir a trabajar y no te veré hasta la noche...

No hubiera accedido a ir, sin embargo, no he salido a ningún sitio en varias semanas. Ni si quiera a dar una vuelta desde que me subieron de cargo en la oficina. A regañadientes, le pedí que busque una polera para ir a caminar por la pagoda china que tanto quería visitar.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora