38

1K 188 78
                                    

38: Es verde esmeralda




Para ser altas horas de la noche, el aeropuerto estaba concurrido de gente. Familiares, amigos y conocidos esperando a sus seres queridos con globos y peluches. Algunos eran más creativos y pintaron carteles de colores brillantes. Y luego estábamos nosotros, cargando con una manta llena de divertidos patentes cuadrados.

-¿Entonces dejarás de ser sacerdote?

Yuu me seguía animosamente, cuestionándome a cada momento sobre la llegada del padre Kimizuki. Él se había marchado para asistir a una grata reunión con sus superiores, dándome la potestad de dar la misa y ponerme a cargo de varias de sus labores en nuestra iglesia. Supuse que demoraría un año, aunque parece que no será así. Y ni bien mi dios se enteró, no dejó de hacerme un sinfín de preguntas sobre mi retiro.

-No, Yuu -me volví a contestarle-. No dejaré de hacer mis funciones en la casa del Señor. Le debo demasiado al padre Kimizuki como para dejar mi cargo.

-¿Qué le debes? ¿Dinero, dulces? Porque si es algo como (censurado) o como (censurado), creo que deberías mandarlo a la (censurado) -gruñó, cruzándose de brazos-. Odiaría si él tuviese esas intenciones de hacerte un (censurado), reventarte el (censurado) o se pusiese de rodillas para (censurado).

Mis ojos estuvieron a punto de desorbitarse, mi mandibula se torció y mis orejas se cayeron al piso de la impresión. El vocabulario de Yuichiro había aflorado de la manera más vulgar posible. Incluso estuve tentado en pedirle al guardia de seguridad que lo saque de inmediato por todas las barbaridades que escupió. Me enojé y a la vez me había avergonzado de cada una de sus sucias palabras.

-¿D-de dónde rayos aprendiste eso? -balbuceé incrédulo.

El pecho de Yuichiro se infló lleno de orgullo, ofreciéndome una impertinente sonrisa que quería desaparecer de un puñetazo.

-De internet -canturreó victorioso-. Como no querías enseñarme, logré adentrarme a todas las páginas de tu maquina por mí mismo. Lo curioso es que también había gente ahí que parecía pelear bajo las sábanas.

La información se hacía cada vez más perturbadora. Y cuando Yuichiro se colocó la frazada del padre sobre sus hombros, agitándola como un fantasma, supe que él había llegado a esas escenas explicitas que tanto temía... Lo que no me esperaba, eran los gemidos que salieron de sus labios, imitando a una de las eróticas estrellas.

-¡Yuichiro! -chillé avergonzado, abrazándolo para que se calmase-. ¡Cállate, cállate! -le supliqué, buscando su boca como desquiciado-. ¡No sigas!

Algunos habían dejado de charlar para vernos contorsionarnos por el piso, otros nos grababan y la gran mayoría, nos observaba con un fino destello que solo hacía que mis mejillas se carbonicen. Yuichiro no paraba de moverse, mucho menos con la súbita interrupción.

-Padre K-K-Kimizuki -tartamudeé, liberando a mi dios de mis garras-. ¿Cómo se encuentra?

Al ser escoltados por los guardias de seguridad con una simple amonestación, gracias a intervención del respetado sacerdote, salimos al estacionamiento para abordar la pequeña camioneta que se nos había sido proporcionada para esta ocasión. A regañadientes, Yuichiro lanzó el equipaje en la parte posterior y no nos dejaba de contemplar con suma sospecha.

-¿Y quién es tu amigo, Mikaela? -inquirió Kimizuki, sentándose a mi costado-. He escuchado de él por las monjas y las fotos que me enviaron.

-¿Qué fotos? -traté de no hacer notar mi sorpresa en el tono de mi voz, pero la brusca reacción ante la pregunta me delató-. ¿Las monjas?

Yuichiro, quien se encontraba sentado detrás de nosotros cuando el conductor puso en marcha el vehículo, salió entre las cabeceras de los dos asientos y estiró su mano. El padre dio un saltito con una expresión de total asombro y rió entre dientes.

-Mi nombre es Yuichiro. Tengo varios meses aquí, vivo en la casa de Mikaela. Estoy interesado románticamente en él, así que no lo piense, anciano -le advirtió, sacudiendo su mano-. Me encanta Mikaela y podría apostar que sé muchas más cosas de él que usted.

Juré que todo se trataba de una pesadilla, hasta consideré que era una broma de mal gusto. Giré en todas las direcciones, buscando las cámaras escondidas. ¿Quién había planeado esto? ¿Acaso fue Ferid? O esas terribles fans del Yuunoa. Sí, esas malditas están detrás de todo esto.

Kimizuki asintió, sonriente.

-¿En serio, hijo? -replicó el padre-. Me alegra mucho escuchar que Mikaela ha hecho amigos mientras estaba fuera. Como son tan cercanos como lo haces sonar, debes de saber todo lo que le encanta y lo que le disgusta.

-Me sé el número de cabellos que tiene en la cabeza, incluyendo pestañas y cejas -le aseguró, orgulloso-. También sé sus secretos, los minutos que demora en bañarse y la forma en que lame la cuchara después de ponerle azúcar a su leche.

Otra risa escapó de los labios de Kimizuki. Yuichiro no dejaba de fascinarnos con los datos más espeluznantes que he escuchado. ¿Cuántos cabellos tengo? ¿Lamo la cuchara cada vez que hago eso?

-Me parece excelente -comentó, acomodándose la manta que le habíamos traído-. Me imagino que también sabrás su color favorito.

Yuichiro enmudeció. Su feliz semblante se desvaneció, tornándose en una cara de preocupación extrema para caer en desesperación. Es como si lo hubiesen enviado a lo más profundo del infierno.

-Es muy obvio saber el año en que nació y los lunares que trae en la espalda -prosiguió-. Y debe de ser la información más básica notar que Mikaela se muerde las uñas cuando se ve acorralado -murmuró, llevándose un café caliente a los labios-. Pero eso ya lo debes de saber.

-P-P-Por supuesto -contestó indignado-. Su color favorito es...

Mi color favorito está en toda mi casa. Se puede ver en el color de las paredes, las cajas de pasteles de Ferid porque yo elegí el diseño, mis toallas, mi ropa interior y una infinidad de pistas. Naturalmente, el padre Kimizuki sabe mucho más porque prácticamente me ha criado desde que tengo memoria.

-Es el azul, ¿no es así?

No, no es el azul.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora