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32: Cómplice



Lacus se quedó boquiabierto al ver a Yuichiro. No entedía qué demonios pasaba, pero se veía muy desconcertado al vernos venir con los uniformes que nos había proporcionado la vendedora del club.

—Es un placer —dijo mi hermano, estrechando su mano—. ¿Sabes? Creo haberte visto una de las mañanas que fui a la iglesia a visitar a mi hermano —prosiguió sin dejar de saludarlo—. Tal vez fue mi imaginación, pero estabas comiendo en una de las esquinas mientras Mikaela estaba dando la misa.

—¡Yuichiro, estuviste comiendo dentro de la iglesia! —chillé indignado, volviéndome hacia él—. ¡Estás demente!

Mi hermano se echó a reír y se disculpó de inmediato, tratando de suavizar la situación con el revoltoso de Yuichiro. Después de la breve presentación, ambos intercambiaban un par de palabras mientras le enseñábamos a jugar. Para ser su primera vez, le costaba controlar su fuerza sobrehumana. En uno de sus lanzamientos, casi dobla uno de los fierros de la maya que dividía la cancha. Consideré en invitarlo a sentarse para que nadie comenzase a sospechar de lo peligroso que podía ser dejarlo a su libre albedrio.

—Mikaela, ¿podría ir a comprar algo en ese kiosco? —pió con ojos suplicantes, señalándome el pequeño puesto—. Hay varios niños que están comiendo hielo de colores en tubos transparentes.

Le regalé un par de monedas y lo vi perdiéndose entre el batallón de mocosos, peleando para llegar hasta su dulce objetivo. Una sombra bloqueó la luz que iba directo a mi rostro y sentí el crujir de la banca de madera. Lacus se desplomó a mi costado, tomándose su tercera botella de agua.

—Bastante enérgico, ¿no? —dijo entrecortado, refiriéndose a mi acompañante—. Ni siquiera podemos terminar un partido con las piernas que tiene.

—A Yuu le encanta correr —repliqué satisfecho, viéndolo pedir la chuchería que quería—. Siempre ha sido así para todo.

—¿Para todo? —preguntó con fingida inocencia ante su doble sentido.

Solo le contesté de un codazo en las costillas, sonriendo al verlo retorcerse de dolor.

—Mikaela —murmuró, jugándose de manos un poco nervudo—. ¿Has pensado en salir con él?

Su pregunta me tomó desprevenido y giré todo mi cuerpo para darle el encuentro. Parpadeé una infinidad de veces, tratando de entender a qué se refería y esperanzado en que no fuese el tema de ayer.

—No. Somos hermanos y...

—No me refería a Ferid —susurró intranquilo, desviando su mirada al muchacho que venía corriendo a nuestro lado.

Yuichiro se metió en medio de los dos con un chupetín en uno de sus cachetes. Él se lo quito de la boca y me lo ofreció.

—¿Cuánto te costó? —se dirigió a Yuichiro—. Mikaela y yo comprábamos de éstos cuando íbamos al colegio —agregó con una amplia sonrisa. Hace tiempo que no pruebo uno.

Hace años que yo no lo probaba. El que tenía en sus dedos era uno de mis sabores favoritos. Pensé que los habían quitado del mercado. Cuando Yuichiro le quiso convidar, Lacus se excusó con el tratamiento de muelas que tenía y no podía consumir dulces hasta completar con su limpieza a profundidad. Es una lástima porque pensaba invitarle, ni bien metí mi mano en uno de mis bolsillos.

—¡Rayos! —gruñí—. Nos hubiese comprado un par, pero le di a Yuichiro todo el sencillo que tenía.

—Bueno, por mí no te preocupes —agregó Lacus—. Yo no puedo de todas formas.

Yuichiro se lo volvió a sacar de la boca y me lo intentó dar.

—No —le dije, encogiéndome de hombros—. Cómelo tú. A ti te gusta más que a mí.

—Pero Lacus dijo que no lo habían probado hace mucho tiempo. Tan solo dale una lamida —insistió, llevándolo a mis labios—. ¡Vamos, Mikaela!

No quería hacerlo. No en frente de Lacus. Se vería extraño. No era algo que hiciesen los amigos. Bueno, no era un experto en amistades, pero era raro ver compartir ese tipo de dulces entre compañeros.

Acepté y me lo metí a la boca, sintiendo el delicado sabor a fresa con un toque de menta. Inmediatamente, se lo devolví.

—Está rico.

Sin chistar, Yuichiro se lo metió a la boca y lo vi retorcerse de completa euforia. Lacus y yo nos miramos extrañados.

—Está delicioso —pió, sentándose a mí lado y entrelazando su brazo con el mío—. Sabe mucho mejor ahora que tú lo has probado.

Lacus escupió lo que estaba tomando y nos miró con picardía.

—He escuchado que compartir alimentos de esa forma es como un beso indirecto, Yuichiro —le informó con viveza—. Tal vez esa es la razón por la cual sabe tan bien.

Tuve la extrema necesidad de darle una patada en el rabo cuando abrió su bocota. Yuichiro parecía estar embelesado, tan fuera de sí que se llevó sus manos a sus labios con el chupete adentro.

—¿Fue un beso? ¿He besado a Mikaela?

—¡Lacus! —ladré—. ¡No le metas esas ideas en la cabeza!

Mi hermano me ignoró sin dejar de torcer una mueca cómplice, deleitándose de lo cariñoso que se había puesto Yuichiro.

—U—un beso... —prosiguió en trance.

Quería matar a Lacus, sí o sí.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora