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18: Rareza



Mi edificio estaba en la Avenida XXXX, y detrás había un pequeño parque en donde hace muchos años inauguraron un monumento con un pequeño lago artificial al costado. Antes era una maravilla y muchos niños se divertían, jugando y cruzando el diminuto puente con los patitos, pero con el pasar de los años, muchos tíos se comenzaron a meter en las noches para drogarse hasta el punto en que tuvieron que cercarlo. Desde ahí, ya no le dan tanto mantenimiento como antes y se ve algo decrepito.

Los dos nos dirigimos a aquel parque, disfrutando de los restantes rayos de sol que calentaron la fría ciudad en época de invierno. Muchas familias compartían, dando vueltas con la bicicleta o comiendo helado. Yuu dio varias vueltas, observando todo a su alrededor como si recién hubiese llegado a la ciudad.

—Desde aquí se ve nuestro departamento —me comentó al señalarme un conjunto de ventanas de último piso. A lo lejos, pude ver nuestras cortinas, las cuales eran completamente diferentes a las de los vecinos.

—¿Nuestro? —Bufé, caminando lentamente sobre el césped.

El vigorozo dios se amarró su largo cabello azabache en una coleta y se saltó la reja para perseguir a uno de los patos que corrían con un pedazo de galleta. Me acerqué a la reja, dándole una bolsa de papel para que tirara el pan viejo a los animales. Él se veía tan feliz haciendo algo tan simple. De un momento a otro se me acercó y me pidió que le tomase una foto.

—¿Por qué quieres una?

—Para recordar lo bien que la pase contigo.

Le tomé varias para que no haga ninguna travesura como cuando no se sale con la suya. Después, él se colgó de mi cuello y me arranchó el teléfono para poder tomarnos varias fotos juntos. No me gustó la idea, pero no tenía ganas de pelear por algo tan estúpido.

Él se entretuvo por varios minutos hasta que se percató que uno de ellos no quería comer. Ello le preocupó.

—Déjalo en paz. Ya verá cuando le dará hambre.

—Pero los demás se lo comerán y no le quedará nada —me aseguró, inclinándose para entregarle un poco de alimento. El pato siguió nadando, ignorando a Yuu por completo.

—No te acerques mucho porque... ¡Yuuchiro!

Era demasiado tarde; él ya había caído dentro de la laguna artificial.

—Eres un problema...

Lo ayudé a salir antes de que el serenazgo o alguien nos llamen la atención como en la mañana.

Yuu rió fuertemente por lo que acababa de pasar y le fulminé con la mirada porque caerse a un estanque lleno de bacterias para que luego gotee en toda la casa, no era gracioso.

—No me vas a entrar así —le advertí, exprimiendo su polo en el camino.

Llegamos al cuarto piso y le pedí que se quitara las medias, las zapatillas y la chaqueta que cubría su descubierta espalda. Mientras que metía la llave en una de las rendijas, escuché un grito de pavor. Era la vecina. ¿Y por qué había gritado? Yuichiro se había desnudado.

—¡Qué haces!

—Pensé que no querías que mojara la casa —comentó al exprimir sus calzoncillos a la vez que la vecina agrandaba sus ojos, viendo las nalgas de Yuu.

—¡Yuichiro!

Exasperado, lo metí al departamento y me disculpe con la vecina.

—Es un poco retrasado.

Luego de resolver aquel problema, llevé toda la ropa al tendedero y lo arrastré a la ducha. Lavé sus prendas una por una, las metí en la secadora hasta que él salió vistiendo mi bata. Él ingresó a la lavandería, recostándose sobre una de las puertas.

—Ten más cuidado —fruncí ceño al recordar que la vecina estuvo a punto de llamar a la policía por el indecente accidente.

—Lo siento. No te quise causar problemas. Sé que puedo ser de lo más molesto y te agradezco que todavía me permitas vivir contigo.

No podía creer que había escuchado tales palabras salir de su boca. Después de dos meses, era la primera vez que se disculpaba genuinamente. Él retiró una bolsita de gomitas de uno de los bolsillos y me llevó un gusano a la boca. Como ofrenda de paz, lo acepté.

—¿Sabes qué es lo que más disfruto de toda mi estadía? —Preguntó calmadamente, mordisqueando su golosina. Él sonrió y me convidó otra, sujetando mi mano con solidez—. Tu sonrisa. Tienes una sonrisa muy bonita, Mikaela. Pero ella es perfecta cuando yo soy quien la ha causado.

—¿Por qué dices algo tan estúpido?

Incómodo, lo aparté para irnos a descansar a la sala, pero él aprovechó para susurrarme un par de cosas que me dejaron helado. No fue un susurro que terminó con un mensaje pervertido, tampoco fue una descabellada demanda. Al contrario, fueron reconfortantes.

Tan reconfortantes que hundí mi rostro en su pecho, y silenciosamente, dejé de pelear contra esos raros sentimientos que habían estado surgiendo.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora