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29: Escoria humana



—Es suficiente —comandó. Su voz hizo que mi hermano mayor se detenga—. Ferid, no es momento para comportarse así —agregó tétricamente—. Retírate de inmediato o tendré que llamar a papá.

Ferid contuvo su respiración por un par de segundos, inflando su pecho ante el inesperado visitante. Sin pronunciar ni una sola palabra más, giró sobre su sitio y se fue con una insatisfecha expresión. Después de verlo marchar, nos quedamos en un silencio incómodo. Lacus se mordisqueó el labio inferior como suele hacerlo cuando la situación se sale de control y me dio unas palmadas en la espalda.

—¿Estás bien?

Solo asentí, aún avergonzado por lo sucedido. Mi hermano continuó frotándome afectivamente y se sentó a mi costado, sobre el escritorio.

—Creo que hablaré con mamá y papá, Mikaela. Esto no puede seguir así —comentó Lacus, pasando sus manos sobre su cabellera—. Si no hubiese llegado a tiempo, quién sabe qué cosas hubiesen pasado.

—No. No ha sucedido nada —le aseguré, cogiéndolo de las mangas de su chaqueta—. No les digas nada. No los tengas preocupados por gusto. Ferid ha estado estresado y solo quería fastidiarme para... para pasar el rato —mentí descaradamente, sabiendo que no me creía—. Tan solo... déjame resolver este asunto con él.

Lacus me sacudió de encima y me ofreció una desagradable mueca. No solo estaba furioso con Ferid, también lo estaba conmigo por ser tan permisivo. Sé que yo era el hermano menor y que Ferid siempre anduvo cerca de mí desde que llegué a esa casa. Todo el tiempo juntos. Obviamente, los sentimientos habían traspasado de ser una simple hermandad a algo más para él. Y yo era igual de culpable. Nunca le ponía un límite. Jamás se lo puse.

—Si sucede una vez más, Mikaela —siseó colérico—. Si te toca un pelo como la vez anterior, te juro que abollaré su perfecta cara.

Atiné a asentir, sintiéndome más culpable. Lacus suspiró y me acarició la cabeza.

—Solo vine a confirmar sobre mañana —murmuró—. Vendrás con tu amigo, ¿no? He reservado la cancha para un turno de dos horas. Luego podemos ir a la piscina, si deseas.

—Claro —repliqué a secas—. Estaremos ahí.

Lacus asintió.

—Llámame si necesitas algo.

No sé en qué momento se fue. Solo recuerdo que no me pude levantar. No escuché en qué momento se cerró la puerta ni las llamadas telefónicas que seguían vibrantes al igual que la voz de mi secretaria, informándome de las próximas citas. Yo solo podía decirle que lo adjunte en la agenda y le colgaba monótonamente.

Perdí noción del tiempo, estando absorto en aquel recuerdo.

Todo sucedió cuando una pareja me adoptó. La cálida familia que tanto quise después de la muerte de mi amigo. Fui tan feliz cuando supe que tendría hermanos que también habían tenido el mismo destino que yo. Un muchacho adolescente de cabellera plateada corta me recibió con una sonrisa al igual que otro chico un poco más joven, sosteniendo un pastel. Mientras que nuestra madre seguía de gira en los torneos de boxeo, la mayoría de las veces nos quedábamos con papá. Él era un escritor muy reconocido por sus novelas.

Una tarde cualquiera, cuando nuestro padre se fue a un evento de firmas para uno de sus primeros libros, me adentré en su oficina con la intensión de jugar uno de los video juegos de Lacus. En ese entonces estaba de moda un juego de soldaditos y armas veraces. Y como tenía deseos de entrar en el grupo de mi colegio, necesitaba jugarlo a toda costa. Aunque no contaba que me toparía con lo que se conoce como pornografía.

El monitor estaba prendido y había un video en pausa. En realidad, solo había escuchado comentarios de mis compañeros sobre las relaciones sexuales entre una mujer y un hombre, aunque nunca me llamó la atención. Y no esperaba que mi primer morbo fuese a ser entre dos hombres. Cuando machuqué el botón, vi los minutos restantes y sentí una extraña sensación en la parte inferior. Un calor en mi zona íntima y una dureza que hacía que me duela a la vez. Salí de ahí corriendo, avergonzado de lo que había hecho pues era un pecado. Por más que haya sido adoptado, seguía ejerciendo mi religión junto al padre Kimizuki.

Las primeras veces, volví a encontrar el mismo contenido cada vez que mis padres no estaban y Lacus se iba a la casa de uno de sus amigos. Ese era el momento indicado para aprovechar esa divina sensación. Quería experimentar qué se sentía y por eso, con cada video, me comenzaba a frotar ahí abajo. Mi desesperación y curiosidad fue tal que en una de esas, me retiré mis prendas y ensucié la pantalla. Sin embargo, no contaba con un súbito espectador: Ferid.

—¿Mikaela? ¿Qué estás...?

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora