43

1K 178 61
                                    

43: La víbora ataca de nuevo



La estridente risa de mi hermano me estaba comenzando a irritar como nunca antes. Lacus se retorcida sobre su asiento, limpiándose las lágrimas a causa de mi miseria. Y perdió la cabeza cuando le mostré el libro parchado de un ilustrado autor, especialista en romances.

—¡Qué triste tu vida! —chilló, sujetándose del borde de su escritorio—. ¿Cómo es posible que hayas recurrido a esa opción de todas las posibles en todo el universo?

—¡Cállate, Lacus! —le ordené con un intenso rubor—. ¿Para qué quieres que lo niegue? Tú sabes que no tengo la menor idea de cómo plantarle un beso. Quiero decir, lo he intentado y no funcionó. Me acobardo cuando lo tengo en frente —admití en voz baja, jugando con mis dedos.

—Ay, pequeño Mikaela —suspiró—. Pero ha habido veces en que él tomó la iniciativa, ¿verdad?

Asentí y le comenté las innumerables escenas en donde lo tuve cogiéndome de los cachetes para robar la virginidad de mis labios. Lacus me escuchó atentamente, comprendiendo que en ese entonces él no me gustaba de esa manera. No me podía culpar si me había negado cuando ni tenía ni una pizca de idea de quién era.

—Yo creo que ya no lo está haciendo porque lo has rechazado un culo de veces —admitió certero, frotándose la barbilla—. Lo más probable es que esté esperando que tú lo hagas.

—No tengo las agallas para hacerlo —le confesé, golpeando mi frente contra mi mesa—. Tengo miedo de que me rechace y me diga ¡Ja, ja! Te la perdiste, pendejo —me alcé de mi frustración y lo contemplé suplicante—. Estoy confundido, Lacus. Hay momentos en que se pega a mis labios y cuando lo miro como cachorro, llamándolo para que me bese, no me hace caso.

—¿Has pensado en que Yuichiro puede que esté jugando contigo? A simple vista parece un tonto —continuó pensativo—. Y actúa súper lindo contigo en público cuando se acerca a ti como un bebé inocente... —Lacus chancó su puño contra el mueble—. Sí, definitivamente Yuichiro está haciéndose el difícil. Quiere que tú des el primer paso.

—No puedo —me negué—. Sinceramente, no puedo hacer eso. Me va a rechazar.

—Si él se ha estado pegando a tus labios es que quiere que le des un maldito beso, Mikaela. Solo sella tus labios con los de él y verás que la magia se dará por sí sola. Te puedo asegurar que Yuichiro caerá en sus instintos y te guiará.

Me encantaría seguir su consejo, pero es más complicado de lo que pensé. Lacus tampoco sabía los detalles sobre Yuichiro y la edad que tenía. Él era un vejestorio a comparación mía. Además, había notado que mi dios había estado planeando esto cuidadosamente desde la noche en el parque de diversiones. Puede que no tenga mucha experiencia en el ámbito físico, pero no era un idiota como para no ver a través de la trampa más vieja de todas. Hacerse al desinteresado. Aunque lo que me estaba fastidiando eran los locos celos de ponerme a pensar que yo no sería la primera persona con la que había estado. Después de todo, él ha vivido mucho más tiempo que yo. Y parecía fingir su idiotez, permitiendo que su lado pervertido aparezca cuando le conviene.

No sé qué hacer.

—¿Cómo le puedo dar uno sin que me haga ver tan necesitado? —inquirí esperanzado en una respuesta concreta—. Algo que diga que no soy un niño bueno, pero tampoco un trasero fácil.

—¿Por qué pides imposibles?

—¡Lacus! —gruñí—. ¿Tendrías la bondad de ayudar a tu hermano menor en el campo de Venus por una vez en tu vida?

Él se echó a reír.

—Es que es la primera vez que hablamos de esto. Pensé que serías un poco más reservado o tímido y fue todo lo contrario —replicó—. Bien, supongo que lo primero que tienes que hacer es conseguir un detective.

—¿Para qué quiero uno? —lo interrumpí anonado.

—Solo hazlo —le ordenó—. Como sea. Lo primero que harás será llamarlo y le pedirás que busque tus testículos. Una vez que los encuentres, te los mandas a pegar con silicona calien—...

Su carcajada solo hizo que cuelgue la video-llamada. No puedo creer que lo haya tomado en serio. Lacus era un bromista de porquería. Yo solo quería su apoyo como el hermano que era. Estresado por la pérdida de tiempo, apagué mi laptop y me dediqué a continuar trabajando. La pila de documentos que tenía que chequear no disminuía.

La puerta se abrió.

—¿Acaso él es una mejor opción que yo?

Mi hermano había venido de visita sin anunciarse. Él cerró la puerta y se paseó por mi estudio, quedándose en frente mi pecera. Ferid se mantuvo en silencio hasta que me dirigió la mirada, avanzando lentamente hasta uno de los asientos que compartía con mi escritorio.

—Jamás imaginé que un chico como ese fuese a ser el elegido —continuó en un tono apagado—. No puedo aceptarlo. No puedo aceptar a Yuichiro como tu pretendiente.

—Ferid.

—Mikaela, tú sabes que experimentamos algo que solo los dos sabemos... —susurró desganado—. ¿Quieres echarlo todo a perder por él?

No podía creer que estábamos teniendo esta conversación en este momento. Yuichiro podría aparecer en el segundo menos pensado y todo se podría poner horrible. Necesitaba juntar el coraje necesario para ponerle fin sin herir a ninguno de ellos.

—Tú eres mi hermano —repliqué—. No podemos ir más allá de eso. Y tú sabes que yo nunca he sentido una atracción de ese tipo por ti... Yo te amo, pero no de esa manera. Te amo tanto como Lacus y nuestros padres. Me rescataron de la oscuridad y aquí me tienen. Me diste trabajo, hiciste todo por mí y fue... maravilloso —agregué con un nudo en la garganta—. No puedo destruir nuestra familia, Ferid.

Ferid asintió.

—Bueno, supongo que eso fue todo —dijo, encogiéndose de hombros.

—Espera, ¿qué? —inquirí confundido, tomándolo de la muñeca—. ¿Eso es todo?

—¿Qué se supone que haga? —me preguntó, bostezando. Se cubrió la boca y se levantó de su asiento—. Si no quieres una relación conmigo, lo entiendo. Algunas guerras se pierden, otras se ganan. No seas tan impertinente, enano. Hay miles de hombres en el mundo.

—¡Qué forma tan optimista de ponerlo! —espeté ligeramente irritado—. Pensé que harías un escándalo.

Mi hermano se rió y negó con la cabeza.

—No —contestó—. Aunque te advierto que si no te declaras a ese muchacho o si no lo besas pronto, me encargaré de robártelo.

—¡Qué! ¿Por qué harías eso?

—Bueno, Yuichiro tiene un cuerpo como me lo recomendó mi doctor. Una cogida no nos vendría mal —se excusó guiñándome—. Tienes una semana para declararte o pondré mis tácticas de seducción en práctica.

—Bastardo...

—¡Nos vemos!

Ferid se esfumó.




¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora