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25: Propia medicina



Al colgar el teléfono, Yuichiro me estaba esperando con los brazos cruzados. Estaba frunciendo ceño, golpeando la planta de su pie sobre el alfombrado. Siempre tenía esa actitud cuando le pedía que me esperase o me diese un minuto.

—Era mi hermano —le avisé, regresando el auricular a su sitio—. Me dijo para encontrarnos en mi día libre e ir a ejercitarnos.

—¿A dónde irán? —cuestionó curioso, siguiéndome a la cocina—. ¿Puedo ir?

Ambos nos adentramos al cuarto, encaminándonos al counter en donde estaba la caja destapada. Con sumo cuidado retiré el pastel de zanahoria recién horneado por mi hermano y lo deposité en uno de los platos. De simples cortes, nos serví una porción a cada uno, siendo la más grande para Yuichiro.

—¿Cómo supe que me preguntarías eso? —bufé al llevar el postre por su costado—. ¿Para qué quieres ir tú?

Yuichiro me siguió muy de cerca y de una simple orden, le pedí amablemente que regresase con el juego de té y las demás galletas que me había dejado Ferid hace unos minutos. Yuichiro regresó, sentándose a mi costado y prendió el televisor. Por más que siga mirando fijamente a la pantalla para elegir una película, sus ojos seguían pegados a mi rostro.

—Porque quiero pasar más tiempo contigo —protestó, sentándose como indio con su pastel en mano. Él se llevó un pedazo a los labios, se lo pasó e insistió con aquella intensa mirada—. ¡Llévame!

Seguía sin hacerle caso, tratando de controlar mi perversa mueca. Tal vez no sería mala idea si juego un poco con él. Después de todo, siempre tengo que limpiar cada desastre suyo. Una broma no le hará mal. Tratando de poner una de las caras más serias, me volví hacia él.

—Me encantaría llevarte, Yuu —repliqué con una inocencia fingida—. Lastimosamente, solo hay comida salada. Y voy a estar todo el día ahí. Si quieres venir, tendrás que comer todo lo que mi hermano te dé.

Él se quedó pensativo considerando todas sus opciones. Ese preocupante semblante se tornó uno desafiante y se dirigió a mí con un rostro feroz.

—Por ti, haría lo que fuese, Mikaela —me aseguró con firmeza—. Si voy a tener que comer eso, que así sea con tal de poder pasar tiempo juntos.

Su resolución me tomó desprevenido. Había dejado de pasar los canales. Era de lo más extraño que acepte comer lo que más odia para estar conmigo. No lo voy a negar. Ello hizo que me sienta importante. Tampoco le podía mentir cuando estaba tan decidido.

Suspiré derrotado.

—Estaba bromeando —le confesé—. Puedes venir conmigo. También puedes traer la comida que tú quieras.

Mi respuesta lo dejó satisfecho.

Durante las próximas horas de la noche, ambos nos quedamos viendo películas sin parar. Toda la mesita de café estaba repleta de envolturas y aquel pastel de zanahoria había dejado de existir al igual que aquellas galletas de mermelada. Y para cerrar con broche de oro, nos servimos las gomitas que habían sobrado.

Ya era más de medianoche. Poco a poco, sentía que mis parpados se cerraban. Estaba cabeceando y la pantalla se oscurecía más y más. No sé en qué momento acepté que no podría quedarme ni un solo minuto despierto. Tampoco sabré a qué hora Yuichiro apagó el televisor y nos envolvió en una manta verde.

—Yuu... —susurré, dándole un leve empujón—. Oye, vamos a la cama.

Quise ponerme de pie para ir a mi habitación, pero él me sujetó del brazo. Yuichiro estaba despierto por completo. Aunque bajo la luz de la luna, su expresión era muy diferente a la usual. No tenía ese semblante infantil. Al contrario, era más maduro y serio. Sin decir ni una sola palabra, él me jaló de vuelta y terminé cayendo sobre su pecho.

—Yuichiro —lo llamé sorprendido—. Oye...

Al alzar la mirada, sus labios sellaron mi frente. Y como si alguien hubiese puesto un hechizo, nos quedamos mirándonos sin pestañear. Pasamos un buen rato en la misma posición. Yo sobre él. Y cuando vi sus labios acercarse a los míos, cerré mis ojos.

—Mikaela...

Su aliento recayó sobre ellos para luego desvanecerse. Yuichiro no dijo más y nos arropó a los dos. Tampoco deseaba cuestionarlo. Solo acepté que algo estaba naciendo entre nosotros dos.

Y no era una simple amistad.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora