27

1.2K 206 29
                                    

27: Posible pecado


Las voces de los periodistas fueron opacadas por el grito que pegué. Yuichiro se alejó de inmediato de mi rostro y se sentó al pie de mi cama con una confusa expresión, mientras yo me frotaba la cabeza por el súbito impacto. Tener que ver su rostro a la primera hora de la mañana no fue la mejor manera de despertar, en especial cuando me percaté de un extraño aroma. Una fragancia que me hacía acordar a la leche chocolatada que preparaba papá durante la semana de Navidad. Aunque tenía un olor tosco.

—¡Buenos días! —pió Yuichiro, empujando una bandeja de plástico por las sábanas—. ¡Espero que te guste!

Era un desastre. Miré su experimento sin saber qué decirle. Y parece que Yuichiro notó lo intranquilo que estaba y entristeció.

—No sabía cómo prender la cocina yo solo. Usualmente lo hacemos juntos y... —hesitó apenado, rascándose la cabeza—. Quería sorprenderte sin tenerte que pedirte ayuda.

Lo único que podía considerarse un desayuno era el jugo de naranja intacto. El resto era un total desperdicio de comida. Las tostadas estaban quemadas, y en un tonto intento de hacerlas comestibles, Yuichiro las untó con crema de leche. Tanto manjar que terminaron húmedas y casi aguadas.

—Mejor no lo comas —agregó rápidamente, retirando los platillos—. No te vaya a dar un dolor de estómago y después no sabremos qué h—...

—Yuichiro.

—Mikaela, sé que hice mal en desperdiciar comida y tienes todo el derecho de estar molesto conmigo. Soy un dios irresponsable, tal vez antipático y sé que trago como un tanque sin fondo. Supongo que me excedo cuando no me compras los dulces que quiero —balbuceó como una cotorra—. Mi intención no era convertir a esa gente en conejos. Bueno, admito que sí lo fue porque se veía divertido. ¡Espera! No, eso suena mal. Yo n—...

—Yuichiro —lo llamé aún más fuerte.

Él se detuvo. Su expresión se volvió tan vacía como las veces en que le había llamado la atención. Yuichiro asintió solemnemente, aceptando todos los errores y las consecuencias que había llevado su egoísmo. Pero siempre se puede perdonar ese tipo de acciones. Yo lo perdonaba.

—Gracias —le dije genuinamente, tomándolo de la mano—. Fue un bonito gesto de tu parte.

Si esto hubiese sucedido al principio, era un hecho que le hubiese tirado todo el desayuno por la cabeza por ser tan irresponsable y lo insoportable que podía ser. Ahora que ya entendía un poco más su situación, viéndolo esforzarse me llenaba de orgullo. No había salido como ambos hubiésemos querido. La merienda era una mierda y no hay forma que se lo dé ni a un perro callejero. Sin embargo, Yuichiro la había preparado con sus propias manos por primera vez. Sin mi ayuda, sin requerir una orden. Todo por su propia voluntad.

La tensión se había esfumado. Yuichiro solo me sonrió y me observó callado. Y ahora que lo observaba mejor, tenía crema hasta por los cabellos. Si no se hubiese puesto el mandil, su pijama hubiese terminado bañado en éste.

—¡Mikaela! —chilló cuando lo sorprendí con un poco de manjar sobre su nariz—. ¡Oye!

Él tomó un poco de la tostada e intentó pegármela en la mejilla. Entre risas, forcejeamos para que no lo hiciese.

—¡Yuu! —berré, pataleando como un crío—. ¡Si manchas la cama, no te perdonaré!

Ambos no parábamos de reír cuando caí para un costado con Yuichiro encima de mí. Lo tenía agarrado de las muñecas para que no me deje más dulce sobre mi cara hasta que él usó más fuerza y me pegó el pedazo sobre la nariz. Sus rodillas estaban sobre mis muslos y no me podía mover cuando mis brazos se quedaron sobre la cama. Nuestra risa fue disminuyendo.

Nos quedamos en silencio, contemplándonos. Y la situación no mejoraba cuando su mirada se suavizó y se acercaba más a mis labios. Fue en ese momento en que una extraña sensación me invadió otra vez. Me picaba la curiosidad de saber y experimentar esa sensación de placer puro hasta que me detuve. No quería seguir en esa posición, tampoco quería que nuestras bocas fuesen a... terminar en un posible beso.

No sé qué se prendió dentro de mí para sacar una energía sobrehumana y empujé a Yuichiro lo más delicado que pude. Me incorporé de golpe y me moví para un lado. Habíamos estado tan cerca de realizar un acto tan pecaminoso. Por un segundo, hubiese cedido. Y ese pensamiento fue el que más me asustó.

—Voy a prepararnos el desayuno —le avisé sin mirarlo, escurriéndome por el pasadizo.

Yuichiro no me respondió, ni me cuestionó.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora