Epílogo

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Cuando era chica soñaba con mi vida perfecta, viajes, amigos, un amor para toda la vida, una familia feliz.
Nunca, ni por un segundo se me cruzo por la cabeza todo lo que viví, la indiferencia de mi madre, la violencia de mi primer amor, la traición de una amiga, la pérdida de un hijo, el secuestro y la muerte.
Sin embargo había experimentado todo en carne propia aún había veces que cerraba los ojos y dolían, los recuerdos me atormentaban a diez años de haberlos vividos, llegaban a mi y no podía hacer nada para alejarlos.
Pero ahí llegaba él con su abrazo cálido, sus palabras de aliento y su apoyo incondicional, Alan mi gran amor contaba con un grupo de contención que me tomaban de la mano y me sacaban del pozo en el que me hundía de vez en cuando.
Ese grupo era él, mi padre, mi tía, mis suegros, mis amigos y por supuesto mi hija.

Mi hija, aun la mira y no puedo creer el regalo que me dio la vida.

—¿En qué piensas?—Escucho una su voz gruesa seguido de un beso en mi cuello.

—En la afortunada que soy en tenerte.

Se acomoda los lentes mientras se aleja de mi.
Noto el temblor de sus manos y lo sé, esta nervioso, no puedo negarlo yo también lo estoy.

Después de dos años, aquí estamos a punto de cambiar nuestras vidas otra vez.

—¿Estas preparada?

—Como nunca ¿Y tu?

—No veo la hora de tenerlo en casa.

—Solo una hora más.

Beso su labios y el timbre suena.

Una adolescente Liz y su hermana adulta Ariadna entran a mi hogar.

—Cambia esa cara tía, parece que no te gusta vernos.

Las abrace con fuerza—solo no puedo creer cuanto han crecido. Son tan hermosas.

Liz ya contaba con dieciséis años mientras que Ariadna ya estaba cercana a los veinte.

—¡Llegaron!

Y si mis sobrinas me daban añoranza ver a Mayte, a sus once años, me hacía desear parar el tiempo.

—¿Lista para un día de primas?—preguntó Liz y ella asintió entusiasmada—entonces nos vamos.

—Cuídense y me envían mensaje—les pidió Alan.

—Mucha suerte—nos susurraron y partieron.

—¿Listo para irnos?—Alan asintió y salió de nuestro hogar.

Decidí conducir yo, él se veía un poco alterado. Al llegar al lugar ambos nos quedamos en el auto, teníamos miedo. Dentro de nosotros sabíamos que si algo saldría mal, otra vez, nos derrumbaria.

—Tengo un buen presentimiento, pero tengo miedo que sea falso.

—Confío en ti y en ese sentimiento—Respondió mientras besaba mi mano—Vamos.

Me abrazo mientras caminábamos y en silencio nos acercábamos a aquel lugar.

La risa y el grito de los niños invadió mis oídos cuando entramos y una paz corrió por mi cuerpo. Tenía fé, debía tenerla.

Eres MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora