Capitulo 42

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"Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos

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"Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos."

—Carlos Fuentes

NARRA MELANY

Cuando el timbre termina de sonar su relajante, y a la vez escalofriante melodía, la puerta de madera comienza a abrirse lentamente, provocando un chirrido que me hace tragar saliva con nerviosismo.

Kevin me mira, ofreciéndome una mirada contenedora, como diciendo que no me preocupe. Se nota a leguas que él tiene muchas más espereranzas que yo. Pero bueno, ¿quién podría culparme? Prácticamente todo mi mundo ha sido arrebatado por un loco que usa una máscara. Y tengo el presentimiento de que esto aún no ha terminado.

La puerta se abre completamente, permitiéndonos ver no mucho más que la sobra de una persona, sosteniendo algo entre sus manos.

Parece ser un hombre con un sombrero en la cabeza. Fuerzo la vista para ver mejor, pero es imposible.

—¿Qué desean?— la voz del hombre me hace deducir que es un chico joven. Quizá un poco mayor que nosotros.

No respondemos, pues la verdad es bastante complicado hablarle a una sombra. Si se acercara...

Como si hubiera leído mi mente, el joven camina hacia el marco de la puerta, aún sosteniendo entre sus manos aquello misterioso. La lámpara vieja y oxidada que cuelga del marco superior del pórtico le ilumina el rostro en su totalidad.

Como dije, es un chico joven, de unos veinte años. Sus ojos son azules como el cielo y su cabello rubio brilla y resplandece debajo de la intensa luz que provee la lámpara.

Bajo la vista hacia sus manos y compruebo que, lo que lleva entre ellas, es una pistola. Su dedo indice está apoyado sobre el gatillo y él nos mira con una mirada amenazante, frívola.

Sus ojos claros penetran en los míos, haciéndome temblar. No me fío de él. No me gusta la forma en la que me mira, es como si estuviera ocutlando algo, algo oscuro, sombrío, algo que podría causarnos mucho dolor. Nunca me han gustado las miradas misteriosas y la de este chico, sin dudas, es de las peores que he visto en mi vida.

—Lamentamos molestarte— habla Kevin, con una voz ronca. Tose para aclararse la garganta.—, pero estamos perdidos. Mi auto se detuvo y necesitamos llegar al centro de Youngtown. ¿Podríamos usar tu teléfono?

Me sorprende lo directo que es Kevin para decir las cosas. O sea, no me parece mal que le suelte a este chico todo sin rodeos, pero la verdad es que no lo conocemos. Si yo hubiera hablado, mi voz habría sonado entrecortada y nerviosa.

El dueño de la casa clava la vista en Kevin y agradezco que haya quitado sus ojos de mí.

—¿Están solos?— inquiere y eso me desconcierta demasiado. Bueno, en realidad su pregunta no me parece tan rara. Es decir, dos extraños tocan el timbre de su hogar casi a una hora de la madrugada y piden ingresar a su casa para usar el teléfono. Si esto me hubiera pasado a mí, les habría cerrado la puerta en la cara y llamado a la policía.

Cadena de homicidiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora