Capitulo 46

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"En la tierra de los asesinos, la mente de un pecador es un lugar sagrado"

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"En la tierra de los asesinos, la mente de un pecador es un lugar sagrado"

—Eminem

NARRA MELANY

Un silencio sepulcral se apodera del barrio, como si el sonido del disparo hubiera callado cualquier ruido que se oyera. Por puro impulso, me arrojo al suelo, escabulléndome contra las escaleras de la entrada de la casa de Ashley para protegerme. El viento que me sacude el pelo no hace más que estorbar. Las copas de los árboles se mueven de un lado a otro, impidiéndome así ver si hay algun francotirador ubicado en alguna de sus fuertes ramas, acechándonos.

Horrorizada, miro hacia atrás en busca de Chad y Kevin, temiendo por un momento que la bala los haya atravesado. Afortunadamente, no.

Una de las ruedas del auto de Chad comienza a desinflarse por completo, generando un sonido molesto debido al aire que se escapa, justo después de que una bala la perfore. Chad la mira con rabia y exclama algunas maldiciones.

¿Quién le ha disparado a su auto y por qué?

Entonces, un grupo de policías se acercan corriendo a nosotros, armados hasta los dientes, ordenándonos de una manera no tan amigable que nos levantemos y pongamos las manos detrás de la cabeza. Miro todo sin comprender, pero obedezco, pues lo único que me falta es recibir un balazo en medio de la frente.

Chad intenta liberarse y dos uniformados le propician una patada debajo de la rodilla, inmovilizándolo. Él chilla de dolor y a mí se me estruja el corazón. ¿Qué demonios sucede?

En ese mismo momento, la puerta de la casa de mi mejor amiga se abre de par en par y Ashley sale corriendo hacia nosotros, gritando que nos dejen en paz, que somos sus amigos.

La miro arrugando la frente, en busca de una explicación.

Camina hacia mí y me sonríe meláncolicamente.

—Debo contarte muchas cosas.— dice, suspirando con cansancio.—El tema es que el bufón atacó y mi madre creyó conveniente pagarle a unos policías para que cuiden la casa desde mi terraza.

—¿Cuidar?— repito, enarcando las cejas. —Supongo que eso no requiere dispararle a cada persona que pase por aquí.— me giro hacia los polizontes y los miro, fulminándolos.—¡Pudieron habernos matados, idiotas!

Los policías se miran entre sí y luego el más viejo se aproxima.

—La idea nunca fue dispararles a ustedes, muchacha. El objetivo siempre fue una de las ruedas del automóvil para que no puedan huir. Tenemos que tener un registro de todos los que pasen por aquí.— me explica.

Chad suelta una carcajada histérica.

—¿Y quién se hará responsable por mi neumático? No crean que no tendrán que pagármela.

Como pensé, los policías le dicen que no se preocupe, que ellos se harán cargo de todos los daños producidos. Qué rara forma de proceder que tienen estos uniformados.

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