Capítulo 29

33 8 0
                                    

Another one bites the dust de Queen, la mejor alarma que puede haber. Estás consciente que es de los años 80s pero suena mejor que muchas actuales. Eran las 6:00 a.m., me sentía relajado y con energías al 100% como si fuera un día normal. Me levanté con delicadeza y caminé hacia el baño de mi recámara, enjuagué mi cara y lavé mis dientes. Caminar con este tipo de canciones es toda una fiesta y goce al por mayor.

Tomé una ducha tranquilo, cerré los ojos y solo dejaba que el agua callera sobre mí. Era una cascada de calma pura, escuchar el agua impactando con sutileza la superficie es uno de los sonidos más relajantes que existen.

—Saldré de aquí como a las 6:30, tomaré el autobús que pase primero—dije a mí mismo—. Todos llevan a la central y Ángela vive cerca de ahí, puedo caminar hasta allá. Si todo va bien y no ocurre otra cosa, iré a la calle donde se accidentó Stephanie, estoy seguro que hay una nota ahí. Es Kaitlyn, dudo que la haya dejado antes de que las autoridades llegaran y con ello dejar evidencia, simplemente no va con ella. Aunque no me sorprendería, creí conocerla pero no estaba ni cerca de ello. Estoy solo ahora, sin ayuda, sin compañía, solo yo dirigiendo mi misión y siendo mi propio líder.

Salí del baño, cogí mi ropa y me cambié en algo así como 10 minutos. Tomé el cuaderno del cajón y lo guardé en una pequeña mochila. Peiné mi cabello, unté bálsamo sobre mis labios y me apliqué crema facial. Son detalles irrelevantes y cosas que no se esperan de mí, pero una parte de mi percepción de la realidad dicta eso. Que no importa el momento, procura estar siempre presentable. Como en una película de acción, no importa cuántas balas disparen o cuántas granadas exploten, a la chica nunca se le correrá el maquillaje y al hombre le cicatrizarán las heridas al instante.

Era lunes, a mi padre le tocaba cubrir el turno matutino y mi madre estaba dormida. Dejé un recado sobre la mesa para avisarles de mi salida, algo breve como:

Salí a casa de una amiga, vuelvo en 4 horas. Atte. Daniel.

Bastante breve.

Partí de ahí y de nuevo me dirigí hacia la parada de autobuses, no obstante mi espera fue corta y al cabo de unos minutos pasó el primero. No había más que unas cuantas personas en él. Una muchacha de unos 19 años, un tipo con su guitarra y una pareja de jóvenes de 24 años eran los más relevantes. Me senté en medio del guitarrista y la muchacha. Saqué mi cuaderno y una pluma para escribir cosas aleatorias, lo que sea que matara el tiempo. Apenas apoyé el bolígrafo en el papel y una voz al oído me estremeció. Habría preferido mil veces que un estruendoso grito me interrumpiera en lugar de una voz sutil, como si me estuviera lavando el cerebro. No entendí lo que me dijo, solo sonidos.

— ¿Pasa algo?—volteé molesto a verlo.

Su respuesta fue con una risa, incomoda y perturbadora como si de un psicópata se tratara. Golpeaba su guitarra con agresividad, y de nuevo se acercaba a mi oído diciendo cosas que no puedo asegurar que estuvieran en nuestro idioma.

— ¡Tienes algún problema!—levanté la voz con agresividad, al igual que me incorporé en mi asiento.

—No pasa nada—enseñó sus manos como mostrando su inocencia pero con aires burlescos—. ¿Lo ves? Solo un tipo común que se ríe de cosas comunes—continuó la risa.

—Estás loco.

Fue lo peor que pude haber dicho. El tipo se levantó y se sentó a mi lado, pegó su cara contra la mía y con voz tenue escalofriante susurró:

—No estoy loco, solo...soy feliz.

—Es bueno ser feliz—le seguí la corriente y traté de apartarlo, pero era como un chicle, uno de sabor amargo y consistencia desagradable.

La chica del frente se percató del escándalo que estábamos haciendo, se dio la media vuelta y dijo:

— ¡¿Puedes dejarlo en paz?!—el sujeto se apartó de mí y con una sonrisa pintada volvió a su asiento.

—Gracias, no sé cómo...

—Te decía a ti—me miró con rabia—. Deja a Ted tranquilo.

Ted, como decía que se llamaba, dijo desde su asiento:

—No te alarmes, querida—me abrazó desde atrás—. Pasábamos un rato ameno, ¿Cierto?

—Cierto—dije con pesadez.

El autobús se detuvo y los dos jóvenes se levantaron para bajarse en esa parada. Ted se detuvo enfrente de mí, extendió su mano y, con dificultad y un poco de precaución la tomé, a lo que él contestó.

—Theodore Gustin—soltó mi mano y caminando con peculiaridad bajó del autobús sin decir más.

Su nombre, lo he escuchado antes, no recuerdo dónde pero me es familiar. No mucho tiempo atrás, suena reciente, supongo. Dejé el agujero en el espacio, esperando ser llenado con la materia que rondaba en alguna parte de mi cabeza.

Dormí por el resto del camino, era temprano y tenía demasiado sueño. Poco fue el gusto del descanso al escuchar tan solo unos segundos después el aviso del conductor diciendo que llegamos al destino. Bajé del autobús casi desmayándome, fue una mala idea configurar la alarma tan temprano. Mi camino a la casa de Ángela fue una pesadilla, la visión se me oscurecía y las cosas lucían más grandes de lo habitual. Era más que una simple necesidad de descanso, a tal grado que no soporté los síntomas que me desplomé en el suelo. Cerré los ojos, las calles estaban vacías y no le estorbaba a nadie. No puedo creerlo, me siento extraño haciéndolo, como si el suelo me pareciese suave. Dormité en él hasta caer rendido.

De mi paraíso de descanso fui interrumpido por una presencia inesperada. Sentí una mano tocando mi rostro y la vi frente a mí, de nuevo estaba conmigo. Había encontrado a la chica por la que era capaz de darlo todo sin recibir nada a cambio. Sentí un gran deseo por abrazarla pero algo me impedía moverme.

—Aún falta mucho—dijo ella sosteniendo mi mano—. Únete a mi travesía, sígueme.

—Kaitlyn, ¿Dónde habías estado?

—Siempre he estado aquí—puso su palma en mi pecho, podía sentir mis propios latidos—. Hagámoslo como aquella noche, sigamos siendo los caballos indomables que somos desde hace 6 años.

—No puedo—cerré los ojos y repliqué con pesadez—. Debo encontrarte, debo...

En un santiamén el entorno cambió, estaba acostado en el autobús abrazando mi mochila; me volví a quedar dormido. El autobús llegó a su destino y confundido me bajé. 

Debo aprender a distinguir entre el sueño y la realidad.

Cuando amanezca ahí estaréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora