“No quiero pensar porque no quiero que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento.” -Emilio Castelar
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Los días pasaban. Y sin darme cuenta, había pasado un mes. Luego pasó otro mes más y luego otro, hasta que ya se hizo el 25 de julio, hoy. Me di cuenta de que el mes se me estaba escapando de las manos. En total, tres meses pasaron. Mi vientre ya estaba notablemente grande y, a decir verdad, me sentía rara así, pero muy contenta por saber que mi bebé crecía cada día más.
En estos cortos tres meses, pasó de todo. Pasaré a contarles.
Entremedio, cabe destacar que Zayn y Pezza están comprometidos. ¡Sí! El anillo que él le regalo es todo un lujo y es muy hermoso. Todos estamos muy contentos por ellos.
Habíamos recibido un 10 en el corto, y Brooks nos había dejado incluir a Alex y a Lucas después de días rogándole y argumentando que sin ellos, el corto no sería lo mismo. Lo que le agregó un toque especial, fue que cada una de las anécdotas era verídica.
Nathan y Harry -como siempre- viven chocando. Un día hasta llegaron a casi pelearse, al estar hablando de fútbol.
El doctor Franks nos había propuesto conocer el sexo de nuestro bebé, pero nos negamos. Queríamos recibir la sorpresa cuando lo/la viéramos.
Y supongo que ése fue el único día que Harry y yo estuvimos en armonía, porque les juro que estos tres meses fueron los peores -de mi vida quizás-. Nunca había peleado tanto con alguien, ni siquiera con mis padres. Estaba harta de pelear; todos los días, era por algo distinto. Siempre comenzaba con Nathan, pero seguía con otra cosa y siempre terminaba mal. Y no miento; la última vez que estuvimos bien fue ése día, el de la ecografía de rutina. Me habría encantado compartir estos nueve meses con él de forma amorosa y pacífica, como hacen las parejas normales que esperan un bebé. Pero Harry y yo no entrábamos en los estándares de "pareja normal". Harry y yo, en vez de esperar al bebé con alegría y armonía, lo hacíamos peleando.
Y eso dolía. Dolía demasiado saber que las cosas entre nosotros ya no eran lo mismo, que nuestra relación se estaba deteriorando. Y dolía peor que cualquier otra mierda que podría estar pasando. ¿Me creerían si les digo que no lloré? Nunca lloré, excepto hoy, en la ducha, cuando ni el cuerpo ni la mente me dieron para más. Cuando pelear se convirtió en una rutina diaria, lloré. Y me descargué como nunca antes lo había hecho. Largué todo, lo hice. Por primera vez en tres meses, lloré por nuestra lastimada relación. Y joder, no quiero pensar porque no quiero que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento. Porque ahí sí, moriría. Sin embargo sabía que llorar no me servía de nada, por eso no lo había hecho antes; porque ninguna lágrima rescata nunca el mundo que se pierde, ni el sueño que se desvanece. Pero, ¿a quién engañaba? Necesitaba llorar.
Nunca antes me había sentido peor como en estos últimos tres meses. Quizás porque no quería reconocer que éste -posiblemente- era el comienzo de un doloroso y largo final. Pero yo no estaba lista para reconocerlo. No estaba preparada ni física, ni mental, ni emocionalmente para romper con Harry. Me sentía suspendida en una nube de polvo, porque no quería caer en la realidad. Me negaba a decirme a mí misma «Harry y tú ya no funcionan. Supéralo, éste es el final de su relación.» Es decir, no. Éste no era el final, joder. ¡Yo estaba embarazada! No podíamos terminar con todo justo ahora. Simplemente no.
Yo me negaba rotundamente a reconocer que éste era el comienzo del final.