“En un mundo superior puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces.” -John H. Newman
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Apenas me senté en la mesa, sentí como volvía siete años atrás, cuando apenas eramos unos adolescentes. Sólo porque ahora estaba mucho más distinto; su voz más gruesa, su cabello castaño y lacio más corto y su cuerpo más ejercitado. Sonreí abiertamente al verlo, no porque lo extrañara como novio, sino porque había sido uno de los mejores amigos que tuve. Antes de que fuéramos novios, éramos prácticamente hermanos, y está más que claro que su ida a Nueva York me destruyó completamente. Pero aquí estaba, mi mejor amigo de la infancia.
Para Harry, que yo volviera a verlo suponía una situación completamente comercial, porque lo único que le interesaba de Nathan era que comprara la casa de mis padres. Para mí, suponía el reencuentro con mi “hermano”, y estaba muy contenta por ello. Para Nathan, significaba “reconquistarme” -si es que se puede llamarlo así-, porque yo lo conocía y, por la forma en que me había hablado -las pocas veces que lo habíamos hecho por teléfono en estos dos días- él intentaba tener algo conmigo. Sólo rogaba al cielo que no comenzara a halagarme porque le dejaría bien claras las cosas de una manera no muy educada.
Nathan me devolvió la sonrisa y soltó un silbido, observándome sin disimulo de arriba a abajo con sus cristalinos ojos celestes verdosos.
-¿Ya has terminado? -murmuré, por la forma en la que estaba examinándome-
-Disculpa, ¿quien eres? -pregunto confundido, volviendo sus ojos a los míos-
Decidí seguirle el juego.
-Soy ________ y estoy buscando a un tal Nathan Skyes. ¿Lo has visto?
-Si, creo que se ha sentado por aquí. -señaló con un dedo el asiento el que estaba sentado-
Me reí de su expresión burlesca.
-Eres un idiota.
-Vaya, gracias. No has perdido tus encantos.
-Soy la misma de siempre. -sonreí tontamente mostrando todos mis dientes-
Rió y negó con la cabeza.
-Tu cabello es rubio, con las puntas rosadas y mucho más largo que antes. Estás más alta y, bueno... tu físico ha cambiado notablemente. Has cambiado demasiado, me gusta.
-Gracias. -asentí- Tu también has cambiado mucho. Casi no te reconozco. -bromeé-
-No lo hiciste, de hecho. -rió-
-Bueno, no es lo mismo hablar por teléfono que verte personalmente, idiota. -dije con burla-
Charlamos un poco más y fuimos a pedir algo. Yo pedí un Caramel Macchiato y Nathan un Café Mocha Blanco. Cuando volvimos a la mesa, ya no sabía de qué hablar; nuestra relación había cambiado, ya no nos podíamos contar todo como antes. Era raro.
Permanecimos cinco minutos hablando -literalmente- del clima. Luego, cambiamos de tema y elegimos la infancia; comenzamos a hablar de cuando nos conocimos y recordamos la época en la que éramos mejores amigos y yo lo celaba por toda zorra que se la acercara.
-¿Y ahora tienes novio? -preguntó, dándole un sorbo a su café-
-Ajá. -asentí- Se llama Harry. Harry Styles.
«Y estoy embarazada de él, aléjate.»
-Mmmm... -frunció los labios y pensó- No, no lo conozco.
-¿Y tú tienes novia?
-No. -negó con la cabeza y sonrió-
Su celular vibró y él lo tomó. Leyó algo y frunció el ceño. Respiró hondo y soltó el aire pausadamente, estaba molesto.
-Tienes que irte. -observé-
Asintió con molestia.
-Vayamos al grano. Quiero la casa.
«Wow, demasiado rápido.»
-¿De verdad? -repliqué con los ojos abiertos-
-Sí, la quiero. Tú solo dime cuál es el precio, yo estoy dispuesto a pagar lo que sea. Sabes que estoy locamente enamorado de esa casa.
-Bueno... -sonreí- Está bien, el precio tengo que hablarlo con Harry y con alguien que sepa sobre el tema, la verdad es que no estoy asesorada -reí- Podría llegar a vendértela por veinte dolares si nadie me dijera cual es el precio correcto.
Y era jodidamente cierto, ¡no tenía ni idea de lo que costaba esa casa!
Nathan rió. -Si me la quieres vender por veinte dólares acepto.
Hice una mueca bromista y agregué: -Vale, mi cara de idiota me vende. -asintió y volvió a reír- ¿Te parece si el sábado que viene vamos a ver la casa? ¿A las cuatro?
-Claro. -sonrió y consultó la hora- Lo siento, ________, debo irme. El sábado nos vemos allí.
-Por supuesto. -sonreí y me terminé el café de un sorbo- Adios, Nath.
Me levanté y le di un sonoro beso en la mejilla.
-¡Ha sido bueno verte de nuevo! -dijo saliendo por la puerta-